Fidel tuvo que aceptar que su revolución no era exportable a través de las armas. La consolidación de una coyuntura llamada progresista dio lugar al Foro de Sao Paulo cuarenta y un años depués. Kirchner, Chávez y Fidel ya no están. Lula, Dilma, Cristina y Rafael solo merodean el poder, pero para evitar prisión. Faltan por irse, de una manera u otra, Morales, Ortega, Maduro y Lenín. ¿Qué tienen todos en común?
Fidel fue el más despiadado y sanguinario cerebro de la principal revolución latinoamericana del siglo XX, el que ofreció igualdad y cumplió lo prometido. Igualó a todos los cubanos en la miseria del comunismo. Chávez pensó que su petróleo lo catapultaría a la eternidad y así fue; Rafael, el más escolarizado entre los revolucionarios, fue igual de ambicioso y no menos visionario; pensó que él era Ecuador y que su obligación era mandar. Su enfermedad no tiene cura.
En respuesta, el gran problema del actual Foro es que ahora sus sobrevivientes interlocutores están altamente devaluados y desintonizados; el uno, aún intentando perpetuarse; el otro, ignorado; el huérfano, agonizando; el cuántico, sonriendo cada vez menos. Todos convergen en su apego a lo políticamente inviable y económicamente inalcanzable. El orden internacional repudia la falta de asepsia y castiga a sus pueblos con altas tasas de interés en unos casos y en otros, sencillamente alejándose de los desgobiernos. El mercado, al final, acaba siendo siempre el gran corrector de las imbecilidades terrenales de los socialistas del siglo XXI.