En estas dos décadas de gobiernos chavistas, aunque ya hay quienes diferencian entre “chavismo” y “madurismo”, se puede afirmar que no ha habido grandes crisis políticas; al menos, con la profundidad suficiente como para haber puesto fin a alguno de ellos. Ello, por supuesto, con independencia de la falsa percepción que suelen dejar las apariencias engañosas. En todo caso, eso es lo que muestra la historia de comienzos de este siglo, tanto en los catorce largos años de ejercicio del poder de Hugo Chávez, como en los cinco que lleva Nicolás Maduro como Presidente.
Sin lugar a dudas, la mayor dificultad que enfrentó Chávez en todo ese tiempo fue la del paro nacional de diciembre 2002-enero 2003, también conocido como paro petrolero, por haber sido las operaciones de PDVSA las más visiblemente afectadas, pero que no obstante su duración nunca puso en verdadero peligro su gobierno. Ni siquiera con el oscuro episodio aquel de la renuncia y pronta restitución en la presidencia, en medio de los sucesos de abril del 2002 y la chapuza que supuso el brevísimo gobierno de facto del señor Carmona.
Como se recordará, el propio Chávez con ocasión del Mensaje Anual a la Asamblea Nacional del 15 de enero del 2004, reconoció que había sido él quien había generado la crisis en PDVSA; primero, cuando cogió un pito en un Aló Presidente y comenzó a botar gerentes de PDVSA y luego nombrando a aquella junta directiva nueva con Gastón Parra a la cabeza. Todo ello, admitió, con el fin de crear un caos, y así producir el cambio que la estatal petrolera necesitaba para dar nacimiento a la nueva PDVSA, que como ya sabemos no fue otra que la roja “rojita”. De modo, que Chávez corrió un riesgo controlado con aquel incendio provocado, cuyos efectos colaterales, políticamente considerados, lo que hicieron fue favorecerlo más que perjudicarlo al ponerse como víctima de un complot internacional para derrocarlo, que calificó de “golpe de estado”, y achacarle, de paso, a las pérdidas económicas y perjuicios causados a la industria de los hidrocarburos, como consecuencia de aquel, cualquier receso económico subsiguiente, no obstante la subida de los precios del petróleo después del paro.
Tampoco el revés sufrido en el referéndum del 2007 para modificar la Constitución que el mismo había aupado, fue lo suficientemente contundente para apalancar un movimiento que pusiera en aprietos su gobierno como quedó demostrado, catorce meses más tarde, cuando ganó una nueva consulta sobre el mismo asunto. Si algo tenía claro Chávez es que él poseía el control de la situación, incluso de una situación de crisis.
De manera similar, durante estos cinco años de mandato de Nicolás Maduro las oportunidades reales de crisis han sido muchas, sin que hasta ahora, la oposición haya sabido aprovechar alguna. Desde la propia llegada al poder a comienzos del 2013, ya se generó la primera situación de crisis. Nos referimos a la confabulada decisión del TSJ para dejar a Maduro, quien ocupaba la vicepresidencia, como presidente encargado, tras la victoria electoral de Chávez en diciembre del 2012, para un cuarto periodo presidencial, que nunca llegó a ejercer debido a su enfermedad y posterior deceso, lo cual, en este caso originó una crisis constitucional de grandes proporciones, convirtiéndose así la presidencia en una especie de monarquía hereditaria sin corona.
Lo que siguió posteriormente, ya electo Maduro en abril de aquel mismo año, fue una serie de bretes que fueron propulsados por el propio Maduro en su estrategia de profundización de la revolución bolivariana. Con la única excepción de la derrota sufrida en las elecciones parlamentarias de diciembre 2015 que no pudo evitar, tanto la decisión de desconocer las actuaciones de dicho poder legislativo en manos de la oposición, pasando por la creación de la irrita constituyente, así como la actual crisis humanitaria que vive el país desde hace ya tiempo, se deben a acciones premeditadas del gobierno, quizás en un intento de imitar al Chávez del 2002 buscando soluciones a través del caos. Igual sucede con la insistencia en un dialogo asimétrico o con el anuncio de elecciones anticipadas al margen de la Constitución. Una muestra, durante este periodo, del férreo control político del oficialismo sobre las instituciones, MUD incluida, fue la negativa sin oposición real, a efectuar el referéndum revocatorio el año pasado, que hubiese permitido una salida constitucional a la crisis actual.
Y si refiero todo esto, es porque alguien, recientemente, me comentaba que la actual situación de Venezuela le recordaba, de alguna manera, a la del Perú del año 2000, cuando “el Chino” ganaba una elección fraudulenta para su tercer periodo presidencial, con un Alejandro Toledo llamando a votar nulo para la segunda vuelta y los “Vladivideos” causaban estupor en el escenario político. Todo aquello precipitó la crisis en momentos en que ya Fujimori no lo controlaba todo y el pueblo peruano y lo que aún quedaba de las instituciones dieron al traste con su gobierno. Así, vinieron las fugas, la huida, la renuncia por carta y todo lo demás.
La gran diferencia, le decía yo a mi amigo, es que en Venezuela el aparato oficial aún lo controla todo, amén de que no se ve, por ningún lado, un líder opositor que arrastre y aglutine como el Toledo peruano de aquel entonces. Lo único, quizás, cierto de la comparación es que si hay muchos Montesinos, aunque los “Vladivideos” todavía no hayan aparecido.