Como guayaquileños estamos obligados a constantes viajes a la capital por motivos relacionados a la burocracia. De alguna manera nos hemos acostumbrado a dichos viajes porque los gritos por autonomía están apagados hace mucho tiempo; sin embargo, esto no quiere decir que la aspiración por autonomía de los que viajamos a Quito se haya diluido. El tiempo perdido en viaje desde que se sale de casa hasta llegar a la dependencia pública para defender una posición aclaratoria o concluir un trámite, es un lapso productivo no recuperado.
Soy de los creyentes en la desregulación para que se eliminen los más de 345 trámites enlistados a lo largo del país que por diversas causas requiera el gobierno central, municipios, prefecturas, dependencias públicas, etc.; los mismos que sin garantía de resultado favorable en la repuesta, pudieran tomar casi un año, dependiendo de la ubicación del ciudadano demandante de la diligencia.
En mi último viaje, me tocó vivir una experiencia digna de contar. Confieso que, con el cambiante clima de Quito, al viajar utilizo chaqueta impermeable para estar preparado, lo cual para los que somos de Guayaquil, significa una prenda de vestir extra que se suma al maletín de la computadora y a la billetera que porta la cedula de identidad. Una hora antes del vuelo de regreso a Guayaquil, la señorita encargada del mostrador de la aerolínea al comprobar que ni mi nombre ni el de mi acompañante de viaje estaban asignados para el vuelo, amablemente nos sugirió que le dejemos las cedulas de identidad hasta que arreglemos el cambio y así poder viajar en el vuelo de la 19h30 del jueves 15 de febrero.
Aquí el error. Retrocedamos unos segundos antes de presentar el documento a la señorita de la aerolínea. Con chaqueta en una mano y con maletín en el hombro que me pesaba bastante, me veo obligado a asentarlos sobre el mostrador de la aerolínea para liberar mis manos y desembolsar la cedula de identidad de la billetera. Imperceptiblemente, asiento también la billetera sobre el descanso del mostrador, parante que no es visible desde la óptica de la señorita que nos atendía. Al quedarse con mi documento la señorita de la aerolínea, no vi la necesidad consciente de buscar la billetera para volverla a guardar, lo que motivo que deje la billetera sobre el descanso del mostrador al retirarme a realizar la llamada para gestionar el cambio de vuelo. Posiblemente, pasaron 5 minutos hasta que me percaté de que la billetera no estaba conmigo. Inmediatamente, volví al mostrador de la aerolínea para preguntar si habían guardado mi billetera ya que no estaba visible sobre el mostrador ni sobre el descanso del mostrador. Recibí una negativa como respuesta y seguidamente comencé a buscar a mi alrededor por si la encontraba en el piso de mi reciente recorrido hacia la zona de entrada de los filtros de seguridad del aeropuerto.
De inmediato, comenzó mi desesperación por ubicar la billetera, pues cargo conmigo siempre documentos originales como licencia, certificado de votación, tarjeta de débito, de crédito, etc., y a pensar en el “vía crucis” que implica someterme a todo tipo de trámites de recuperación de documentos y anulaciones de tarjetas de crédito y débito, hasta que me iluminé peguntar a un dependiente de limpieza del aeropuerto: ¿dónde están las cámaras?
Antes de la pregunta había insistido a mi acompañante de viaje que ayude chequeando si por error no la guardó en su maletín, ya que a veces, los seres humanos hacemos actos inconscientes confundiendo llaves de vehículos en los gimnasios, etc., pudiendo ser que confundió mi billetera con la de él. Después de comprobado que la billetera no estaba con nosotros, dividimos acciones: mi amigo se encargaría de lograr que nos embarquen en el vuelo de las 19h30 y yo me dirigiría hacia los filtros de seguridad donde encontraría a alguien con la autoridad para ayudar.
Al primer uniformado del aeropuerto solicité ayuda para que verifiquen por las cámaras de seguridad la posibilidad de que alguien haya tomado la billetera del mostrador de la aerolínea. Acompañado por el buen empleado del aeropuerto me preguntó sobre los minutos transcurridos desde que perdí los documentos para inmediatamente, pero pausadamente, dirigirnos a una oficina donde por teléfono comunicó con el encargado de las cámaras comentando lo ocurrido y que favor le avisaran por radio o celular cualquier evolución de la investigación.
Nunca vi la sala de cámaras. Comencé a desesperarme por lo pausado de la operación. No me percaté que tenían que retroceder lo grabado por las cámaras para establecer mis movimientos y determinar el momento preciso que perdí la billetera, ¿quién la tomó?, ¿para dónde se dirige el que la tomó? y ¿salió del aeropuerto o no?
Mientras esperaba ser informado, me encomendaba en silencio al arcángel Miguel y todos los santos para que aparezca mi billetera desistiendo mentalmente de los $60 que poseía, como penitencia con tal de recuperar mis documentos.
Al rato, me informan que efectivamente alguien la tomó del descanso del mostrador simulando que preguntaba algo a la dependiente de la aerolínea y que ya están siguiendo la pista de lo grabado por las cámaras. Seguidamente, este buen amigo del aeropuerto me enseña la foto del “amante de billeteras” para ver si lo reconocía. El fulano era un tipo de alrededor de 1,70 metros de espalda anchas de tez mestiza, pelo de “chuzo”, portando gafas y chaqueta azul.
Las noticias sobre sus pasos evolucionaban cada vez que corrían los videos y nos decían por radio: “entró a los baños antes del filtro de seguridad”. Procedimos a buscar entre la basura de los baños, pensando: “tomo los $60 y botó los documentos”. Hasta ese momento operación sin éxito.
Corrían los videos siguiendo los pasos del infractor hasta que llegó la buena noticia de que la persona que buscábamos no había salido del aeropuerto. ¡Qué buena noticia! Pensé.
“Ya lo tenemos ubicado” informaron por radio a mi guía aeroportuario, el mismo que con mucha serenidad y profesionalismo me pregunta: ¿qué quiere hacer? Sin vacilar le respondo: “¡nada! Sólo quiero mis documentos”. Se nos informa que el individuo estaba en la sala de embarque. Confirmado, el “amante de billetera ajenas” viajaba a Lima y estaba a punto de embarcar.
A paso firme, casi corriendo, nos dirigimos a la sala de pre-embarque internacional desde el pasillo interior que une la sala de pre-embarque nacional donde habíamos pasado para cortar camino por un pasillo que conecta las dos salas de espera. Muy coordinados por walkie talkie, la seguridad del aeropuerto se dirigió al encuentro del sujeto que íbamos a enfrentar. Acertadamente, a la vuelta de la sala, antes del encuentro con el “wallet lover”, mi acompañante del aeropuerto me pidió que esperara en las inmediaciones de la sala. Así lo hice. No habría pasado ni un minuto que al susodicho lo tenía al frente mío con la mirada hacia el piso de vergüenza. Mi amigo aeroportuario hizo la pregunta de rigor: “¿Usted tomó la billetera del señor?”. Ante la vergüenza no tuvo otra salida que contestar que sí y a dialogo seguido decir que me estaba contactando por Facebook para devolvérmela mientras me la entregaba. Tomé la billetera y contacté que los documentos estaban en su sitio, pero faltaba el dinero.
Reclamar el dinero faltante de la billetera hubiera sido un extra que estaba dispuesto a perder. Con la alegría de recuperar los documentos fue suficiente para mí por lo que agradecí a los excelentes empleados del aeropuerto por su buen trabajo y me dirigí hacia la puerta A4 por donde debería embarcar el vuelo hacia Guayaquil.
En la sala de espera comencé a comentar y meditar lo ocurrido con amigos que se percataron que algo andaba mal por mi ausencia abrupta y movimientos apresurados a lo largo y ancho del aeropuerto por recuperar la billetera; sin embargo, no tenia la tranquilad debida porque me despedí de los hombres de camisa celeste y pantalón oscuro sin saber sus nombres.
Ya sentado en la sala de espera conversando con un amigo aparece por suerte el mismo caballero de seguridad que acompañó y generó el operativo descrito anteriormente para pedir que le permita tomar mis datos. Allí respiré aliviado, pues era la oportunidad de agradecerle nuevamente y enterarme que el caballero que abordé desde un principio es el señor José Luis Dalgo Larrea, jefe de seguridad del aeropuerto Mariscal Sucre.
Felicito a los concesionarios del aeropuerto por los buenos funcionarios como el señor Dalgo y por tener todos los equipos funcionando a cabalidad. Quedó probado que las cámaras de seguridad captan todo lo ocurrido y hacen un prodigio trabajo para que nosotros los pasajeros salgamos de situaciones incomodas mínimas tales como el hecho perder una billetera. En los pequeños detalles se marca la diferencia para la excelencia, gracias a todos los involucrados en el caso: “Billetera extraviada”.
Me da gusto que los sistemas de seguridad y el personal funcione, eso da buena imagen.
Creo tambien que usted ha tenido un poco de suerte!
Yo si hubiera reclamado el dinero faltante, de seguro lo tenia con el.
saludos
Julio
Es curioso ver que decsituaciones privadas y fortuitas se expongan hechos y realidades que evocan actitudes gratificantes y también desagradables , que día a día nos sobrevienen y que la ejecución responsable de procedimientos respinsables marcan la diferencia. Felicitaciones Sr. Delgado
Te felicito Bruno, pero creo que hiciste algo mal, el sinvergüenza se fue a Lima con $60 más en su bolsillo, claro que en la visión personal al «poner en la balanza» entre perder el dinero o, gastar tiempo y más dinero para volver a contar con los documentos personales, tarjetas de crédito y débito, resultaba mejor recuperar la billetera, suena lógico además la suerte estubo de tu lado..
Pero en la visión de nuestra sociedad se perdió una oportunidad para ir cambiando esa «cultura del sabido» esa conducta del irrespeto a nuestros semejantes, creo que debiste pedir que lo detengan en flagrancia, como escarmiento que pierda su vuelo, si no aplicamos la Ley no vamos a progresar como sociedad.
Luis Neira
Yo también hubiera reclamado los 220 dòlares con energía, seguro que él ladrón de inmediato y por defenderse sin tiempo a pensar hubiera dicho: nooooo, solo fueron 60 . Así los hubiera recuperado y además pediría registrar su nombre como ladrón.