La apatía que existe en cualquier sector de la población venezolana ante las próximas elecciones presidenciales para las que apenas faltan tres escasas semanas, es solo inversamente proporcional a la energía puesta por cada uno de sus integrantes, es decir, los ciudadanos, para conseguir el pan nuestro de cada día. Algo que tratan de hacer, a duras penas, con la ayuda de los churupitos que algunos de sus familiares fuera de Venezuela, los que los tienen, les pueden enviar.
Ese desánimo electoral y falta de interés no requieren mayores explicaciones, a la luz de los acontecimientos políticos, económicos y sociales que han embargado el corazón, así como la esperanza de los venezolanos durante los últimos cinco años. Pero sobre todo, por el convencimiento existente de que unas elecciones como las que se avecinan no son genuinas, pues carecen de toda legitimidad y legalidad, lo que ha llevado a que carezcan igualmente de un candidato opositor de verdad ante la renuncia de los partidos políticos tradicionalmente enfrentados al chavismo a participar en un bodrio de tal naturaleza. Una situación de desgano pero a la vez de protesta que los analistas traducen en una abstención de más del 50% para el domingo veinte de Mayo.
Los números en este sentido parecen implacables, por lo que cualquier ecuación formulada con ese porcentaje de ausentismo y aproximadamente un millón de votos opositores en el exilio, más un contendiente a la presidencia, en la acera del frente, originariamente venido a la política desde el chavismo, da como resultado a un Nicolás Maduro proclamado presidente por un CNE integrado, en lo que va de siglo, por solamente representantes del oficialismo.
Un escenario, el actual, que podría resumirse en una falta de condiciones objetivas y de transparencia para llevar a cabo unas elecciones que puedan ser reconocidas internacionalmente, así como de un candidato que encarne las inquietudes y reivindicaciones de los electores para producir un cambio radical en Venezuela. Pero que, adicionalmente, tampoco cuenta con garantías postelectorales de reconocimiento, por parte del gobierno, a una hipotética victoria de un candidato opositor; circunstancia de la que tenemos alguna experiencia reciente.
Nos referimos, indudablemente, a la existencia de una Asamblea Constituyente que, a pesar de su espurio origen, se autoproclama todopoderosa y con facultades supraconstitucionales, debiendo supeditarse a ella cualquier autoridad electa o cargo recién creado. Una entidad que ya tiene un año en funciones, que actúa como si fuese el Poder Legislativo, pero que aún no ha presentado un proyecto de Constitución para su aprobación, como se supone lo exige su propia naturaleza de Asamblea Constituyente. Lo cual no quiere decir que no la tenga lista y engavetada en algún escritorio, para hacerla aparecer cuando más convenga políticamente.
Por todas esas razones cabría preguntarse qué sucedería en Venezuela, si una vez electo presidente un candidato que, hipotéticamente, no fuese Nicolás Maduro, se negase a ser juramentado por la Asamblea Constituyente, tal como lo hizo Juan Pablo Guanipa cuando ganó la gobernación del Estado Zulia en octubre del año pasado, y fuese desestimado de la misma manera su triunfo electoral, esto es, el de la voluntad popular manifestada a través del sufragio.
O bajo la misma premisa de que Maduro no ganase la presidencia, que ocurriría si la Asamblea Constituyente aprobase, repentinamente, un nueva Constitución en la cual se establezcan nuevas reglas electorales y un diferente periodo presidencial para el cual habría que convocar inmediatamente a nuevos comicios, desconociéndose así al presidente recién elegido por el pueblo.
En un país como Venezuela donde de la Asamblea Nacional Constituyente se asemeja más a un comodín que al as bajo la manga que, en su momento, supuso su súbita puesta en escena por el gobierno de Maduro y donde el juego de póker no termina sino cuando el actual régimen quede consolidado mediante un acto electoral que lo revalide, las garantías electorales ya sean antes del día de la votación o después de él, son inexistentes. El próximo veinte de Mayo habrá votación sí, pero definitivamente no habrá una elección