21 noviembre, 2024

Venezuela y la izquierda extraviada.

Desde hace un buen tiempo, la vieja confrontación entre derecha e izquierda ya no es lo que era. Ya no se hacen discursos llamativos, ni planteamientos ideológicos, mientras que los liderazgos por ambos lados han prácticamente desaparecido. En la izquierda quizás se note más, debido al desmantelamiento de la Unión Soviética, de la China de Mao y a esa intelectualidad, principalmente europea, que dejó prácticamente agotado el tema, exponiendo y desarrollando sus ideas sobre el socialismo en el siglo pasado. De todo ello, en América Latina, solo ha habido remedos.
Allí, sin haber transcurrido por un verdadero proceso histórico de reivindicación popular y lucha social, consecuencia propia de un materialismo socio-económico oprobioso, pues en general, Iberoamérica lo que ha tenido son capitalismos de estado, se tumbaron dictadores mediante la lucha armada y se implantaron gobiernos de izquierda, calificándose a esa dinámica de “proceso revolucionario”. Lo cual, además de exagerado y teatral, contrasta con el derrocamiento de otras dictaduras latinoamericanas a las que siguieron gobiernos de derecha, sin que se tildase a lo ocurrido, tanto antes como después, de revolución. Pero lo más llamativo, es que también la izquierda ha hablado de proceso revolucionario en Latinoamérica, cuando, simplemente, le ha ganado unas elecciones a la derecha. Un ejemplo del primer caso lo tendríamos en Cuba y otro, del segundo, en Venezuela.

Aunque la revolución cubana se ha tenido como paradigma en tesis, ensayos y proyectos ideológicos de izquierda, más como modelo poético y sentimental de un socialismo en búsqueda de la utopía, creemos nosotros, que de otra cosa, encarnado en un mesías que cual Moisés bajó de la montaña para traer el fuego divino a través de su palabra; el caso venezolano que en su génesis en nada se asemeja al de la isla, no deja de ser curioso.

Sin un proceso previo de decantación, con una oferta electoral que inicialmente no era socialista en el año 1998, que incluso lo negaba y que se identificaba más con la figura y proyecto de un Gamal Abdel Nasser, que con la de un Fidel Castro; Hugo Chávez, un militar que venía de una intentona golpista, nos vende meses después, una revolución que primero es de corte nacionalista-bolivariana y que más tarde, nos asegura, pertenece al socialismo del futuro entrante, al del siglo XXI. Se trata de una ideología que pretende ser dominante y dominadora, que busca imponer la vigencia de un partido de izquierda único y que arremete contra quienes la enfrentan o sugieren mejorarla aun desde adentro.

Pero lo que más llama la atención es que no hay debates ideológicos, ni con la derecha, ni con la propia izquierda. No hay críticas, ni revisionismo, ni moderados, ni ortodoxos, ni extremistas, ni nada que se le parezca. Las ideas simplemente no se ventilan, el silencio y el asentimiento lo llenan todo. Solo el líder opina. Que nadie pida congresos ideológicos o asuma posturas intelectuales que pongan las ideas en movimiento, pues quien lo haga es un contrarrevolucionario, un hablador de tonterías. Pierden el tiempo quienes señalan incongruencias ideológicas, hiperliderazgos y la necesidad de una dirección colectiva, pues en un proceso revolucionario como ese no hay fallas. En este estado de cosas, la propaganda política sustituye a cualquier forma de pensamiento y la descalificación personal a la confrontación de las ideas.

La izquierda venezolana y, en buena parte, la latinoamericana, está entrampada desde finales del siglo pasado. Tenía un camino largo por recorrer, con un destino lejano, pero propio; sin embargo, prefirió tomar el primer atajo que se le presentó, con Chávez como baquiano, y por eso anda, lo que aún queda de élla, perdida, extraviada, y sin horizonte alguno; principalmente en los últimos cinco años en los que el actual gobierno se encargó de acabar con cualquier destello o apariencia de socialismo legítimo. De repente, ni siquiera es ya una ideología chavista. Menos aún es marxista o leninista, o socialdemócrata; tan siquiera es nacionalista o bolivariana y, su nuevo líder, Nicolás Maduro, no se parece en nada al prototipo del «buen revolucionario» a lo Fidel, o al del político intelectual a lo Allende. Por el contrario, se asemeja más al de autócratas como Vladimir Putin o Xi Jinping, en cuyos países, las ideologías marxista y maoista fueron sustituidas por un franco y eficiente pragmatismo, en el que los personalismos reemplazaron a los soviets y a la participación popular.

Aunque en aquellos países, otrora emblemas del comunismo, este último es más bien cosa del pasado dada su apertura comercial y económica que los equipara más bien al modelo socialista de los países europeos, pero sin su liberalismo político, aquí en Venezuela, no obstante la crisis socioeconómica imperante bien reflejada por los medios internacionales, hay que seguir fingiendo que el socialismo ilumina a Venezuela, que aún hay un proceso revolucionario progresista en marcha y que las elecciones del próximo veinte son un ejercicio de democracia y pluralismo entre la izquierda y la derecha.

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