21 noviembre, 2024

Como «El Chavo»

Debemos admitir que como sociedad hemos avanzado algo en cuestión de superación de prejuicios, pero aún tenemos muchos. La conquista más grande en este ámbito ha sido el tema masivo: el de género, aunque, debe reconocerse, aún los hay entre quienes conforman la misma tendencia. Lo importante es que es algo que se ha hablado, se ha analizado y en lo que ya nos hemos puesto de acuerdo más que sea en lo mínimo. Ya incluso hay códigos –por ejemplo eso de que se les anteponga el artículo “la” cuando nos refiramos a transexuales- lamento decirlo, no como producto de un análisis sensato, consensuado o como una conquista de derechos donde se debatió posiciones sino como resultado de una lucha gremial a costo incluso de la sangre y del atropello brutal a muchos.

Y esa es quizá la historia que en nuestro país estemos condenados a repetir. Que todas las conquistas todas deban ser producto de un terrible sufrimiento para el gremio que las aúpa, el fin de un cuento de terror, no un derecho, no un proceso del que nos podamos sentir orgullosos ante el mundo… Pero ¿por qué? Desde mi humilde perspectiva, no solo por la intolerancia propia del humano –gracias a Dios resistida por las leyes porque si no nos matamos- sino por la mala exposición de los mismos. Sí, los que aúpan las causas no elevan el análisis, ceden tarde o temprano a las tentaciones de los que saben deben llevarlos al nivel más bajo para desacreditar el tema. Me refiero a que en algún punto de la “discusión” son todos contra todos en los términos más bajos existentes. Hasta los que creemos más inteligentes, utilizan su inteligencia en la palabra para herir, para generar la condición de la burla para el otro no para hablar del tema en sí…

Y la mayoría somos como el chavo. Antes de que la persona termine de decir algo -muchas veces antes de que inicie-, ya tiene la manifestación o el comentario de rechazo. Pero no porque su criterio tenga o no asidero sino porque sencillamente “me cae mal”. Toda propuesta empieza a diluirse en la intención porque, paradójicamente, alguien que dice ser combatiente de los prejuicios por sus prejuicios denigró al exponente. Paséense un rato por esa caja de Pandora que son las redes sociales donde se destilan todas las miserias humanas… Una persona dice algo muy valedero y en cuestión de microsegundos ya carga sobre su cuenta el insulto tras el insulto, la sátira, la diatriba, la revelación de su intimidad, la denigración de su mamá y todo lo más sagrado, pero es por la persona, no por sus conceptos.

Una pareja de lesbianas expone sus puntos de vista sobre la adopción y es calificada, por lo menos, de degenerada. Otra persona dice creer en la eutanasia y entonces es un desesperanzado endemoniado. Un enfermo opina en base a su experiencia sobre salud algo y no es que es enfermo por su condición fisiológica sino porque se contagió por pervertido. Si no hay nada que decir de la persona que opina -o cuando ya se le ha dicho todo- quienes pagan los platos rotos son los padres, los hijos, los hermanos como si fuera programa de farándula. Tan malos somos en esto de ponernos de acuerdo que terminamos sacando “los cueros al sol”, con las palabras más duras y crueles, de los que no tienen nada que ver en el asunto. El punto es aplastar, pulverizar. Destruir.

Mea culpa debemos hacer los que ante el ataque brutal sistematizado, nos retiramos. Sólo leemos y –pese al peso de nuestras conciencias- dejamos pasar porque lamentablemente en la vida es mejor y más rentable “caer bien” y que no te toquen. Celebro la posición de aquellos influencers que se las juegan porque entendieron que en la vida no solo hay que ser “bonitos”, “chéveres”, sino que hay que cargar con la cruz que el deber impone para generar los cambios y decir las cosas como son. Me temo que son pocos pero son un verdadero aporte en medio de tanta oscuridad. ¡Alguien tiene que decir las cosas!

Qué diferente sería si para hablar sobre los prejuicios que aún son motivo de polémica social se creen grandes foros donde se agrupen criterios de todos lados y condiciones con la única condición de que haya respeto. Donde quienes representan a sus gremios o tienen opción a la palabra mantengan un elevado control de sus ponencias y no se dejen tentar por la estupidez maligna del que vive para herir. Donde todos puedan dar su opinión fundamentada o no en estricto ejercicio de la libertad de expresión y, lo más importante aún, donde no sean interrumpidos. Porque eso es lo que nos falta… escucharnos o, mejor dicho, terminar de dejar de hablar al otro. Dejar de ser en este aspecto como “el chavo” para ser como el mismo “chavo” tan noble y generoso con el vecindario.

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