l 25 de mayo/2018, asistimos con mi esposa y mis primos García-Meneses, al Teatro Sánchez Aguilar “Sala Zaruma”, a escuchar a Salvador Moro -cantante argentino-, que recorre Latinoamérica, cantando las canciones del poeta y cantautor (su connacional) Alberto Cortés.
Lo imita bien, no conocía que Alberto tenía un repertorio musical tan amplió.
El espectáculo duró 1H30 minutos. Muy agradable al oído.
Salvador, no es sólo cantante, es un Showman, se dirige al público de una manera agradable y cortés. El público reía, en especial las damas de la 3era. edad.
Contó varias anécdotas, le dedico este homenaje a su amigo y maestro (Alberto), hablo de Cabral: “No hay Cortés sin Facundo” o algo así. Sus chistes, muy graciosos y ligeramente pícaros. Se refirió a los “pendejos”, listado que todos conocemos. Le falto mencionar uno: “Los pendejos luminosos, son los que, desde lejos todos los distinguen”. Aún cuando -digo yo-, vivan en Bélgica.
Autocrítico: dijo -Un dia mi madre- y repitio 2 veces, si, mi madre, me llamó la atención, me dijo: “Me dicen que estas cantando música protesta. Le contesté, no mamá, son las de siempre, las protestas vienen después, del público”. Se refirió al dia de las elecciones, como el día que “los pendejos”, van a elegir a otro pendejo, para que siga gobernando a todos los pendejos”.
Con mucho afecto recordó a Bernard Fugger, de quien dijo: “cuán Alberto visitaba Guayaquil, lo primero que hacía era visitar a Bernard, parece que eran muy amigos. Me indicaron -dijo- que se “había cambiado de domicilio”. Dónde estés -dijo- te recordaremos siempre Bernard”…
Siguieron las canciones y los aplausos. Al término de cada interpretación, se volvían más sonoros, se despidió 2 veces y volvió a cantar porque los aplausos continuaban, es de clásica cortesía para con el público, y de un cantante para para su auditorio, cantar una o dos canciones adicionales. Así lo hizo y se retiró. Tanto él como nosotros nos sentimos felices. El por los aplausos -de un público de pie- y nosotros por cantar los inolvidables canciones de Alberto.
Le puse mucha atención a las letras de las canciones de Alberto: profundas de contenido, sin herir a nadie, algunas de protesta contra el medio, en el que se desenvolvió, sin demostrar ni rabia ni rencor. Elevadas hasta el infinito.
Alberto Cortés, no conoció a su padre hasta ser un hombre, pero lo conocía desde niño, por las maravillosas expresiones de su madre, cuando se refería a él. Cuando lo conoció, -un hombre de buena pinta que nunca se preocupo de sus hijos-, lo vio y lo abrazo. Fueron amigos por el resto de sus días, hasta que el padre murió.
Bien por el Teatro Sánchez Aguilar. Bien por Moro y su conjunto.
Una anécdota: Cuando ingresó a un cine o teatro, siempre me siento en la primera silla, junto al pasillo de ingreso, cualquiera que sea la fila. Al otro lado de la alfombra, estaba sentada una joven señora, muy guapa, con un niño de meses en los brazos. Me llamo la atención. En mis adentros me dije, debe ser muy fanática de Alberto y cedí ante mi curiosidad y le pregunte, ¿como así, había venido con un niño tan pequeño?. Me respondió, soy la esposa del señor que toca el piano eléctrico, que a su vez era hijo del cantor. La presentación fue ese solo día. Era entonces justificada la actitud de la bella damita argentina,