21 noviembre, 2024

El calzador

Interesante instrumento de “vestir”.

De fierro o de acero niquelado, ligeramente curvo como las cucharas. Su misión es, que el pie entre en el zapato nuevo o usado, que generalmente, por falta de uso, son fuertes su revestimientos, o necesarios, cada ocasión que necesitamos ponernoslo.

Cuando estudiantes de escuela, nuestra madre nos llevaba al establecimiento comercial “Calzado Estrada”, frente al Correo Nacional. Nos compraban un par de zapatos al año, que teníamos que cuidarlos. No había otra. Ahí tenían los vendedores, los calzadores, para comprobar que realmente la talla del zapato era la correcta para nuestro pie. Sino es así, el zapato de vuelve una tortura al caminar.

Mis hijos varones los conocían, pero creo que no lo usaban, mis nietos no los conocen; prefieren pisar el contrafuerte. Lo note con mi nieta y le dije que camine sin pisar el contrafuerte porque estaba dañando su zapato, que es parte de su informe. Me dijo, sí abuelo, es que con las medias (gruesas), ya no me entra el pie. Hable con mi nuera para que le compre unos zapatos más grandes y así, lo hizo. En los EEUU, estos calzadores son de plásticos duro, vienen en cada caja o los regalan si uno se les pide. Tengo 3 en mi casa, uno se lo regalé a mi nieta.

Los/las niñas, de familias de bajos recursos, no son cuidadosos con sus zapatos, cualquier piedrita o desperdicio que la gente vota en la calles los patean más adelante y asi se entretienen hasta que llegan a sus domicilios. Ya no usan las pelotas de trapos, tan fáciles, que se hacían con medias viejas y en ocasiones con huecos. Por el mal uso de éstas, al ponérselas, las estiran desde que se las ponen. En mi época, se los recogían para dar paso primero a los dedos del pie y luego poco a poco íbamos cubriendo el resto del pie, hoy se las estiran con fuerza y las medias sufren el mismo mal trato que los zapatos, encareciendo la “canasta familiar”.

Son pobres sí, pero nada cuidadosos. Lo mismo sucede con los cuadernos y los libros, ya nadie “forra”. Tarea muy propia de las mamás de antes y no digamos de las abuelas, que eran unas expertas en forrarlos, que los protegían del sudor de las manos.

Los cuadernos y los libros se forraban dos veces al año y terminaban impecables. Recuerdo, en el IPAC, los cuadernos de deberes o de caligrafía se exhibian en cada aula, en la demostración final, ante los padres de familia.

El sacerdote de nuestra iglesia, nos ha solicitado cuadernos para alumnos de una escuela de las áreas deprimidas económicamente. Son caros con pasta gruesa y anillados. Yo les compraré las hojas por separado, con una lámina exterior de esos nuevos muñecos , que tanto les gusta, cogidos de una “vincha”, que son más económicos, No es el ahorro el que me mueve, sino que ellos, no siempre tienen conciencia del cuidado de los cuadernos y con sus manos, en ocasiones sucias, den al traste con los mismos, hasta que la maestra/o, les enseña a cuidarlos.

Mi buen amigo Juan González, a quien le comente de este escrito, me indico que el todavía conserva y usa, el calzador de plata que le regaló su abuelo y lo heredo de su padre. Yo todavia uso calzador, tengo dos, pero no de plata como Juan, sino de plástico duro.

Hay que enseñarles a los niños, el uso de estas importante instrumentos, que algo les ahorra de dinero a los padres y conserva en buen estado el calzado.

Bien por las viejas costumbres, bien por el ahorro de los padres de familia.

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Me refiero a los padecidos en el amor. Hay la falsa creencia de que son una evidencia de cuanto amor se tiene.

Se dice que quién no tiene celos, es porque no ama. Generalmente se afirma que solo se siente celos de aquello que se quiere y mientras más se cele, más se quiere.

Esto no es así.

En psiquiatría se los conceptualiza como síntomas clínicos de frustraciones personales, que hacen desconfiar de la pareja sin razón alguna.

Los celos son sentimientos torturantes para cualquier persona. Los celosos viven verdaderos infiernos en relación a quienes celan. Llegan a mortificarse a tal extremo, que reaccionan con agresividad desproporcionada frente al menor estímulo generado por lo que padecen.

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