En el curso de nuestras vidas sembramos muchas semillas. La mayor parte cuando somos jóvenes, y menos y menos a medida que avanzamos en años. Las escogemos para sembrar de acuerdo a nuestros valores. Si son valores cristianos ayudarán a fortalecer el cristianismo, y a darnos permanencia y seguridad. Si han sido sólo sustentadas en nuestros caprichos y urgencias nos encontraremos sin rumbo al pasar los años.
A nuestra edad estamos viendo muchas de esas semillas florecer y empezamos a cosecharlas. En esta etapa de nuestras vidas cosechamos el trigo, pero también subsiste la cizaña. La cizaña fue sembrada por el enemigo, pero muchas veces por nosotros mismos, cuando dejamos que el egoísmo y la envidia, o, peor aún, la comodidad, la desidia, el no me importismo, impulsen nuestras acciones. Todos hemos sembrado cizaña. Ojalá hayamos sembrado mucho trigo para que no muera aplastado por la cizaña. En este momento de nuestras vidas arrancar la cizaña pasa a ser tan importante como cosechar el trigo. Cuando somos jóvenes sembramos sin estar muy seguros de lo que estamos sembrando. Pero ahora ya deberíamos tener suficiente criterio para diferenciar el trigo de la cizaña. Si no lo tenemos nuestras vidas van a ser una vacía angustia, vidas de quieta desesperación.
A veces sembramos aparentemente bien y no cosechamos. No solamente es cuestión de sembrar bien, es cuestión de las circunstancias. A veces hay que sembrar una y otra vez, hasta que llueva. Aun así, después de la lluvia viene una helada o una sequía y todo cuanto hemos sembrado desaparece. Debemos haber aprendido a sembrar una y otra vez. La perseverancia habrá sido acompañante insustituible de la buena siembra.
Tenemos que preguntarnos cuál es la cizaña para diferenciarla del trigo: la cizaña muchas veces es aquello que no nos permite ver el trigo y cosecharlo. No vemos más que cizaña y nos angustiamos y nos desalienta ¿Cuál es la cizaña?
En nuestro entorno la cizaña son las cosas que conservamos y que ya no necesitamos, que nos quitan tiempo y espacio. Los libros que leímos o no, pero que ya no volveremos a leer; la ropa que ya nos pusimos o no, pero que ya no nos pondremos; los adornos y los cachivaches que están guardados en nuestro armario y bodega, y que ya nunca usaremos. Todo eso es cizaña. Debemos regalar el libro a quien lo necesite, la ropa a quien le hace falta y el adorno a quien no lo tiene. Así iremos aclarando el entorno físico en que vivimos. Debemos quedarnos solamente con lo que nos trae recuerdos o aviva emociones, con lo que amamos. Viviremos mejor rodeados de cosas que nos inspiran recuerdos y emociones.
En el curso de nuestras vidas hemos conocido y nos hemos relacionado con tantas personas, algunas han sido trigo, otras han probado ser cizaña, y por una razón u otra seguimos con las segundas. ¿Para qué? Escojamos nuestros amigos y conocidos entre el trigo y dejemos de un lado la cizaña que solamente puede amargarnos y hacernos daño. Viviremos mejor rodeados de gente que nos inspira amor.
En la vida habremos tenido honores y condecoraciones, cuidado vivimos para ellas, cuidado vivimos para el pasado, acariciando las medallas y releyendo los homenajes, y aburriendo sin fin a nuestros interlocutores con la detallada narración de nuestras pasadas glorias. El pasado ya pasó, cuidado esos honores, condecoraciones y homenajes se convierten en cizaña. Mirémoslos con nostalgia, quizás, pero nada más. Viviremos mejor rodeados del hoy y del mañana, y no del ayer.
Más importante que todo lo que hemos sembrado afuera es lo que hemos sembrado dentro: amores y odios, trigo y cizaña. Examinemos los amores que hemos sembrado: nuestros esposos mientras todavía los tenemos, nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros familiares, nuestros amigos, nuestro entorno. Y démonos tiempo para identificar nuestros odios, nuestros rencores, nuestros resentimientos, nuestras antipatías, nuestras aversiones, todo aquello que nos hizo daño y que todavía nos sigue haciendo daño. Esa es la cizaña, que nos enferma, que nos angustia, que nos mata. Aprendamos a descartarla para que solamente quede entre nosotros el trigo. Viviremos mejor habiendo purgado nuestro interior de todo lo que hace daño.
Ya no tenemos tiempo para cizaña. Arranquémola y quemémola. Gocemos de estos años que nos quedan cosechando el trigo y sembrando para el mañana el trigo que no cosecharemos. Reconozcamos que si no hemos aprendido a diferenciar el trigo de la cizaña no hemos aprendido a vivir. Aunque es fácil diferenciarla, no es fácil, es muy difícil, descartarla, porque la cizaña echa raíz en nosotros en nosotros y arrancarla puede que signifique arrancar parte de nosotros mismos. También porque como corremos a todas partes, en un interminable parloteo, no nos damos tiempo de diferenciar y de arrancar. Para ello necesitamos un poco de quietud, de estar con nosotros mismos, de no tener miedo a algo de soledad. Recordando que Dios nos habla en el silencio del corazón.
Como dice el Evangelio: “cuando ya están maduros los granos el hombre echa mano a la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”. Estamos viviendo el tiempo de la cosecha. Cuidado cosechamos cizaña por no ver el trigo. Seamos cuidadosos con lo que cosechamos. Seamos particularmente cuidadosos con lo que sembramos y aún no cosechamos, porque es probable que no cosechemos todo lo que hemos sembrado en nuestros hijos, lo que estamos sembrando en nuestros nietos, lo que sembramos y seguimos sembrando en nuestro entorno. Esa cosecha futura, que no veremos, será la única herencia válida que dejaremos en la tierra.