Hace tiempo el país era calificado como el “jaguar latinoamericano” debido a su acelerado crecimiento económico producto de una desenfrenada inversión pública. Mientras se pretendía erigir al SSXXI ecuatoriano como el precursor mundial de los grandes resultados económicos, la realidad encubría un descomunal perjuicio al Estado como consecuencia de sobreprecios, coimas, sobornos, despilfarro, lavado de activos y corrupción generalizada. Moreno era vicepresidente y no sabía nada de lo que sucedía a su alrededor; ahora, como el único buen socialista dentro de la tribu, pero con el grado de presidente, cree entenderlo todo, excepto que la comunidad internacional de ingenua tiene muy poco y que su percepción del país ha cambiado, pero no lo suficiente para invertir en él.
Entre las preguntas que se plantearían los prospectos inversionistas ante el nuevo país presentado por Moreno: ¿Cuántos funcionarios de la pasada administración se mantienen en el actual Gobierno? ¿Cómo así no se venden las improductivas empresas estatales? ¿Por qué se mantiene el monopolio de las aseguradoras del Estado? ¿Cuántos presos hay en el país por las pérdidas sufridas por el erario público? ¿Cómo se pretende eliminar las distorsiones económicas producto de los subsidios estatales? ¿Cuán confiable sería el país en manos de la Vicepresidente?
El fracaso dejó de llamarse SSXXI para tomar el calificativo de “progresismo moderno”, del que Moreno hace alarde sin poder definirlo, pero que no es otra cosa que una misma hacienda con otro nombre.
Bien dicho , el mismo tigre con más o menos rallas. Lo de este farsante es cambios cosméticos.