En términos estrictamente económicos el país necesita recortar gastos, impulsar la inversión extranjera, aumentar la tributación, generar empleo e inducir al ahorro nacional. Las tibias medidas anunciadas tripartitamente el pasado martes quedaron mal parqueadas en un mesiánico llamado a la confianza (Moreno), un apalancamiento en una supuesta mayor competitividad (Jurado) y en una mitigante reestructuración presupuestaria (Martínez). Dejar la decisión sobre el futuro de los precios de los combustibles de mayor consumo a mesas de trabajo fue un demagógico despropósito y demostró falta de entereza del mandatario en asumir el costo político.
Cabe recordar que fue él mismo quien pretendió utilizar el dinero electrónico (visita de Varoufakis) para desdolarizar mientras anclaba su gestión presidencial en políticas de encerramiento económico (nombramientos de de la Torre y Viteri). En aquellos tiempos, según Moreno, el Ecuador era un país dividido, polarizado y solo ahora estaría entonces listo para encarar el reto de la austeridad. La generación de un ahorro anual de $1 millardo no solo es marginal para los fines procurados, pero para acceder a dicha cifra se requiere asumir sacrificios nacionales ausentes del léxico y voluntad del Presidente.
Si los ministros de Estados deberán ahora pagar la gasolina de sus vehículos oficiales, ¿quién sufragará entonces el combustible de los aviones presidenciales? Al FMI no le importará quién lo haga mientras el mando ejecutivo sea ejercido con férrea disciplina fiscal.