Desde que Hugo Chávez pronunció un día dos de febrero de 1999, aquellas, para muchos, irreverentes palabras, con las cuales calificó de moribunda a la vigente, hasta ese momento, Constitución de 1961, han transcurrido un par de décadas. Con aquel juramento, al margen de la misma, se comprometió a impulsar la transformación democrática de la República mediante una nueva Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos. Completaba de ese modo, igualmente, el golpe de estado comenzado en 1992. Aunque esta vez lo hizo efectivo en otro escenario distinto, el de la política.
A partir de entonces y continuando una vieja tradición latinoamericana de dos siglos, de la que Venezuela ha sido una gran protagonista, la Constitución Bolivariana al igual que todas sus antecesoras, ha sido vista por el pueblo como una especie de varita mágica que sirve para cambiarlo todo. Una cándida, a la vez que desalmada, encarnación de los vicios y virtudes del país, así como de los aciertos y errores de sus lideres; suerte de imagen mística, hacedora de milagros, a la cual achacarle, igualmente, todo lo bueno o lo malo de un gobierno o de un sistema político en general. Algo que los viejos políticos del siglo pasado y antepasado, entendieron a la perfección, llevando siempre un proyecto de constitución debajo del brazo, como si de una tienda de campaña se tratase.
Una tradición, que como lo hemos comentado en alguna oportunidad, fue si se quiere, iniciada en Venezuela por Simón Bolívar, cuando ya en diciembre de 1812, en el Manifiesto de Cartagena, le echa la culpa de la caída de la Primera República a la incipiente Constitución de 1811. Como se sabe, el propio Bolívar llegaría a promulgar tres constituciones posteriormente; una para Venezuela, la de Angostura de1819, una para la Gran Colombia en 1821 y otra para Bolivia en 1826, esta última la mas polémica de todas, por las propuestas absolutistas de su contenido.
Por eso no es de extrañar, que después de estar gobernando desde finales del 2012, con su primera presidencia de seis años por concluir y una segunda, ya asegurada por adelantado, tras ganar en mayo pasado las elecciones del nuevo periodo constitucional, que formalmente debería comenzar en enero del 2019, Nicolás Maduro quiera tener su propia Constitución; tal como la tuvieron Bolívar, Páez, Falcón, Monagas, Guzmán Blanco, Castro, Gómez, Medina, Betancourt y Chávez, entre otros.
La instalación de la espuria Asamblea Nacional Constituyente en agosto del 2017, emulando a su mentor Hugo Chávez, sirvió, en su momento, para hacerle frente al poder Legislativo que encarnaba la Asamblea Nacional en manos de la oposición y seguirla soslayando sin que las violaciones flagrantes a la Constitución de 1999, la de Chávez, se hiciesen tan evidentes; pero no fue obviamente su único propósito político, pues una Constituyente no tiene sentido sino redacta y aprueba una Constitución, sin importar lo que se tarde en esa empresa. Por eso, ya se anuncia por parte del gobierno que la comisión encargada de tan importante tarea está conformada y que será presentado un borrador de sus tres primeros capítulos próximamente, por lo cual podemos presagiar una novela por entregas, donde con cada una de ellas los venezolanos Irán descubriendo cosas que les pondrán, aun más, los pelos de punta.
Después de un año de vida de la Asamblea Nacional Constituyente, eso y alguna información venida de la prensa, por declaraciones de diferentes personajes y fuentes extranjeras, advirtiendo sobre la eliminación de la propiedad privada y del sufragio personal y directo, es lo único que se conoce de esa potencial nueva Constitución, aunque su contenido pueda predecirse sin ser clarividentes. Seguros estamos de que le corresponderá a Maduro el honor de ser el primer mandatario en la historia de Venezuela en promulgar una carta magna de corte totalmente socialista, al mejor estilo cubano.
Bases para afirmar esto sobran. Los propios discursos de Maduro asegurando desde que llegó al poder que profundizaría el socialismo iniciado por Chávez, algo que ha venido haciendo; así como sus ultimas políticas de estrechez económica y social, culminadas en el racionamiento de la gasolina y demás bienes de consumo, a través del ¨carné de la patria¨, así lo evidencian.
La Constitución de 1999, también conocida como bolivariana, tiene casi lo mismo que el chavismo en el poder sin haber sido modificada formalmente. Mucho mas de los casi ocho años que, en promedio, han tenido, en general, las anteriores constituciones de vida. Demasiado tiempo, quizás, para una constitución que viene desaplicándose desde su mismo origen, porque no fue hecha para romper con la tradición y que cada día resulta mas incomoda, mas fastidiosa y menos necesaria en la Venezuela de Maduro.