Fue en julio de 1991 cuando George H.W.Bush, presidente de los Estados Unidos, nominó al entonces juez de apelaciones del Distrito de Columbia Clarence Thomas como candidato a la Corte Suprema. El escándalo explotó de inmediato, a través de los medios, al hacerse pública la denuncia en su contra por acoso sexual de la abogada Anita Hill, quien había sido su subordinada en los ochenta, cuando Thomas presidía una agencia gubernamental encargada de estudiar los casos de discriminación y desigualdad de oportunidades en el trabajo. La señora Hill, graduada en Yale, hoy en día una activa defensora de los derechos de la mujer, al presentar su caso con lujo de detalles, ante el comité judicial del senado, levantó toda una polémica, exponiéndose a fuertes críticas de la opinión pública en una época en la cual el “sexual harassment” aún no había alcanzado la connotación social actual, ni su impacto global.
Treinta y siete años después, la historia vuelve a repetirse de manera casi idéntica. Un nominado por el Partido Republicano a la Corte Suprema, es acusado de ¨sexual misconduct¨ y un posible intento de violación por una compañera del bachillerato, la profesora universitaria Christine Blasey Ford, quien en la comparecencia para exponer sus alegatos ante la audiencia senatorial que debe evaluar al candidato, viste de azul, al igual que lo hiciera Anita Hill en su momento.
Pero también hay algunas diferencias notables, el suceso narrado por la denunciante ocurrió casi cuatro décadas atrás, cuando ella y el designado Brett Kavanaugh, eran estudiantes de la secundaria y ambos, menores de edad, participaban en una fiesta juvenil, en la cual Kavanaaugh y unos amigos estaban supuestamente muy borrachos, según la propia víctima. Mientras que en el caso anterior se trataba de algo mas reciente, dentro de una relación de poder y subordinación, en la cual, para colmo, el jefe de la señora Hill era un funcionario público, aspirando a otro cargo aún mayor.
Tampoco había aparecido un movimiento en las redes sociales tan influyente y definitivo como el Me Too, al que Anita Hill contribuyó, en gran manera, con su valiente postura.
Sin embargo, en los dos casos sucedió lo que se preveía, y sin mas evidencias que la palabra de uno contra el otro, el senado confirmó a los candidatos. La política, nuevamente, se impuso sobre todo lo demás, Me Too, incluido. Al final de cuentas, no se trataba más que de la simple lucha entre Republicanos y Demócratas por un puesto, en un ente político como es la Corte Suprema de los Estados Unidos. Atrás queda todo lo otro, la hipocresía la moral, el afán de justicia.
Por eso, en el caso de la denuncia de la señora Ford, élla debió haberlo pensado dos veces antes de actuar, conociendo el resultado de la acusación de Anita Hill, a nuestro modo de ver mucho mas contundente.
Transcurridos mas de treinta y cinco años, cuando élla y Kavanaugh eran todavía adolescentes, cualquier hecho como el denunciado pierde, al igual que una foto de la época, coloración. Adicionalmente, a diferencia de su predecesora, la señora Ford inició el proceso de denuncia tocando una tecla política, la de las senadoras demócratas Anna Eshoo y Dianne Feinstein. A esta última le remitió una carta, contándole su caso y solicitándole mantener el asunto como confidencial. Algo si se quiere bastante ingenuo por parte de la señora Ford, quien además de adulta, es una psicóloga con un doctorado encima, por lo que debió, al menos, haber intuido que este tipo de asuntos nunca quedan sin nombre ni apellido.
«Creo que es mi deber cívico decirles lo que me sucedió» alegó Ford al momento de testificar ante el comité del senado. Pero que es un deber cívico ejercido con tanto tiempo de retraso cuando ya el denunciado Kavanaugh, un ortodoxo representante de la corriente constitucional conocida como originalista, tiene casi tres lustros como juez tomando decisiones importantes. Algunas con trascendencia en el ámbito de la inmigración, del porte de armas y del aborto, que lo convierten, precisamente, en uno de los mejores y mas brillantes candidatos que tienen los conservadores republicanos para llenar la actual vacante de la Corte Suprema.
Quién sabe, si en esos cruces y caminos inescrutables del destino, Kavanaugh, católico practicante, quien ha quedado muy tocado moralmente, tras la acusación pública de Ford, y puesto allí por Trump, no tanto para apoyar la prohibición del aborto, que no creo le interese mucho, sino mas bien por sus opiniones verticales sobre la inmunidad presidencial, no sea el llamado a resolver con la varita mágica de la justicia algunos de los temas mas álgidos de la sociedad norteamericana, entre los que se encuentran el acoso sexual y la violencia racial .
La señora Ford, por su parte, tendrá que luchar con sus demonios, para darse cuenta que después de casi cuarenta años, un joven con problemas de conducta, puede llegar a regenerarse en su vida adulta, a tener un comportamiento ejemplar, hasta ahora no se conoce lo contrario, y ser incluso un buen ciudadano,un buen padre de familia y hasta un buen defensor de la ley. Pero, sobre todo, lo mas importante, que después de tanto tiempo sin olvido, ni perdón, lo que queda no es justicia, sino mas bien venganza. Y esta última, nunca ha sido una buena consejera.