21 noviembre, 2024

Carta triste

Creo que ha llegado la hora de un cambio. El mundo se ha dirigido, vertiginosamente hacia la izquierda. ¡Debemos volver al derecho! Salgamos del materialismo y volvamos al romanticismo. Dejemos lo físico y volvamos a lo espiritual. ¿Qué lo que había era cinismo? ¡Yo lo llamaría más bien respeto!

Volviendo a mi Ecuador 20/20, una visión diferente, quiero volver al siglo XIX y XX, recordando poesías románticas, que no deberíamos haber permitido que desaparezcan. El romanticismo da ternura al alma, y creo que es necesario que volvamos a esos tiempos.

Voy a presentar ahora una poesía de Juan de Dios Peza, que se llama “Carta triste”.

CARTA TRISTE
Juan de Dios Peza

Encontreme en la calle cierto día
un paquete de cartas amorosas,
que parece que el dueño arrojaría
cual ramo inútil de marchitas rosas.

Comencé a revisar cartas aquellas
porque curioso soy, aunque sea impropio,
y después de mirar algunas de ellas,
hallé esta carta, que llorando copio:

“Manolo de mi vida, yo no ignoro
que mis cartas de amor te mortifican.
Yo sé que si pronuncio un “Yo te adoro”,
tus amantes presentes, me critican.

Yo sé que otras mujeres se han brindado
para hacerte olvidar horas felices,
que yo soy para ti nada más que un pasado,
¡Un alegre pasado que hoy maldices!

Que yo soy una flor que tú llevaste
prendida en el ojal de tu levita,
una flor que más tarde despreciaste,
por encontrarla ya, mustia y marchita.

Yo no ignoro que tú ya no me quieres,
aunque talvez jamás me hayas querido;
en este ingrato mundo las mujeres
juguete de los hombres siempre han sido…

Pero aunque sepa yo que tú me engañas,
que en tu vida ya soy punto y aparte
quiero antes de dejar esta campaña
de nuestro amor, la historia recordarte:

Cuando apenas contaba quince años,
de amor me requeriste en baile regio,
yo entonces no pensaba en desengaños,
de salir acababa del colegio.

Con destreza admirable me brindaste
un amor sin igual, puro y vehemente
y sin mucho trabajo conquistaste
mi joven corazón aún inocente.

Mi madre muchas veces me advertía
que tú al jurarme amor, habías mentido,
pero yo sus palabras no entendía
y al mirarla llorar, he sonreído.

¿Por qué de sus consejos me he burlado?
Me pregunta al mirar mi madre augusta,
yo no sé por qué siempre hemos amado
a aquel que a nuestra madre más disgusta.

Mi padre me advirtió con gran cariño
que no pensara en ti, que no me amabas,
pero mi corazón que era tan niño
sólo pudo entender lo que tú hablabas.

Cuando yo te contaba los consejos
que me daban mis padres diariamente,
me contestabas tú: “Cosas de viejos”
y besabas mi boca ardientemente”

Yo no me imaginé que tú estuvieras
prendado nada más de mi belleza,
como nunca pensé que pretendieras
el cometer conmigo tal vileza.

Pero me equivoqué, me abandonaste
cuando me era imposible el olvidarte
y desde entonces, ya no me escuchaste
ni mis lágrimas lograron ablandarte.

Tanto me hizo sufrir el desengaño,
que estoy desde aquel día enferma y triste;
hace que me olvidaste, casi un año
y aún no puedo olvidar lo que me hiciste.

Muchas veces mi madre lagrimosa
se ha puesto ante mi lecho de rodillas
y como madre al fin, muy cariñosa
me ha dicho así, besando mis mejillas:

“Hija, no sufras más, sé decidida
y olvida para siempre a ese ladino,
que pretende cortar tu joven vida;
es un hombre malvado, un asesino.

No pienses un momento en el malvado
que ha secado la fuente de tu llanto;
ese infame, mi bien, me ha despreciado
al despreciarte a ti, que vales tanto.

Y así sigue mi madre aconsejándome,
pero yo sus palabras nunca entiendo;
muchas veces termina regañándome,
pero yo la discuto y te defiendo.

Pero ayer insistió con mucha pena
y después de besarme, así me dijo:
“Te suplico que olvides a esa hiena
y si no basta el ruego, te lo exijo”

y al escuchar la forma en que me hablaba
y ante resolución tan decisiva,
sólo le supliqué que me dejara
escribirte, Manolo, esta misiva.

Será la última carta que te envío
porque la muerte ya me está llamando,
talvez cuando a ti llegue, amado mío,
yo me encuentre en el lecho agonizando.

En cartas anteriores te decía
que no quería morir, sin antes verte,
pero no vengas ya, tarde sería,
siento que está muy próxima la muerte.

¡Cuánto lloro al saber que provocaste
la enfermedad que hoy mina mi existencia!,
¡Cuánto sufro después que me engañaste
y que burlaste, ingrato, mi inocencia!

Hoy recuerdo llorando, aquellos días
en que te vi y hablé por vez primera,
cuando tú de rodillas me decías
que dabas por mi amor, tu vida entera.

¡Cuánta mentira, oh Dios!, cuánta impostura
¡Con qué facilidad mentís los hombres!
¡Qué fácil os burláis de una criatura
para hacer que resuenen vuestros nombres!

Mientras de tu fortuna harás derroche
engañando a otra joven desdichada,
yo en silencio llorando por la noche
humedezco con lágrimas mi almohada.

Aunque es tan fuerte el golpe que me has dado,
que me quita la vida tu abandono,
yo juzgo como Cristo tu pecado:
Sufro las consecuencias… y perdono.

Sólo pido un favor, si no te opones:
Si a otra infeliz encuentras en tu vida
que te adore cual yo, no la abandones.
¡Mira que morirá si tú la olvidas!

Ya no puedo escribir, tiembla mi mano,
me sorprende de tos un fuerte acceso,
pronto voy a morir. ¡Adiós, Manolo!
Recibe de tu Lila, el postrer beso”.

Cuando yo me enteré de la presente
dictó mi corazón esta sentencia:
Compasión a la joven inocente
y desprecio al malvado sin conciencia.

Tres años han pasado desde el día
en que encontré la carta que he guardado;
tres años han pasado… y todavía
recordándola a veces, he llorado.

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