Ecuador navega aún sin rumbo cierto luego del aparente compromiso adquirido por Moreno en comenzar a resolver sus grandes problemas económicos aunque sin la reestructuración de su deuda. El país necesitará este año US$10 millardos en préstamos para apenas funcionar, pero su consecución se tornaba cada vez más compleja, por sus altas tasas de interés y plazos cortos, pero sobre todo difícil porque el mercado reconocía al fallido Estado como proclive a un default.
El régimen necesitaba actuar y al hacerlo ha reconocido implícitamente sus errores. Ante una inminente cesación de pagos y un escenario que sobrepasa su capacidad de gestión, Moreno tiene el mérito de haber renunciado a su intento de terminar su mandato sin enfrentar significativas restricciones presupuestarias y apenas con mínimos impactos colaterales.
El FMI intervendrá con un programa de rescate dado que la desintegración económica del país es una fehaciente valoración estadística acentuada en los últimos 12 años. Sin embargo, la colaboración del Fondo precisa intrínsecamente de un acuerdo con un Gobierno fuertemente anclado en términos políticos. La conformación del nuevo gabinete estratégico y sectorial, lejos de afianzar la posición política del Gobierno, solo confirma lo que hace tiempo es por demás evidente. Moreno no gobierna. ¿Quién será entonces el responsable de aplicar las políticas del FMI? Sonnenholzner, hoy políticamente marginado, será el constitucionalmente llamado a ejercer un liderazgo desconocido en el país.
¿Tendrá la talla?