Mi vida ha sido bendecida con muchos regalos de dios.
Uno de los más hermosos fue tener a mi padre como padre.
Aparte de ser mi papá, fue mi hermano mayor y los años cercanos a su muerte; mi hijo.
Por encima de todo lo que este ser maravilloso fue para mí existencia; fue sin duda alguna mi mejor amigo.
Era un hombre carismático y poseedor de una amplia sonrisa.
Tenía el optimismo personalizado bajo su piel y su accionar solo tenía sentido si lo hacía para dar sentido al accionar de los demás.
Muchos de sus problemas personales fueron los problemas personales de otros, que los hizo suyos debido a la imposibilidad de no poder dejar de hacer lo que tenía.
La gente lo quería.
Acompañarlo a cualquier lugar significaba estar al lado de un hombre al que constantemente la gente saludaba o abrazaba para testimoniarle su cariño.
Tuvo mucho éxito en lo que hacía y fue muy reconocido por ello.
También hubo personas que por envidiarlo no lo querían.
Su mayor patrimonio lo tenía en su tierno corazón.
Querido por todos, quiso a todos.
Tengo la bendición de ser muy parecido a él.
Mi forma de ser o actuar es como su forma de ser o actuar.
Soy reconocido por lo que hago y recibo constantemente muestras de cariño, admiración y respeto de toda clase de personas.
Pero a diferencia de mi padre, desde muy pequeño fui un peleador que no tenía miedo y esto me hacía vulnerable porque me convertía en imprudente.
Les confieso también que he tenido rencores que me volvían muy enfrentativo con quienes me trataban de dañar.
Mi padre no era un peleador y gracias a dios sí tuvo el miedo necesario que lo hacía muy prudente. Nunca tuvo rencores contra nadie.
Jamás buscaba una revancha y no sintió resentimientos para lo que algún enemigo le hacía.
Por eso siempre digo que a pesar de ser igual a mi papá, él fue muchísimo mejor hombre que yo.
Tengo otra bendición…
Mi hija Paola es igualita a mí.
Su forma de ser y sus valores, son los mismos que yo tengo y también los que mi padre tuvo.
La Gorda es una persona carismática a la que todos quieren.
Tiene una sonrisa cundida por la prisa del reír.
Constantemente recibe muestras de cariño en todo lo que hace. Su propósito para existir es el mismo que yo tengo para mí existir.
La diferencia entre la Gorda y yo, es que ella es como mi papá y no tiene rencores ni es peleona.
Es por eso que mi hija Paola es muchísimo mejor ser humano que yo.
Su hijo mayor se llama Ricky y es igualito a ella.
Siendo ella igualita a mí, también mi nieto es como yo y por supuesto igual a mí papá.
El Papa (así le digo a Ricky) es un ser maravilloso, cuyos amigos lo quieren de una forma inconmensurable.
Acaban de darle una placa donde lo reconocían como el mejor compañero de su promoción.
Tiene mucho éxito en lo que hace y es reconocido por todos.
Cuando lo acompaño, todos lo saludan y se sonríen con él.
Su forma de ser es igual a la de su mamá, a la mía y a la de su bisabuelo.
Su accionar solo tiene sentido si genera el sentido de accionar a los demás.
Es capaz de ser íntimo amigo de alguien que recién conoce y le da lo mismo hablar con un presidente o cualquier betunero.
El Papa es muy carismático.
Tiene una sonrisa que ilumina cualquier oscuridad.
Dueño de una inteligencia privilegiada, es brillante e intuitivo.
Es extrovertido y expresivo con los niños.
A sus primos menores los besa con ternura.
Es juguetón y muy fregón.
Por donde quiera que pase, sus primos gritan por las bromas que les hace.
Su mayor fortaleza es tener un inmenso corazón donde alberga los mejores sentimientos para los demás.
A diferencia de Paola pero siendo igual a mí; el Papa es enfrentativo cuando debe y también guarda algo de rencores como yo.
Los cuatro somos iguales.
Pero eso sí; ni Paola ni mi papá son rencorosos.
En cambio el Papa y yo de alguna manera sí lo somos.
Les voy a poner un ejemplo de lo igual que actuamos los cuatro para poder explicarlo mejor.
Cuando mi papá se golpeaba el dedo chiquito de su pie contra la pata de una silla gritaba: ¡Chuch…madre!
Cuando me golpeo el dedo chiquito de mi pie contra la pata de una silla grito: ¡Chuch…madre!.
Cuando Paola se golpea el dedo chiquito de su pie contra la pata de una silla grita: ¡Chuch…madre!
Cuando el Papa se golpea el dedo chiquito de su pie contra la pata de una silla grita: ¡Chuch…madre!
Este reflejo condicionado es una respuesta genética.
Nunca hemos conversado sobre esta reacción entre los cuatro, pero todos la tenemos como una característica individual para reaccionar frente a lo mismo.
Nuestra forma de ser es tan igual entre nosotros, que para mí constituye la mayor bendición otorgada por dios sobre los cuatro y la principal razón del porqué siendo tan iguales somos tan distintos.