La fe normalmente se transmite de padres a hijos y antecede a cualquier interés personal, motivación económica o creencia política, particularidades desarrolladas con algún criterio a partir de la adolescencia. Resulta imposible para el individuo, salvo casos excepcionales, volverse antagonista y demagogo antes de recibir las aguas bautismales. La fe, por tanto, precede a la conversión del individuo en revolucionario y/o delincuente. He ahí una de las razones por las que los malandros rezan y hasta frecuentan la Iglesia. La religión, refugio espiritual de los mortales, se ha constituido también en uno de los atenuantes mediáticos a través de la cual hasta los condenados por la opinión pública intentan redimirse socialmente.
Hace casi 7 años un importante cuadro del Gobierno revolucionario, de familia notablemente creyente, dejaba su cargo sin poder sustentar gastos reservados efectuados bajo su estricta responsabilidad. Su visa estadounidense fue rápidamente puesta a prueba y en menos de 72 horas se encontraba de compras en Dadeland Mall. Los adquiridos gustos burgueses, aquellos contra los que furibundamente despotricaba en su tarima política, se imponían sobre los ideales del proletariado.
Más allá de la creencia religiosa, por herencia o formación, y la propensión al consumo, justificada o no, el individuo es finalmente libre de actuar como le plazca. Cabe entonces a la sociedad constituirse en el infranqueable filtro al que los indeseables no tengan acceso cuando la institucionalidad deja de responder.
Son los hechos, las acciones concretas, cumplidas a cabalidad, –sin adornos ni promesas, ni palabras lindas– las que efectivamente definen a una persona.
Todos los que me han tratado saben perfectamente que mi palabra vale más que una firma y que lo que prometo lo cumplo. Por esa particularidad personal un asambleísta de la década perdida manifestó » es una mujer difícil, porque no tiene rabo de paja». LO TOMÉ COMO UN ELOGIO Y NO COMO UNA OFENSA.