En las primeras líneas de su interesante y controversial libro “El capital en el siglo XXI”, Thomas Piketty formula una pregunta que no por trivial deja de tener contenido trascendental: “¿Pertenece al pasado el enfrentamiento capital-trabajo, o será una de las constantes del siglo XXI?”
Las modalidades de trabajo han evolucionado de manera acelerada en las primeras dos décadas de este siglo, especialmente por el uso intensivo de tecnologías de información y comunicación, (TIC ́s); al punto que procesos diseñados para ser cumplidos mediante robotización y otros instrumentos de inteligencia artificial, son cada vez más frecuentes en la industria llamada 4.0., con predominio de la digitalización. Y en Ecuador no hay cómo quedarse al margen de esta 4ta. revolución industrial.
Históricamente el capital ha sido escarnecido como símbolo de la explotación inmisericorde del hombre por el hombre. La visión marxista de lucha de clases entre proletarios y burgueses, ha dominado el discurso político tanto en la izquierda cuanto en la derecha, con sus variopinta versiones populistas. Y no obstante ser verdad que en los inicios de la primera revolución industrial, tal explotación motivó reivindicaciones sociales para sofrenarla, no es menos cierto que la misma acumulación de capital permitió desarrollar de manera progresiva, métodos de trabajo racionales con el propósito de aliviar el esfuerzo físico de los trabajadores, e incrementar la productividad mediante la ayuda de maquinarias y equipos.
Las exigencias laborales de hoy, son esencialmente distintas a las que prevalecían hasta hace poco: a veces no es necesario estar físicamente en el puesto de la fábrica o del taller, porque el contrato puede ser por obra determinada; o quizá demande para su ejecución, menos tiempo que las 40 horas semanales establecidas en la ley. El teletrabajo y esquemas laborales no convencionales que incluyen el cumplimiento de tareas desde el domicilio; la subcontratación con proveedores de partes y piezas; la prestación de servicios externos que pueden ser de naturaleza ocasional, intermitente o eventual; todos ellos, son escenarios diferentes para las relaciones entre empleadores y trabajadores, muchos no contemplados expresamente en el Código del Trabajo.
Para adaptarse a las nuevas realidades laborales, la reforma al sistema de contratación consensuada en el Consejo Nacional del Trabajo, prevé un régimen que sin exceder las 40 horas semanales puede repartirse en jornadas de duración variable, previa aceptación del trabajador. Para estimular emprendimientos, se les reconoce un régimen para contratar mano de obra, reduciendo altos costos de enrolamiento y despido del personal.
Esa propuesta —que me parece importante, pero tímida— ha provocado la reacción de ciertos dirigentes sindicales, quienes la repudian como parte del paquete de ajustes acordado con el Fondo Monetario Internacional. Así, ellos niegan la posibilidad de que se pueda generar empleo nuevo, bajo modalidades distintas a las tradicionales. Siguen repitiendo el catecismo del Manifiesto Comunista, según el cual “Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado”. Entonces, fanatizados por sus visiones clasistas, no parece importarles que aproximadamente el 60% de la PEA no dispone de empleo formal. Y ahí están, pataleando contra cualquier innovación que facilite la vigencia de nuevas formas de contratación laboral.
Y en eso, también les hacen el juego aquellos que desde el empresariado están convencidos de que los trabajadores son la parte deleznable —por desechables— del aparato productivo, pues casi no tienen capacidad para adaptarse a la innovación de procesos y no están calificados para entender los beneficios sobre la productividad derivados del uso adecuado de la tecnología; los consideran como personas de aptitudes elementales y, por lo tanto, condenados a ocupar —con las excepciones de rigor— los puestos más bajos en la escala salarial. Ellos ven las inversiones no como vehículo para multiplicar el conocimiento y crear por esa vía más
producción, sino como un ejercicio meramente rentista al que poco importa el desarrollo del factor humano. No son muchos los empresarios que piensan así. Pero de que los hay, los hay; de que piensan así, piensan así. Y de que le hacen el juego a los prejuicios de clase de algunos sindicalistas, les hacen el juego.
Sin embargo de lo dicho, he conocido empresarios y dirigentes sindicales que entienden la relación empleadores/trabajadores como un ejercicio de sinergia social, en el que todos tienen que aportar no únicamente lo que les corresponde en capital y trabajo, sino que están obligados a entender los procesos de producción como un esfuerzo económico compartido —incluso desde la perspectiva de preservar el ambiente— del cual la sociedad se beneficiará.
Para responder a la pregunta de Piketty, ha menester superar el manido discurso del enfrentamiento entre capital y trabajo, para que no sea una constante del siglo XXI. Es que han pasado más de 170 años desde el Manifiesto Comunista, y la lucha entre burgueses y proletarios, entre empresarios y trabajadores, resulta tan inútil como una guerra imaginaria, porque mira de reojo la realidad dramática del desempleo.
El enfrentamiento entre capital y trabajo pertenece al pasado. Al presente pertenece la tarea de enfrentar el desempleo, porque así también se enfrenta a la pobreza.
MAGNÍFICA SU ARGUMENTACIÓN. ES MÁS ÚTIL EN ESTOS TIEMPOS QUE ELIMINEMOS DEL DISCURSO COTIDIANO LA POLARIZACIÓN DE ESTOS DOS CONCEPTOS: CAPITAL Y TRABAJO. DISCURSO USADO PARA DIVIDIR, PUES ESO CONVIENE A LAS MAFIAS POLÍTICAS DEL ECUADOR. PROVOQUEMOS LA UNIDAD EN LAS DIFERENCIAS, JUGUEMOS TODOS A GANAR-GANAR. NO LE SIGAMOS EL JUEGO A LOS CORRUPTOS Y DEFENDAMOS EL DERECHO DE TODOS A LABORAR.
MM USTED PODRÍA SUBSISTIR CON 400 DOLARES MENSUALES?