Estamos en una época en la que todos exigen sus derechos, sobre todo las minorías, y con esa excusa atropellan a la mayoría. ¡Parece que el mundo ha olvidado una regla elemental del buen vivir! Todos tenemos derechos y nadie debe tener más derecho que los demás, porque eso sería una injusticia, y esa injusticia sería el inicio de la debacle y la desaparición de la convivencia humana. Eso es lo que intentó crear la década perdida que ya lleva 13 años y parece que aún va a persistir más tiempo.
Cuando alguien llega al poder y trata de imponer su criterio, no sólo a los demás, sino también perennizar ese criterio y obligar a los demás a aceptarlo y a seguirlo, ya sea con fines de lograr algo, o por simple capricho, el mundo está condenado al abuso del más grande, a la opresión del más débil, y a la desaparición de la armonía entre hermanos y conocidos, y la ley se usa para obligar a los demás a seguir lo que yo quiero que hagan, o a atenerse a las consecuencias.
Por eso, la regla del buen vivir, de la vida en armonía, exige que, si yo quiero tener un derecho, debo tener también obligaciones. ¡No hay derechos, si no hay obligaciones! Si yo quiero tener derecho a la vida, también tengo la obligación de respetar el derecho a la vida de los demás. ¡Todos somos iguales! Los abusivos, los asesinos, los asaltantes, se creen con el derecho a amedrentar la los demás, y el mundo, ante esta vorágine de abusivos ¡se calla y otorga! ¡Ya es hora de poner un ALTO a este abuso!
El enriquecimiento feroz del grupo gobernante, que aún continúa ejerciendo el dominio, porque sigue manejando la justicia, pese a la extraordinaria acción del Dr. Julio César Trujillo y al nombramiento de la fiscal, Diana Salazar, ha despertado en el grupo de ciudadanos avivatos el deseo del enriquecimiento rápido, tratando de acaparar puestos políticos para recibir dádivas, contratos, sobornos, comisiones y ofrecer obras y puestos con salario. Este es ahora el mejor empleo que se puede conseguir. Sólo se requiere simpatía, sonrisas a granel, y ser conocido (como decía Abdalá: “Que hablen de mí, que me nombren, no importa que hablen bien o mal, la gente no recuerda que se dijo, sólo recuerda el nombre”). Si se es un poco payaso se logra un poco más, pues se lo pasa como simpático.
Vamos a continuar con el tema. Hay mucha tela para cortar, y es necesario comprender el grave riesgo que corre la democracia con esta forma creciente de populismo, en el que los livianos de conciencia están queriendo hacer no sólo su agosto, sino su bisiesto.