No bien se hicieron evidentes las discrepancias con su antecesor, el gobierno de Lenín Moreno fue identificado por analistas y operadores políticos, como “de transición”.
Transición es, según el DRAE, la “acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto”, (tiene otras acepciones, pero la que cito se ajusta al tema de este artículo). Y aunque al principio, tanto las declaraciones como las acciones y la gente que rodeaba al Jefe de Estado, hacían sospechar de que el proyecto político de la revolución ciudadana se mantendría dentro de los cauces trazados por el ex presidente Correa, poco a poco se fue configurando la idea de que el país estaba pasando de un “modo de ser o estar” intolerante, a “otro distinto” caracterizado por formas sosegadas de aceptar la opinión discrepante sin descalificar, ni amenazar, ni perseguir.
Algunos llegaron a confundir esa transición como síndrome de transitoriedad. Y entonces decían que el de Moreno sería un gobierno pasajero, temporal, quizá hasta efímero. Y claro, detrás de esa caracterización de transitorio, se ocultaba el deseo de que terminase su mandato por abandono, para —casi obligándole a dar un paso al costado— permitir que los guardianes del correismo duro y puro, posicionados muchos de ellos en puestos claves de la administración pública, continuasen aplicando el manual que Correa dejó escrito para su sucesor, como recetario de observancia obligatoria.
Y así no ocurrió porque transcurrida la primera mitad de su período presidencial, ni Moreno dio un paso al. costado ni el recetario correista se observó a machote, incluyendo el capítulo no escrito pero obvio de solapar la corrupción para no ser considerado “traidor”. No hubo gobierno transitorio; contra todo pronóstico se fue consolidando uno de transición, con sus tonos blancos, negros y grises especialmente en el manejo de la economía; y cuyo mayor logro es haber sacado al país del camino hacia el precipicio chavista.
Con tales antecedentes, Moreno inicia la última mitad de su período como un gobierno que se mantendrá en el poder por obra y gracia de la transacción, es decir —y siempre según el DRAE— por tratos, acuerdos y negocios. Eso lo demuestra el simple hecho de haber conformado mayoría parlamentaria, para elegir Presidente de la Asamblea Nacional a un militante de segunda línea del oficialismo. (Aunque en realidad, la bancada gobiernista más parece uno de esos equipos que en el fútbol profesional son conocidos como “ascensores” por su costumbre de subir y bajar de categoría)
La transacción no es ni buena ni mala, per se. Es una coyuntura consustancial de toda democracia bien manejada. El problema es que un gobierno débil o dubitativo, no puede llegar a acuerdos sin mostrar que su comportamiento y rumbo son predecibles,,, porque de no ser así, la transacción se convierte en instrumento tan peligroso como mono con estilete. La prueba está en la diversidad que los asambleístas identificados con el régimen, registraron en la votación de la censura fallida a la ex canciller Espinosa. A la hora de decidir, el bloque se dividió en actitud vergonzante. Y ya se advierte que en el anunciado juicio político a la ministra de salud también apellidada Espinosa, el voto de
los legisladores pro gobierno podría terminar salvándola de ser censurada, poniendo en riesgo la transacción que permitió tener mayoría en la legislatura.
La madre de todas las transacciones será, sin lugar a dudas, pasar las leyes que se requieren para completar las reformas acordadas con el FMI. Anunciar tales reformas y el mismísimo Acuerdo con el Fondo, de por sí son evidencias que el de Moreno es un gobierno de transición del correismo atávicamente asociado al chavezsocialismo del siglo XXI, para volver a una economía basada en el mercado. Es que hay reformas como las laborales y tributarias, que solo podrán impulsarse en la Asamblea, si el gobierno de transición tiene capacidad de transacción.
Ojalá que para eso no medie una olla rebosante de arroz verde, con bastante cocolón…