Cuando hablamos de comparaciones suelo referirme siempre a ese proceso o estrategia mental que permite establecer semejanzas y diferencias entre dos objetos, situaciones o personas. Por supuesto, todo profesor medianamente preparado, conoce que para analizar un tema determinado el cerebro requiere de observar y comparar como pasos previos a relacionar los conceptos, clasificarlos y luego emitir evaluaciones claras, concisas y precisas.
Hace algunos días leía la información que sobre el tema “aerovía” y “metrovía” hacía un importante diario de la ciudad a propósito de haber entrevistado a algunos “especialistas”; quienes –desde su óptica- parecían analizar integralmente el tema propuesto, a la sazón… ¿es comparable la aerovía y la metrovía?, llegando a la conclusión de que el sistema “aerovía” era inconveniente para la comunidad por su costo económico…
Pero… ¿en qué se basaban las personas entrevistadas para llegar a tal opinión?
Debo confesar que me motiva mucho analizar el comportamiento humano, la manera cómo la gente utiliza las estrategias del cerebro para pensar y luego expresarse –muchas veces con total convencimiento-. Si usted amigo lector, analiza la información, tanto los “expertos” consultados como los periodistas que escribían, usaban única y exclusivamente la variable o criterio “número de pasajeros que transporta” para expresar un punto de vista conjunto acerca de la conveniencia o no de tal o cual sistema de transporte. En investigación científica podría decirse con evidentes “sesgos” de pensamiento.
Para hacer una buena comparación que lleve luego a una evaluación éticamente confiable, tenemos que utilizar lo que en ciencia cognitiva suele llamarse “pensar en todos los aspectos”. Existen múltiples aspectos que tomar en cuenta si se quiere evaluar integralmente un tema. Por ejemplo… ¿pensaron los “expertos” en evaluar el aspecto “relación de la aerovía y la metrovía con el turismo?. Se les ocurrió la variable “uso de energía limpia en los dos sistemas?, si acaso… “utilidad para el ecosistema ciudad del uso de energía eléctrica o química?. Pensaron en la variable “seguridad para los usuarios”, “rapidez en el transporte”, “ahorro en la contratación del recurso humano” o tal vez… “publicidad amigable en los dos sistemas para los anunciantes”?. Y miren que se me quedan otros tantos criterios o aspectos por considerar para poder emitir con pertinencia una valoración que no se vea sesgada por los filtros de los evaluadores.
Mi artículo no intenta defender uno u otro sistema, no, no es el caso. Quisiera mostrar a mis lectores lo injusto de querer evaluar un tema tan importante –y así muchos otros- con uno o dos criterios que desde ningún punto de vista hablan de lo holístico, integral e integrador que requiere el análisis para ser considerado éticamente confiable. Lo mismo ocurre cuando queremos evaluar a un funcionario público o privado, un proceso gubernamental, una organización de servicio social, un docente, una comunidad de padres de familia o cualquier otro sistema o subsistema formado por seres humanos. El debate –útil para toda sociedad civilizada- requiere que todos los que emitimos una evaluación –un juicio de valor- podamos sustentarlo no sólo científicamente sino evaluando todos los aspectos, todos los criterios posibles para encontrar lo más cercano a lo justo y lo correcto, sólo así avanzaremos como divulgadores de información y podremos sentirnos tranquilos de estar haciendo nuestro trabajo sin sesgos y con elevado compromiso ético para todos aquellos seres humanos que nos leen y/o nos escuchan.