Enseñar al que no sabe es tan bello como aquel mandamiento del Decálogo que dice: Dad de comer al hambriento. Mirada desde este elevado concepto la labor de los maestros en general, no cabe vacilación para proclamarlos como los seres selectos de la humanidad. Porque evidentemente, ellos son los que al margen del aplauso, silenciosamente, día tras día, enseñan sin cesar a la niñez. Y mientras los primeros años van plasmando en las cualidades físicas del niño, sus signos, sus efectos de desarrollo; el maestro también, siguiendo el ritmo interminable del Tiempo, va dibujando, diremos así, los primeros lineamientos de su ilustración, de su educación para la edad juvenil, época ésta en que el ser comienza a mirar, a ver, más de cerca, la cruda realidad de la existencia. Y es entonces, cuando la enseñanza del maestro entra en pleno vigor, mientras el hombre camina por el dilatado sendero del vivir…Si hay alguna persona a cuyo paso debemos descubrirnos rendidamente, es un maestro de escuela; y si es maestra, pues esperar que pase, sombrero en mano.
Necesitamos enseñanza no para cerebros de intelectuales únicamente, sino para corazones nobles y patriotas y conciencias rectas y desinteresadas. Nadie nos salvará, nada nos empujará hacia horizontes de progreso y bienestar, sino la educación y la enseñanza, la educación y la enseñanza conformes con el espíritu e índole de nuestro pueblo, que quite hambres y sombras en los pobres, en los ignorantes, y barra para siempre la soberbia de los triunfadores de encrucijada y el desdén poco escrupuloso, a menudo, de sabios y letrados. Formemos el carácter de nuestros hombres en la gran masa popular y, para ello, no olvidemos que entre las cosas que debe mejorar y perfeccionar el hombre, ninguna como el hombre mismo.
De otro modo habrá siempre minorías, más o menos ilustradas, que dirijan y gobiernen, y ciudadanos que, en su mayor parte, no logran el gobierno de sí mismos, menos aún la certidumbre de una conciencia independiente y una opinión ilustrada.
Necesitamos redimir enseñando para las bienaventuranzas de la libertad; necesitamos emancipar por la educación a todos aquellos a quienes la fortuna no favorece, antes abandona como si dijéramos a una vida sin vida en la noche mortal de la conciencia
QUE el libro no resulte un estorbo, un perjuicio; que de nuestras aulas salgan jóvenes educados de modo que tengan la confianza de su fuerza y de su triunfo en cada uno de los pasos que den hacia adelante por caminos que sigan o descubran. La democracia no llenará sus fines mientras no formemos y no eduquemos caracteres que respondan ampliamente a sus necesidades, al derecho que da y a las responsabilidades que impone. Hagamos de modo que después de los años de escuela, haya todavía ciertas horas obligatorias de aprendizaje de lo que forma la ocupación o la carrera de un niño para desenvolver en ellas su inteligencia, afirmar su lealtad de ciudadano y hacerle apto para toda prueba en lo futuro, sea de él mismo, o de su hogar, o de su Patria.
Estas palabras no son mías, sino del expresidente doctor Alfredo Baquerizo Moreno; pero lo inverosímil, y en parte triste, es que están tan vigentes como cuando las pronunció hace más de 70 años atrás.
Hagamos el esfuerzo, de una vez por todas, de hacer realidad estos deseos por el bien de nuestro querido Ecuador.