El Ecuador es un país donde la corrupción es posible gracias a la permisividad de la sociedad.
Los pillos nos roban y se ufanan de ello, gracias a que la impunidad se la permitimos nosotros.
Un tipo que está quebrado se mete en la política para robar.
Después de lambonear y adular al cacique dueño del partido al que se acerca, debe esperar a que el mismo triunfe en las elecciones para poder cuadrarse.
Una vez que forma parte de la argolla del poder, comienza su propia carrera para enriquecerse.
Debe dar una tajada al dueño de la empresa electorera y mediante el sumiso cepilleo, garantizarse la continuidad en el manejo del poder para poder sacar su propia tajada y lograr enriquecerse.
Los bandidos descubiertos son verdaderas pirañas de las bandas delictivas que depredan del poder.
Suben de nivel social al convertirse de la noche a la mañana en los nuevos millonarios envidiados por todos.
Todos los días vemos en las noticias como hay nuevos implicados en nuevas fechorías.
Todos dicen ser perseguidos políticos y víctimas de alguna venganza.
Los que están presos son pocos.
No dicen todo lo que saben, porque en su silencio cómplice está la garantía de la conservación de su vida.
Los verdaderos jefes de estos carteles del poder, negocian prebendas carcelarias a cambio de que quién esté preso no diga todo lo que sabe para que no los incrimine.
Todo está podrido y todo permitido en este país donde la amnesia colectiva nos hace olvidar fácilmente quienes son los que nos han robado.
Un nuevo escándalo hace que nos olvidemos del viejo escándalo y los ladrones de hoy son los ladrones de los que nos olvidamos mañana, que nos han robado.