El progreso de las naciones se observa a través del Índice de Libertad Económica (ILE) conformado por múltiples variables que incluyen el valor de sus monedas, el nivel de seguridad jurídica, entre otras. A pesar del peso politicoeconómico aportado en los últimos 20 años por el dólar estadounidense como moneda de curso legal, este no ha evitado que el ILE nacional sea insignificante. La conclusión es que los billetes verdes han proporcionado ventajas competitivas e impedido hasta cierto punto que el país toque fondo, pero jamás por sí solos superarán el subdesarrollo nacional sin que antes se haya resuelto la carencia de juridicidad.
El estancamiento del país en los últimos lugares del ILE se traduce también en el consistente empobrecimiento de su población y el deterioro de sus condiciones de vida. El desarrollo nacional, a pesar de la mala calidad de su deuda, es posible siempre que haya crecimiento económico y la corrupción gubernamental sea enfrentada y aplacada por una rigurosa institucionalidad. Resulta políticamente vergonzoso y académicamente risible escuchar a los voceros gubernamentales esgrimir de que vayamos en la dirección correcta y el progreso esté al virar la esquina cuando el gasto público no disminuye sustancialmente y la corrupción campea en las esferas públicas. No será necesario evocar la memoria de Ramanujan para empíricamente concluir que el manejo económico es un desastre al tiempo que las concluyentes estadísticas entierran de facto los buenos augurios del Gobierno.
¡Hakuna matata!