Los “Angeles de Luz”, según el Dr. Pasailague, son cuerpos puros e invisibles que habitan en el mundo, para guiar, orientar y proteger a los seres humanos, algo semejante, a los “Ángeles de la guarda”, de los católicos. Él no los consideraba similares y yo no alcance a detectar la diferencia entre uno y otro “ser” sobrenaturales.
El articulo me encanto. He leído a muchísimos articulistas de los diarios guayaquileños, a muchos de ellos, -me gusta leerlos-, pero, esta entrega del Dr. Pasailague, fue extraordinaria.
Mencionó algo, que yo desconocía, “que nuestras madres, cuando fallecen, se convierten en Ángeles de Luz”, al igual que los otros ángeles, pero su papel protector y de guía, es especialmente para sus hijos y los suyos. Mi hermano y yo, lo hemos sentido.
Solo, el dolor tan fuerte como la pérdida de su madre, días atrás, -Q.E.P.D-., y -de Dios goce-, pudo haberlo inspirado a escribir tan bellísimo artículo periodístico.
Al Dr. Pasailague, lo conozco, siempre me pareció una persona extraordinaria. También conocí, de niño, a sus padres: Don Ernesto y Doña Manuelita, dos seres igualmente maravillosos y muy llenos de bondad. Don Ernesto, era conocido por todos como “El viejo Pasailague”, (Paisley), desde muy joven, no sé la razón. De soltero era muy buen amigo de mi padre. De grandes conversaciones y tertulias.
El “Viejo”, quería muchísimo a mi hermano Vitamino, de niño. Me contaba mi hermano, que lo llevaba, a pasear en su motocicleta y ya muy mayor, Dn Ernesto, lo iba a visitar a su empresa en Guayaquil; lo abrazaba y lloraba.
Esta anécdota me la comentó, el Domingo pasado, en nuestras tertulias domingueras; él, (mi hermano), también había leído, el escrito del Dr. Pasailague, por supuesto, le encantó.
Alguna vez leí, que quien ayuda económicamente a sus padres, en especial a su madre, Dios le devuelve mucho más, de lo que gastó en ella. Conozco mucho casos.
Desgraciados, los hijos que no aman a su madre, que no la visitan, que no la llaman, que no la cubren de besos, que no la engrien.
Habrá que recordarles que ese ser, les dio existencia humana, que los formó en su vientre por 9 meses y que los alimentó con su sangre. Sólo, este acto de generosidad, es más que suficiente para amarla por el resto de su vida.
Y cuando mueren, visitarlas en su última morada, llevándole, aunque sea una rosa, esa flor que tanto les gusta a las mujeres, que a lo mejor, en vida, omitimos, llevarle una, el dia de su cumpleaños.
Que los hombres que aman a sus madres (por extensión, esposa e hijas), reciban todos los bienes en la tierra, para que cuando mueran se encuentren con ella o ellos.
“Porque, los que aman a sus padres, de ellos será el Reino de los Cielos”.