La verdad histórica es difícil conocer, la labor de quien la estudia e interpreta es aproximarse a ella. Para estar cerca hay que trabajar con fuentes primarias, no con historias escritas por terceros, décadas después de ocurrir. Tengo dudas sobre la veracidad de las obras de la Independencia y primeros decenios de la República por historiadores surgidos en lustros posteriores. Iguales dudas hay de los historiadores de la segunda mitad del siglo XX cuando escriben sobre la crisis económica de Ecuador del período 1914-1927. Generalmente restan objetividad en la interpretación de lo sucedido. La mayoría prejuzga y crea victimarios fantasmas. Los más recientes historiadores, además de lo anterior, hacen responsables del subdesarrollo de Ecuador a empresarios y países “imperialistas”. Los primeros historiadores de la Independencia fueron protagonistas, testigos o actores de los hechos. En ese tiempo formativo, no existían ideologías, los dirigentes de las nuevas repúblicas reconocían que habían vivido subyugados durante 300 años, sin haber aprendido cómo administrar la cosa pública, a diferencia de las colonias inglesas donde Londres creó gobiernos coloniales. Para cuando se independizaron los líderes estadounidenses ya tenían experiencia de cómo manejar un país. Los de la antigua América Española, a pesar de sus desventajas sabían que debían decidir si querían vivir en un país independiente o formar parte de otro; tener un régimen federal o centralista; vivir en libertad para incursionar en lo que uno deseaba hacer o vivir con restricciones. Bolívar, fue miembro de una de las familias más ricas de Venezuela y admirador de ingleses y estadounidenses. Su sueño fue crear los nuevos países a semejanza de los mencionados; se revela en sus cartas a Henry Clay, abogado, legislador y Secretario de Estado estadounidense, cartas a Jeremy Bentham, famoso jurista y constitucionalista inglés y en su discurso en Angostura en 1819. En aquellos años no había crítica al “imperialismo” estadounidense; posteriormente se comenzó a atacar al capitalismo, pero todos quieren de cierta manera vivir como capitalistas. La actualidad es ejemplo.
Hay suficiente información de los patriotas guayaquileños para formarse una idea de su personalidad, cómo pensaban y actuaban, el tipo de liderazgo que ejercían, etc. De Bolívar, siendo el principal protagonista, recibió la mayor atención de los que escribieron en su época. Cuando se termina de estudiar este período hay preguntas de rigor: ¿Qué hay de verdad sobre: la tirante relación de los miembros del Gobierno Provisorio de Guayaquil y Bolívar, antagonismo de Bolívar a Guayaquil, amenazas de Bolívar a Olmedo, grado de simpatía de guayaquileños por Bolívar, censuras de colaboradores de Bolívar a Bolívar, historiadores extranjeros críticos de la actuación de Bolívar? ¿Por qué había opinión dividida sobre el futuro de Guayaquil?, ¿Por qué Olmedo tuvo serias dudas sobre Guayaquil formar parte de Colombia?, ¿Por qué Bolívar era tan duro y crítico con los líderes guayaquileños? ¿Se puede asegurar que todos los guayaquileños querían unirse a Colombia? ¿Hay suficiente evidencia que confirme quién tiene la razón? ¿Hubo relación tempestuosa entre Bolívar y San Martín? ¿Son verdades, verdades a medias o mentiras? Sobre ciertos hechos hay evidencias, sobre otros, no. La mayoría de historiadores ecuatorianos que escribieron sobre el tema tienen una misma versión: enaltecer a Bolívar, ignorar a San Martín y minimizar a Olmedo.
Años atrás en un simposio de historia económica del Banco Central, me correspondió hablar sobre la economía ecuatoriana en tiempos de la Independencia. A pesar de no ser de mi interés la historia política, tuve la oportunidad de leer extensamente cartas y libros de protagonistas de la época, como Gerónimo Espejo, general peruano que llegó a Guayaquil días antes de la entrevista y se regresó con San Martín. Hay otros, entre ellos el del francés Gabriel Lafond, el más controversial, por reproducir una carta que hasta la fecha los historiadores no se ponen de acuerdo si es real o apócrifa.
Cuando las tropas de Bolívar comenzaron a llegar a Guayaquil a fines de 1821 el estado de ánimo del guayaquileño empezó a cambiar. Entre fines de 1821 y Enero de 1822, Guayaquil vivió días de zozobra por la actitud de las tropas colombianas acantonadas fuera de la ciudad, bajo Sucre y otros oficiales colombianos llegados antes que él, provocando enfrentamientos con las guayaquileñas y peruanas, lideradas por José la Mar, enviado de San Martín. El ánimo se exacerbó cuando Bolívar mandó un emisario a Olmedo instruyendo enarbolar la bandera colombiana. Las relaciones de Bolívar con el Gobierno de Guayaquil fueron deteriorándose en 1822; el 18 de Enero, Bolívar envió a Olmedo una comunicación: “La copia que tengo el honor de incluir a V.E. manifiesta claramente los sentimientos del Señor Francisco Roca miembro de ese gobierno. Ella no solo hace creer que el Sr. Roca es un declarado enemigo del gobierno de Colombia sino que induce a conjeturar que lo es de la libertad de Guayaquil[…] llamar tunantes a los oficiales que pretenden a la incorporación de Guayaquil a Colombia, es mostrar ó que desconoce la verdadera debilidad de su país, o los derechos incontestables de Colombia[…]Guayaquil no puede ser un Estado independiente y soberano[…]Colombia no puede ni debe ceder sus legítimos derechos…en América no hay poder humano que pueda hacer perder a Colombia un palmo de la integridad de su territorio”.
Los hostigamientos continuaron en meses posteriores. Olmedo siempre estuvo en desacuerdo con Bolívar respecto a querer tomar Guayaquil, como se aprecia en carta del 24 de Junio de 1822 a San Martín: “V.E. debe recordar las intimidaciones del Libertador a este gobierno, sobre la agregación de esta provincia a la República; y su derecho parecerá más fuerte, sostenido hoy por tres mil bayonetas. Los jefes, oficiales y parciales que se han reunido en Quito y sítian a S.E., le han dado los informes más siniestros de este gobierno y las noticias más equivocadas de la situación espíritu y opinión de este pueblo. Se le ha hecho creer (y S.E.no se ha desdeñado de descender a dar crédito a pueriles imposturas), que toda la provincia está decidida por la República, y que sólo el gobierno se opone oprimiendo y violentando la voluntad general. Era pues forzoso que se remitiese a S.E. un sujeto de respeto, de crédito, y con toda la presunción de imparcialidad,…aprovechase la mejor oportunidad de informarle de la verdadera situación…” Como San Martín estaba informado de todo, molesto por las provocaciones reclamó a Bolívar por su actitud en carta del 3 de marzo de 1822: “Por las comunicaciones que en copia me ha dirigido el gobierno de Guayaquil, tengo el sentimiento de ver la seria intimidación que le ha hecho V. E. para que aquella provincia se agregue al territorio de Colombia. Siempre he creído que en tan delicado negocio el voto espontáneo de Guayaquil sería el principio que fijase la conducta de los Estados limítrofes, a ninguno de los cuales compete prevenir por la fuerza la deliberación de los pueblos. Tan sagrado ha sido para mí este deber, que desde la primera vez que mandé mis diputados cerca de aquél gobierno, me abstuve de influir en lo que no tenía una relación esencial con el objeto de la guerra del continente. Si V. E. me permite hablarle en un lenguaje digno de la exaltación de su nombre y análogo a mis sentimientos, osaré decirle que no es nuestro destino emplear la espada para otro fin que no sea el de confirmar el derecho que hemos adquirido en los combates para ser aclamados por libertadores de nuestra patria. Dejemos que Guayaquil consulte su destino y medite sus intereses para agregarse libremente a la sección que le convenga, porque tampoco puede quedar aislado sin perjuicio de ambos”.
Bolívar le respondió el 22 de junio: “Yo no pienso como V. E. que el voto de una provincia debe ser consultado para consultar la soberanía nacional, porque no son las partes sino el todo del pueblo el que delibera en las asambleas generales reunidas libre y legalmente. La constitución de Colombia da a la provincia de Guayaquil una representación la más perfecta, y todos los pueblos de Colombia inclusive la cuna de la libertad, que es Caracas, se han creído suficientemente honrados con ejercer ampliamente el sagrado derecho de deliberación…no pudiendo ya tolerar el espíritu de facción, que ha retardado el éxito de la guerra y que amenaza inundar en desorden todo el Sur de Colombia, ha tomado definitivamente su resolución de no permitir más tiempo la existencia anticonstitucional de una junta, que es el azote del pueblo de Guayaquil, y no el órgano de su voluntad. Quizá V. E. no habrá tenido noticia bastante imparcial del estado de conflicto en que gime aquella provincia, porque una docena de ambiciosos pretenden mandarla. Diré a V. E. un solo rasgo de espantosa anarquía: no pudiendo lograr los facciosos la pluralidad en ciertas elecciones, mandaron poner en libertad el presidio de Guayaquil para que los nombres de estos delincuentes formaran la preponderancia a favor de su partido. Creo que la historia del Bajo Imperio no presenta un ejemplo más escandaloso”.
Para Bolívar, la “joya de la corona” no era Quito, lo era Guayaquil por ser puerto por donde podía ingresar su ejército y ciudad rica que financiaba sus batallas. Él conocía muy bien sobre la riqueza de Guayaquil, Olmedo tenía algún tiempo financiándolo; había conseguido capitales guayaquileños sin facultades extraordinarias; cuando las tuvo a partir de Agosto de 1822, subió impuestos y tomó medidas fiscalistas para exportación y reinstituyó impuestos coloniales derogados después de la Independencia de Guayaquil. En el cacao, el arancel aumentó en 30%. Pocos días después de escribirse esas cartas, Bolívar ingresaba a Guayaquil.