Si tuviéramos que compendiar en una sola y única conclusión que resumiera de alguna manera la España política de estas dos décadas que van de siglo sin entrar en detalles de este o aquel otro gobierno, resulta obvio al menos para nosotros que la más acertada y realista sería el debilitamiento del Estado español.
No se trata de un debilitamiento producido por una pérdida de soberanía externa, que también hay algo de eso, dentro de una Unión Europea o del resto del mundo, sino más bien de soberanía interna o dicho con otras palabras de identidad nacional. Una pequeña muestra de ello, quizás la más anecdótica, pero igual de grave que las otras más violentas y sangrientas que los españoles han estado viviendo estos últimos veinte años con o sin ETA dentro de su propio país, se produjo hace unos días cuando en un pequeño pueblo mallorquín de no más de trece mil habitantes, su ayuntamiento le envió una carta a los padres del lugar con las instrucciones y demás información relativa al año escolar próximo escrita en catalán y en árabe, sin que el castellano o español, el idioma oficial de acuerdo con la Constitución de España, país al que pertenece San Pobla, que es el nombre del pueblo en cuestión, apareciera por ningún lado.
Si la corrupción de un gobierno daña una sociedad a corto plazo, la de dos, tres o cuatro gobiernos que llegan al poder a la sombra de la corrupción de sus propias toldas políticas escondida por años tras bastidores, corroe y destruye un país a largo plazo. Sobre todo, cuando no se limita al erario público, sino que se expande a todos los ámbitos hasta convertirse en un medio para conseguir un único fin: el de gobernar a como dé lugar. Es entonces cuando principios como los de la unidad territorial, base del estado, la unidad lingüística y cultural, sin que ello sea óbice para que cada región tenga derecho a que en la constitución se garantice su propia personalidad cultural, y la homogenización de los valores institucionales, quedan marginados pasando a un segundo plano.
Los venezolanos de la diáspora chavista, conocen muy bien el tema tanto en la teoría como en la práctica. Ya fueron engañados en estos veinte años que van de siglo unas veces inconscientemente y otras con la conciencia de quien sabe que unas elecciones pueden representar la mayor patraña de la democracia y que el discurso bífido o con lengua de serpiente al que se refirió y cantó una vez Pablo Iglesias, próximo vicepresidente de España, y que ahora él utiliza, augura nubarrones negros cargados de tormentas aciagas.
Pedro Sánchez tendrá el próximo martes tres de diciembre que iniciar oficialmente otro recorrido para lograr la investidura sin la cual no puede haber gobierno alguno ni sosiego real a sus incontenibles ansias de poder. Los antecedentes recientes hablan por sí mismos, pues Sanchez, quien alcanzó en junio del año pasado la primera magistratura con el voto de los grupos secesionistas, viendo como apenas unos meses mas tarde, en febrero del 2019, los mismos votos le negaban la aprobación del presupuesto anual, en la práctica una moción de censura que lo obligó a llamar a elecciones sin que hasta ahora haya podido formar ese gobierno tan deseado, tendrá irremediablemente que pagar un peaje muy alto. En realidad, más que un precio se trata de un autentico chantaje por parte de los separatistas contra la propia Constitución española y el estado de derecho.
Que ello no le quita el sueño a Sánchez y que además tiene el estómago para digerirlo, es algo de lo que ha venido dando pruebas sin mostrar un ápice de vergüenza, aunque eso sí, de mucho caradurismo. Ni el tema del plagio de su tesis doctoral, demostrado por un prestigioso diario español, pero que el gobierno calificó de campaña en su contra, ni la sentencia de hace unos días de los ERE, una corrupción gigantesca llevada a cabo durante años por prominentes dirigentes del PSOE, ni la violencia desatada por grupos segregacionistas durante varias semanas contra el estado y sus ciudadanos, han podido lograr que el presidente en funciones, algo así como presidente de hecho o sin confirmar por el parlamento, haya dado la cara para pronunciar ni una sola palabra al respecto, menos para firmar su renuncia. Una renuncia que Sánchez e Iglesias, henchidos de una moralidad superior, solicitaron en su momento a Rajoy con motivo de la sentencia del caso Gürtel que implicó al PP en un caso igualmente de corrupción y que a todas luces demuestra la frialdad y cálculo electoral con que actúa el actual presidente de España, quien conoce muy bien que al final del día los españoles recuerdan pero asimismo olvidan, por lo cual a la hora de ir a votar no son muy diferentes de los venezolanos o de los bolivianos o de los alemanes o los norteamericanos a quienes la demagogia y el populismo también convencen.
Todo apunta, por lo dicho, a que el mes de diciembre que se inicia será decisivo para la formación del nuevo gobierno ya pactado entre Sánchez e Iglesias y que para la conformación definitiva del mismo el máximo representante del chavismo español servirá de bisagra con los movimientos separatistas tanto catalanes como vascos, a los cuales Zapatero, su otro mejor emisario, ha venido blanqueando y felicitando por estar haciendo política, lo acaba de repetir con Otegui, y no disparándole al resto de los españoles.
Declaraciones francamente deleznables, impropias de un expresidente, pero demostrativas de que para lograr ese gobierno el PSOE, con Sánchez a la cabeza, está dispuesto a venderle el alma al diablo de ser necesario; aunque no sea la suya la que en realidad estará empeñando, sino la de todos los españoles.
@xlmlf