Los diez mandamientos de la ley de Dios, no son otra cosa que las simples reglas del buen vivir, del respeto a los demás y a uno mismo. Respeta a tu Creador y respeta a los demás y a sus posesiones, si deseas que tú y tus posesiones también sean respetados.
Para los que creemos en Dios y creemos firmemente que luego de esta vida hay una vida eterna, es prácticamente una obligación respetar los 10 mandamientos, tratar de no pecar y mantenernos fieles a la ley de Dios.
Los tres primeros mandamientos son en la relación con Dios: Amar a Dios, no jurar en el nombre de Dios en vano, y santificar las fiestas. Los otros siete mandamientos son en la relación con uno mismo y con los demás: Honrar a los padres, No matar (lo que incluye a uno mismo y a los demás, incluyendo a los que están por nacer, no fornicar, incluyendo con uno mismo, no robar, no levantar falso testimonio, ni mentir, no desear a la pareja de otro y no codiciar los bienes de los demás.
Nuestras obligaciones para con Dios son inmutables y las obligaciones con los seres humanos son simples y claras, no necesitan aclaración con una sola excepción: El séptimo mandamiento, ya que tiene una obligación extra, en la que generalmente no reflexionamos. Si tú te confiesas que has robado, tu pecado no es perdonado hasta reparar el daño causado, es decir hasta que hayas devuelto lo robado. Esta es la obligación que se requiere, ante Dios, para ser absuelto. Reparar el daño causado, sin eso, por más veces que te confieses, el pecado no queda perdonado.
Asusta ver la incongruencia que existe en algunas personas que deambulan en el campo político y los domingos comulgan regularmente.
Es de destacar que esto es incluso más grave, cuando el robo es a los pobres, o gente necesitada. Por lo tanto, robar al Estado, ya sea cobrando coimas por concesión de obras, no realizando lo convenido en el contrato, usando material de menor calidad, o incompleto, o cualquier otra alteración en los contratos, cobrando bonos sin en verdad merecerlos, es robar al Estado, lo mismo que cobrar diezmos por dar trabajo. Algunos políticos hacen su “modus vivendi” del Estado, terminan su período y salen millonarios, y en general, buscan seguir en la teta, exprimiendo al Estado, es decir, al pueblo. El Estado no paga sueldos descomunales (ni podría hacerlo), pero sí paga salarios dignos y justos. Muchas de estas personas, antes de entrar, no tenían en que caerse muertos y al salir están boyantes por decir lo menos, o ya forman parte de los nuevos millonarios. ¿De dónde les cayó la fortuna?
Para que yo pueda dar una comisión o un regalo, porque me den a mí el contrato, tengo que subir el precio de la obra. Si yo te pido una comisión, te estoy diciendo que subas el precio para pagarme esa comisión, porque nadie está loco, como para trabajar perdiendo dinero. Ambos hemos robado a los pobres, a los ciudadanos. Un viejo y acertado refrán dice: “Sacristán que vende cera y no tiene cerería, ¿de donde peccata mea, sino de la sacristía?” La mayor parte de la población sabe quiénes son y han visto como han cambiado su estatus, y con qué cinismo se acercan a comulgar. Es cierto que todos somos pecadores, pero recordemos que el robo, para ser perdonado, requiere la devolución de lo robado.