El primer día del año fue muy triste.
Mi papá había fallecido en esa fecha.
Estaba levantado desde muy temprano y me puse a mirar al cielo. Contemplaba cómo las nubes se movían y por la ausencia de mi padre me sentí muy afligido. Pensaba y repensaba en donde se encontraría. Traté de utilizar la inteligencia que tenía para saber a dónde se encontraba el ser que más amaba y ya no estaba.
Imaginé el cielo y el infierno.
Muchas preguntas acudían a mi mente e ignorantes las respuestas me venían al instante.
Después de tanta tristeza por las conclusiones torturantes que sacaba, me puse a discernir mis inquietudes bajo el entendimiento de las filosofías que conceptualizaban el después.
A medida que esto sucedía mis temores se hacían más intensos.
De cualquier manera que pensaba, no encontraba la respuesta que buscaba. Por más que lo trataba, no conseguía saber a dónde estaba mi padre.
Entonces comencé a rezar.
Cada vez que hablo con dios le digo lo que siento.
Con todo el respeto para quienes rezan oraciones preconcebidas, el repetirle a dios las palabras que dijeron otros, para decirlas como si fueran de nosotros, no creo que le transmitirán lo que le necesitamos decir.
Mientras le hablaba recordaba lo que mi padre me había enseñado durante su existencia.
Encontré los valores que había sembrado en mí razonamiento. Siempre me decía que todas las respuestas se encontraban en la naturaleza. Me enseñaba que una gota de agua era igual al universo más complejo que existiera.
Decía que los dos estaban regulados por los mismos principios y controlados por las mismas leyes.
Creía que cada cosa con su cada quién siempre tiene su razón de ser.
Pensaba que por incomprensible que sea o por injusto que parezca, todo tiene sentido y continuidad.
Lo de abajo y lo de arriba son lo mismo; me decía.
Me pedía que me entregara en inconcebibles empresas de ternura.
Aseguraba que la fortaleza del hombre es su dulzura.
Afirmaba que todo provenía de la energía de dios.
Me inculcaba que los seres más inteligentes son los animales y los mayores animales son los hombres.
Sostenía que el que engaña ignora la verdad y además ignora que la ignora.
Reiteraba que el valor más preciado de la vida son los niños.
Me suplicaba que nunca dejara de ser uno.
También me repetía que lo que tiene que suceder, sucederá…todo está contemplado en la velocidad del vivir.
La mayor herencia que me dio fue su sonrisa.
Su mejor legado es la alegría por vivir.
A veces sonreía por mi inexperiencia y con voz tranquila pero bondadosa, me decía que la vida era demasiado seria para tomarla en serio.
No te preocupes por no saber a dónde estoy; me repetía.
Cuando no me encuentres, búscame en tu corazón.
Donde quiera que esté, te esperaré.
Algún día entenderás que somos lo mismo; siempre fuimos un nosotros.
Mientras me pienses viviré como la perpetuidad de mí vivir.
En ese instante comprendí que mi padre era yo mismo, puesto que era su continuación.
Descubrí que pensaba como él, sentía como él, hablaba como él.
Mi sangre era su sangre, sus principios mis principios, mis recuerdos, sus recuerdos.
Todo mi todo era su todo.
Nunca se había ido, siempre había estado en mi corazón.
No había razón para indagar respuestas de preguntas que yo mismo contestaba.
Era irrazonable el buscarlo porque jamás se fue.
Simplemente yo no lo sabía porque no lo comprendía…
SIMPLEMENTE……… E….X….C….E….L….E….T….E……….!!!!!!!!!!!!!!!!!!
CON UN AFECTUOSO ABRAZO…….