Dentro de las trillones de trillones de galaxias en las que conceptualizamos la incomprensible dimensión del universo, los seres humanos somos una pequeña partícula cósmica que a pesar de su diminuto tamaño, tiene la vanidad de sentirse como que si fuera el ser supremo de todo lo existente.
Mientras Einstein y Hubble develaban con eficacia genial la estructura del cosmos a gran escala, otros científicos se esforzaban por entender algo más próximo, pero igualmente remoto a su manera: el diminuto y misterioso átomo.
Todas las cosas en el universo están compuestas por átomos.
Están en todas partes y forman parte de todo; mira a tu alrededor.
Todos son átomos y no solo están en los objetos sólidos como las paredes, las mesas y los edificios, sino también están presentes en el aire que hay entre ellos.
Forman todo lo existente y se encuentran constituyendo cada cosa en cantidades que resultan verdaderamente inconcebibles.
La disposición operativa fundamental de los átomos es la molécula. Esta significa en latín pequeña masa. Una molécula es simplemente dos o más átomos de hidrógeno trabajando juntos en una disposición más o menos estable.
Si añades dos átomos de hidrógeno a uno de oxígeno, tendrás una molécula de agua.
Los químicos suelen pensar en moléculas más que en los elementos, lo mismo que los escritores suelen pensar en palabras más que en las letras, así que para los científicos son las moléculas las que cuentan para ellos.
Los átomos son inconcebiblemente abundantes. Son también increíblemente duraderos. Como tienen una vida tan larga, viajan muchísimo.
Cada uno de los átomos que posees en tu cuerpo, es seguro que han pasado por varias estrellas y formado parte de millones de organismos en el camino que ha recorrido hasta llegar a ser tú cuerpo.
Somos atómicamente tan numerosos y nos reciclamos con tanta energía al morirnos, que un número significativo de nuestros átomos ( Más de mil millones de cada uno de nosotros ) probablemente pertenecieron alguna vez a Shakespeare.
Mil millones más proceden de Buda, Gengis Kan, Beethoven y de cualquier otro personaje histórico en el que puedas pensar, ya que los átomos de todos los seres que hemos vivido tardan unos decenios en redistribuirse otra vez entre los átomos de todos.
Sin embargo por mucho que lo desees, aún no puedes tener nada en común con Juan Pablo por ejemplo, ya que sus átomos son jóvenes y todavía no se han reciclado lo suficiente para volver a repartirse entre los átomos de todos por el escaso tiempo que han tenido para ello.
Así que todos en definitiva somos reencarnaciones de todos, aunque estas reencarnaciones sean efímeras.
Cuando nos llegue la muerte, nuestros átomos se separarán y se irán a buscar nuevos destinos en otros lugares, como ser parte de una hoja o el cuerpo de otro ser humano.Sin embargo, esos átomos continuarán existiendo prácticamente para siempre.
Nadie sabe en realidad cuánto tiempo puede sobrevivir un átomo pero, según Martin Rees, probablemente unos diez quinta treintamillones a la treinta y cincoava potencia logarítmica, que resulta un número tan elevado que hasta yo me alegro de haberlo podido expresar en una connotación matemática tan difícil.
Pero por sobre todo; los átomos son pequeños, realmente diminutos. Medio millón de ellos están alineados hombro con hombro y podrían esconderse detrás de un cabello humano. A esa escala, un átomo es imposible de imaginar.
La abundancia y la durabilidad extrema de los átomos es lo que los hace útiles. Su pequeñez es lo que los hace tan difíciles de detectar y comprender. Los átomos son minúsculos, numerosos y prácticamente indestructibles.
La suma de varios átomos forma una célula. Todo empieza con una sola célula. La primera se divide para convertirse en dos, estas dos se convierten en cuatro y así sucesivamente.
Justo después de 42 duplicaciones, tienes 10.000 billones (10.000.000.000.000) de células en el cuerpo y estás listo para nacer como un ser humano.
Cada una de esas células sabe perfectamente qué es lo que tiene que hacer para preservarte y nutrirte desde el momento de la concepción hasta el día de tu muerte.
Tú no tienes secretos para tus células. Saben mucho más de ti de lo que tú sabes sobre ti mismo. Cada una de ellas lleva una copia del código genético completo, que es el manual de instrucciones de tu cuerpo, así que cada célula sabe cómo hacer su trabajo, sino también todos los demás trabajos de todo tú cuerpo.
Nunca en tu vida tendrás que recordarle a una de tus células que vigile tus niveles de adenosín trifosfato o que busque un sitio para el chorrito extra de ácido fólico que acaba de aparecer inesperadamente.
Ellas harán eso por ti y millones de muchas cosas más.
Cada célula de la naturaleza es un milagro. Hasta las más simples superan los límites del ingenio humano. Para construir la célula de la levadura más elemental por ejemplo, tendrías que miniaturizar aproximadamente el mismo número de piezas que tiene un reactor de pasajeros Boeing 777 y luego encajarlas en una esfera de sólo cinco micras de anchura; luego tendrías que hacer que la esfera pueda reproducirse.
Pero las células de levadura no son nada comparadas con las complejas células humanas, que no sólo son más variadas y complicadas, sino muchísimo más incomprensibles debido a sus enrevesadas interacciones.
Las células de tu cuerpo constituyen un continente con 10.000.000.000 billones de ciudadanos, dedicados cada uno de ellos, de forma exclusiva, intensiva y específica, a tu bienestar general.
No hay nada que ellas no hagan por ti. Te dejan sentir placer y formar pensamientos. Te permiten estar de pie y estirarte, así como dar saltos y brincar. Cuando comes, extraen los nutrientes, distribuyen la energía y expulsan los desechos, pero también se acuerdan de hacer que sientas hambre antes de comer y luego de haber comido te recompensan con una sensación de bienestar para que no te olvides de volver a comer. Por ellas te crece el pelo, tienes cerilla en los oídos y tú cerebro piensa quietamente.
Ellas se ocupan de todos los rincones de tu cuerpo. Saltarán en tu defensa en el instante en que estés amenazado por bacterias o virus. Morirán por ti sin vacilar.
Miles de millones de ellas lo hacen diariamente y nunca en toda tu vida le has dado las gracias a una sola de ellas. Así que me parece justo que dediquemos por ahora un momento a considerarlas con la admiración, respeto y el aprecio que se merecen.
Sabemos un poco de cómo las células hacen las cosas que hacen (cómo se liberan de la grasa o fabrican insulina o realizan muchos de los otros actos que son necesarios para mantener con vida una entidad tan compleja como la tuya).
Tus células tienen un mínimo de 200.000.000.000 tipos diferentes de proteínas trabajando laboriosamente dentro de ti.
Hasta ahora, sólo entendemos aproximadamente un 2% de lo que hacen. La mayoría de las células vivas raras veces duran más de un mes, pero hay algunas notables excepciones.
Las células del hígado pueden sobrevivir siete años aunque los componentes que hay en ellas se puedan renovar cada cuatro días.
Las células cerebrales duran todo lo que dures en tu vida. Estás provisto de unos 100.000.000 millones de neuronas al nacer y eso es todo lo que tendrás.
Se sabe que se pierden 5000 neuronas cada hora, así que, si tienes que pensar en algo importante no tienes realmente tiempo que perder.
La buena noticia es que los componentes individuales de tus células cerebrales se renuevan constantemente, como sucede con las células hepáticas, por lo que ninguna parte de ellas es en realidad probable que tenga más de un mes de vida.
De hecho, se conoce que no hay ni un solo pedacito de cualquiera de nosotros, que formase parte de nosotros por más de nueve años.
Puede que no tengamos esta sensación, pero al nivel celular somos todos unos jovencitos.
Debemos agradecer por la conciencia que nos da el conocimiento para entender la complejidad funcional de nuestro intrincado sistema celular que nos mantiene vivos.
Pero lo más importante está en el poseer nuestra privilegiada inteligencia para comprenderlo.
El cerebro es el único órgano del cuerpo humano que se estudia a si mismo.