El 2020, año de nuestro bicentenario, va a ser de trascendental importancia. ¡Es el año del cambio! Ya la ciencia venció a la tradición. El adelanto de la humanidad en cuanto a tecnología superó lo imaginable. Prácticamente, lo que se nos ocurre, lo podemos lograr. Hemos alcanzado todo lo que hemos intentado y lo que aún no hemos logrado, ya tenemos el conocimiento para poder hacerlo. ¡El ser humano es ahora un dios!
Ya nos superamos a nosotros mismos. Hemos logrado todo, incluso lo inalcanzable, pero gracias a algo malo: ¡El egoísmo humano! El ser humano esta tan embebido del orgullo de su propia superación, que se ha olvidado de Dios. Ya hemos puesto a Dios fuera de nuestra visión y fuera de nuestras vidas. El individualismo humano nos ha alejado de nuestro Creador. Hemos ganado todas las batallas, hemos salido vencedores en todas las pruebas, menos en una: El respeto a los demás, el respeto al suelo que nos cobija y el respeto a nosotros mismos. Nunca, en toda su historia, el mundo ha estado tan orgulloso de sus logros, como lo está ahora. Antes, la satisfacción total no había sido del ser humano, sino de una persona en particular: Alejandro, el Emperador romano del momento, Gengis Kahn, Napoleón, Hitler, etc. Pero era una sola persona. Ahora son las potencias mundiales las que se disputan el trono y guerrean para demostrar cual es la nación que domina el mundo… y siempre olvidándonos del Creador, que pidió, cuando le entregó la tierra a nuestros padres, que nos tratáramos como hermanos.
El ser humano olvidó el pedido y ocurrió lo que ocurre cuando el egoísmo humano es el que manda: “HOMO, HOMINI LUPUS”, el hombre se volvió el lobo de sí mismo. El afán desmedido de posesión, lo llevó a querer más y cada vez más, de forma insaciable, y el afán de competencia, lo llevó a compararse con los demás y buscar la forma de superarlos y lograr cada vez más, olvidando totalmente el pedido de hermandad que le hizo el creador.
El hombre se volvió dios y si era necesario oprimir a los demás para lograrlo, ¡había que hacerlo! Así empezó el crecimiento competitivo que, alcanzó, logro tras logro, llevarnos a la situación actual, en que olvidándonos de Dios y sus preceptos, nos olvidamos de nuestros hermanos, nos embarcamos en el “dolce farniente”, degeneramos nuestra forma de vida y empezamos a vivir, no como animales, sino como monstruos que se comen unos a otros y vivir practicando ya no los diez mandamientos, sino los siete pecados capitales.
Que esta pandemia sirva para darnos tiempo a meditar y a darnos cuenta de lo lejos que estamos del camino recto y enderecemos el rumbo.
muy de acuerdo y ahí están los resultados, ahora que a lo malo le llaman bueno y lo bueno malo por eso es el irrespeto y desorden social y espiritual.