22 noviembre, 2024

Me encantan esos italianos

Si en algo ha sido coherente el presidente de los Estados Unidos Donald Trump durante los tres años y medio que lleva de mandato, es en su constante decir y desdecirse. En su contradicción permanente, casi siempre envuelta en una nube de declaraciones explosivas, sensacionalistas y atípicas dentro de la compostura que debe guardar un jefe de estado. En este sentido, las últimas sobre Venezuela, dadas hace apenas un par de días, no defraudan a nadie. A nadie, quiero decir, que después de ver como ha venido manejando la política exterior en el resto del mundo, no contase con que el señor Trump, finalmente, se cansaría de entretenerse con ese juguetito en que se ha convertido Venezuela; en ese país de maletín, portátil, más “portátil” que nunca, no obstante el medio siglo transcurrido desde que Adriano González León publicase su célebre novela.

Pero a quien seguramente sí defraudó Trump, fue a la diáspora de más de cuatro millones de venezolanos que andan por el mundo esperando un mejor país para volver, así como a esa gran mayoría que permanece aún en él por diferentes motivos y que desea, igualmente, recuperarlo para sus hijos y nietos, no obstante las fracasadas intentonas de dar al traste con el régimen de Maduro del 30 de abril del año 2019, y de la más reciente de mayo pasado, un verdadero bodrio, bautizado como Operación Gedeón,

Resultaría lógico, pensar que esas declaraciones, en las cuales le quita peso al interinato de Guaidó y oxigena la posición de Maduro a quien convoca prácticamente a una reunión, en la cual lo único que puede perderse es tiempo, pudieran obedecer a una estrategia de último momento, para convencer a Maduro, a quien puso precio de quince millones de dólares por su cabeza, de que se vaya. Sobre todo, luego de que en el pasado, Trump ha sido capaz de reunirse con Kim Jong Un, de quien llegó a decir que es un tipo con el que se puede hablar y con el que va a mantener una magnifica relación, o con Xi Jinping, el presidente de China, país al que ha amenazado y desamenazado en varias oportunidades, en tan solo cuestión de horas.

Lamentablemente, para los venezolanos que habían depositado buena parte de su confianza en la “habilidad de la diplomacia norteamericana” y en la embestida frontal con la que Trump aparenta llevarse a todo el mundo por delante, la última posición del presidente del país más poderoso de la tierra sobre Venezuela, asegurando que apoyó a Guaidó, no obstante su juventud, porque le gustaba a algunas personas, entre ellas a John Bolton su exasesor en asuntos de seguridad nacional, obedece mayormente, al desborde de una rabieta similar a la de un niño aburrido, al que ya no le interesa seguir con el juego que va perdiendo. A un desesperado intento reconociéndolo él primero, de quitarle hierro y adelantarse de alguna manera, a la aparición oficial y masiva en las librerías, donde ya es un “best seller”, del libro “The room where it happened” escrito, precisamente, por su otrora consejero, y en el cual al tocar algunos aspectos relativos al caso venezolano, deja muy mal parado a quien fuera su jefe; caprichoso, cambiante y hasta ignorante, a la hora de tomar decisiones.

Una crítica que es una constante en el texto, donde destacan, además, las implicaciones de China y Ucrania, entre otros temas, en los asuntos internos norteamericanos y que explicaría porque Trump intentó detener primero su publicación ante un tribunal federal, aunque sin éxito, pues tal como argumentó el magistrado en su decisión, buena parte de la información clasificada como confidencial, así como determinados secretos e intimidades de esa habitación donde ocurrió todo, ya habían sido filtrados a la opinión pública, razón por la cual no había manera de evitar cualquier posible daño a la seguridad nacional. Daño que, por otra parte, no estaba especificado en la demanda por restricción a la distribución del libro.

Afortunadamente, no todas las declaraciones emitidas por el presidente Trump el pasado fin de semana, donde los estragos de la “pandemia” y “la cuestión racial” han estado ausentes de manera expresa, han sido del mismo calibre o, al menos, en nuestra opinión, no tan contradictorias o frustrantes como las de Venezuela, por lo que debo reconocer mi coincidencia con alguna de ellas y con su significado, más allá de cualquier otra intención que las haya motivado. Me refiero, concretamente, a unas que pronunció en su mitin de Tulsa, ante una gran concurrencia, a la que por cierto pidió firmar una exoneración de responsabilidad en caso de posible contagio por Covid-19, cuando al condenar la destrucción de que han sido objeto varias estatuas en los Estados Unidos, hizo una referencia expresa a la forma en como un grupo de personas de origen italiano en Nueva York, impidió que la figura de Colón fuese derribada. “Me gustan esos italianos, los quiero”, fue lo que dijo Trump en más o menos palabras.

Y, a mi, también me encantan esos italianos, así como en general, todos los que se atreven a defender la historia de quienes pretenden destruir nuestra memoria y la de nuestros antepasados, de la anti historia, y de los que buscan construir el futuro borrando el pasado escrito con sangre, tratando de reemplazarlo por otro escrito con tiza.

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