El jueves 25 de junio del 2020 quedará marcado en la historia ecuatoriana como un sombrío día. Día en que el mismo protagonista afirmaba que las encuestas serias lo ubican como primero para que en el futuro periodo presidencial dirija los destinos de nuestro enfermo país.
Sin embargo y a pesar de esas halagadoras cifras expresó entre otras razones que en 35 años su familia no ha tenido ni la paz ni la tranquilidad que se merece. La razón de índole familiar es noble y respetable, pues durante aquel lapso ha ejercido con el beneplácito del pueblo, entre otras dignidades, la gobernación del Guayas y la alcaldía de Guayaquil con dignidad y decoro.
Pero hay ciertos seres humanos que en un momento de sus vidas, su vida no solo es patrimonio de su familia sino que constituyen parte integrante e irrenunciable del acervo del pueblo, por cuanto su vocación de servicio cívico lo han hecho parte intrínseca de éste, por ello el pueblo se siente con el derecho de reclamar parte de su patrimonio, lo sienten suyo, y además, en las actuales circunstancias ese mismo pueblo está convencido que por sus innegables ejecutorias él es el llamado a dirigir los destinos del país.
No puede ni debe decepcionar al pueblo ecuatoriano. Pueblo que entiende muy bien que lo necesita a él frente a la historia, a él enderezando el rumbo del país, a él impidiendo el naufragio, a él salvándolo del marasmo ético, moral y administrativo.
Él debe meditar profundamente que una consulta no salva al país, pues mañana este mismo pueblo que ha tenido hasta ahora veinte constituciones y un sin número de consultas, tendrá otras que harán naufragar las buenas intenciones y la que él pretende dirigir quedará únicamente con el calificativo de buena.
Hay tiempo para rectificar.