Estamos por iniciar un nuevo proceso electoral. Será una campaña política sui generis, marcada por el dolor causado por la pandemia, por la angustia debido a la crisis económica y por la indignación provocada por los casos corrupción de los últimos meses. Este texto pretende compartir algunos elementos de discusión sobre cuáles podrían ser las competencias que los educadores deberían desarrollar en la formación de los jóvenes -particularmente los que podrán votar- para avivar el ideal democrático y puedan escoger bien a las mejores personas que puedan guiarnos hacia el bienestar, la justicia social y una respetuosa convivencia.
La Constitución de 2008 incorporó la participación de “nuevos sujetos políticos” dando la facultad de votar a los jóvenes entre dieciséis y dieciocho años de edad, personas de la tercera edad, los privados de libertad, los residentes ecuatorianos en el extranjero, integrantes de las Fuerzas Armadas y Policía y personas con discapacidad (Constitución del Ecuador, 2008, Art. 62, numeral 2). Dos buenas intenciones -que deberían ser discutidas ampliamente- soportan la iniciativa del “voto joven”. La primera se trata de la universalidad del voto como una medida de prevención contra intentos de acceder al poder de dictaduras y gobiernos no democráticos. Y, por otra parte, como una concreción global de los derechos de la niñez y la adolescencia en las naciones democráticas. De hecho, la Convención de Derechos de la Niñez y la Adolescencia (CIDN) anima a los gobiernos por el cambio de los adolescentes de sujetos pasivos y receptores de cuidado, por otro, el de ser sujetos políticos activos (Bastidas, 2013). En Ecuador los jóvenes de entre 16 y 18 años han votado en la Consulta Popular de 2011, las elecciones presidenciales y legislativas de 2013, 2017 y las elecciones seccionales 2014 y 2019.
Se estima que para las elecciones que se avecinan más 670 mil jóvenes, del rango de edad al que nos referimos, podrán ejercer el voto (El Comercio, 23 de octubre de 2018). La tendencia de participación electoral es positiva y el CNE avizora un 62% de sufragantes, lo cual no necesariamente implica un alto espíritu democrático sino más bien, como lo detallan Altmant (2008) y Norris (2002), una incidencia entre la obligatoriedad del voto, el nivel educativo, la región o zona dónde se vive, la edad y el ingreso, como factores asociados fuertemente a la acción de votar o no. Por otra parte, no existe suficiente información sobre las razones de los jóvenes ecuatorianos para no votar de manera intencional. Hay que advertir desde este momento, que la participación política y la cultura democrática no pueden reducirse al ejercicio del sufragio, su alcance va mucho más allá que dar el voto en unas elecciones.
La participación de los jóvenes en la gobernabilidad democrática
El debate actual sobre la participación política de los jóvenes tiene muchas aristas. Por ahora me detendré solamente en tres. Una de ellas es el pesimismo con que la juventud se relaciona con el mundo de la política. El pesimismo abarca la percepción negativa hacia los políticos, el poco interés en participar en los procesos electorales, la desconfianza hacia las estructuras e instituciones de gobierno del Estado (Montero, Gunter y Torcal, 1998; Benedicto, 2008). Otro aspecto, quizá de mayor profundidad, es que el tiene que ver con los valores de los jóvenes, los cuales no encajan necesariamente en el binomio ideológico izquierda–derecha, sino más bien se conectan con los valores ecologistas, de autorrealización y los que están emergiendo desde el mundo del internet y de las redes sociales (Bastidas, 2013). Por último -y por ahora- cabe mencionar la apatía de los jóvenes hacia los asuntos referentes a la cultura democrática. Al respecto, en una encuesta realizada por Ágora Democrática (2011) entre los jóvenes ecuatorianos, se pudo apreciar que el grueso de la población entre dieciséis y diecinueve años tiene poco (43,50%) y algo (30,50%) de interés por la política (y entre “nada” y “poco” suman más de 56%). Este comportamiento se reproduce de forma bastante similar en el resto de grupos etarios (Ver tabla). Algunas hipótesis se podrían extraer hasta aquí: si los jóvenes sienten pesimismo hacia lo político, si no integran los valores democráticos a los suyos y si no confían en las instituciones y personas para dirigir el Estado, tendrán menos incentivos para participar de la cultura democrática, habrá una mayor despolitización -en el correcto uso del término- de los jóvenes y los pronósticos sobre su falta de compromiso colectivo se hará evidente en los próximos años.
Tabla: Interés por la política de los jóvenes en Ecuador | |||||
¿Cuánto diría usted que le interesan las cuestiones políticas? | |||||
Rango etario | Nada | Poco | Algo | Mucho | No responde |
16 a 19 años | 13,20% | 43,10% | 30,50% | 12,90% | 0,30% |
20 a 24 años | 13,50% | 40,00% | 31,10% | 15,30% | 0,10% |
25 a 29 años | 16,00% | 40,40% | 25,70% | 17,40% | 0,50% |
Fuente: Ágora Democrática, 2011 |
Lo indicado, nos coloca ante un escenario bastante preocupante y creo que la escuela puede ser de gran ayuda para revertir esta situación. Educar para la democracia, en los actuales momentos, resulta entonces una tarea impostergable. No confundamos a la educación para la democracia con celebrar las elecciones de representantes estudiantiles cada año en el centro educativo. No solo que es un error, sino que, algunas veces, es una distorsión grave, que mal educa, porque emula lo más sórdido de las campañas políticas de los adultos: descalificaciones entre candidatos, comercialización del voto, anuncio de propuestas demagógicas y presentación de candidatos al puro estilo de un show de telebasura.
Se trata de hacer todo lo contrario. Para ello, primeramente, veo de capital importancia que los centros educativos pongan de manifiesto al alumno en la centralidad del acto educativo y deje de ser, como sucede lamentablemente, una declaración retórica con pocas concreciones reales. Segundo, hay que redoblar esfuerzos para desarrollar la capacidad de expresión de los jóvenes. Y, tercero, enseñarles habilidades para el manejo de la diversidad y los conflictos.
La centralidad en el estudiante
Poner en el centro al estudiante quiere decir, en concreto, que los programas de estudio y la calidad de la enseñanza deben adquirir mayor exigencia. Se lo lee muy fácil, pero la educación de los jóvenes en confinamiento por el COVID-19 ha obligado a rebajar, todavía más, los estándares del currículum y evidenciar los deficientes mecanismos y procesos de instrucción a distancia que tienen las escuelas en la mayoría de los casos. Colocar en el centro al estudiante es hacer que se desarrolle en ellos competencias que les permitan participar en las esferas políticas, sociales o económicas. Y ¿cómo lo podrán hacer si nos conformamos con desarrollar en ellos competencias mínimas de lecto-escritura o de razonamiento matemático o científico? Con lo mínimo o lo indispensable, difícilmente los estudiantes podrán desarrollar su voz y acción políticas. Y seguiremos alimentando a esa multitud ingenua que espera soluciones engañosas de los caudillos de turno.
Centrarse en el estudiante es conocer lo que piensa, escuchar sus voces y comprender sus necesidades, expectativas y problemas. Quizá esa sea la vía para sincronizarnos más con ellos y evitar desconocerlos o ignorarlos. Centrarse en el estudiante es confiar en ellos, haciendo los docentes el obligado ejercicio de superar el prejuicio de su supuesta inexperiencia, su incierta responsabilidad para asumir compromisos, su ineptitud para pensar como corresponde o su incapacidad para identificar sus problemas (Fielding y Prieto, 2000).
Enseñar a los jóvenes a expresarse
La forma básica de participación democrática constituye la expresión libre de lo que se piensa. Hoy más que nunca los estudiantes se expresan continuamente y narran sus vivencias por una infinidad de vías. Las redes sociales son un claro ejemplo de ello. Sin embargo, no los estamos educando en comunicar bien lo que dicen. Hace falta que el colegio les ayude a que sepan comentar, analizar, inferir, interpretar y decodificar los mensajes que les llegan y los que ellos mismos producen. Para ello, es imprescindible habituarlos a leer, a dedicar tiempo a la lectura, a conocer otros idiomas y otras culturas. Es paradójico que, mientras se tenga acceso a información sin límites y se la pueda expresar por audio, video, de forma escrita, de gráfica, musical, on line, etc… no haya muchos jóvenes que lo practiquen con solvencia y seguridad.
La escuela, por tanto, no puede ser una institución en la que no se permita expresarse, que obstruya las posibilidades de hacer oír las voces de los jóvenes. Si no les enseñamos a expresarse con corrección, no nos quejemos que muchas de sus inquietudes y propuestas sean desestimadas por los políticos y cuando se les dé la posibilidad de hacerlo, lo hagan sea con un mensaje pobre, ajeno y, la mayoría de las veces, incomprensible (Prieto, 2003).
Desarrollar habilidades para el manejo de la diversidad y conflictos
Dewey decía hace más de un siglo que, la escuela precisa promover en los alumnos la resolución de problemas prácticos, morales y sociales a partir de la deliberación colectiva y el debate racional conducentes a decisiones y actividades conjuntas. Estas habilidades favorecen la toma de posiciones, la defensa de las ideas, el respeto y la tolerancia a las ideas de los otros. En efecto, una democracia es más que una forma de gobierno; es primariamente un modo de vivir asociado, de experiencia comunicada juntamente (Dewey, 1998, p. 82). Y es que, en democracia no existen enemigos, sino personas que piensan distinto y que tienen ese derecho.
Unido a lo anterior, es necesario desarrollar una pedagogía el diálogo. Esto permite a la persona intercambiar opiniones, comprender críticamente, razonar sobre distintos puntos de vista, intentar llegar a un entendimiento entre todos y resolver los conflictos o disonancias de manera pacifica. Estas competencias permitirían manejar el conflicto y la diversidad, prefigurando lo que pueden ser nuevas formas de comportarse y vivir en sociedad.
Educar para la democracia demandará tiempo, convicciones arraigadas y no siempre se obtendrán los resultados deseados. Espero que las palabras de Giovanni Sartori nos ayuden a retomar con optimismo esta gran tarea: “La democracia es, antes que nada y, sobre todo, un ideal. […] Sin una tendencia idealista una democracia no nace, y si nace, se debilita rápidamente. Más que cualquier otro régimen político, la democracia va contra la corriente, contra las leyes inerciales que gobiernan los grupos humanos. Las monocracias, las autocracias, las dictaduras son fáciles, nos caen encima solas; las democracias son difíciles, tienen que ser promovidas y creídas” (Sartori, 1991: p. 118).
Trabajos citados
Ágora Democrática (2011). Encuesta Nacional de jóvenes y participación política.
Altmant, David (2008). Individual, Economic and Institutional causes of electoral participation. Tennessee: Universidad de Vanderbilt.
Bastidas, C. (2013). Voto Facultativo de los jóvenes en Ecuador. Revista Democracia. 1. 83 – 104. Recuperado de https://www.researchgate.net/publication/265641609_Voto_Facultativo_de_los_jovenes_en_Ecuador
Benedicto, J. (2010). Construyendo la ciudadanía juvenil: Marco teórico para las políticas de juventud y ciudadanía. Recuperado de http://espacio.uned.es/fez/eserv/bibliuned:DptoSociologiaIIArticulos2015/Ciudadaniajuvenil_Benedicto_lbre.pdf
Constitución de la Republica del Ecuador (2008). Asamblea Constituyente. Ciudad Alfaro.
Cox, C., Jaramillo, R., y Reimers, F. (2005). Educar para la ciudadanía y la democracia en las Américas: Una agenda para la acción (Vol. 1300). Washington: Banco Interamericano de Desarrollo.
Dewey, J. (1998). Democracia y escuela. Una introducción a la filosofía de la educación. Madrid: Ediciones Morata.
DUF. (2011). Recuperado de http://www.cje.org/es/en-que-trabajamos/asociacionismo-juvenil-y-participacion-social/que-proponemos/por-que-el-voto-a-los-162/
El Comercio. Recuperado de https://www.elcomercio.com/actualidad/cne-jovenes-padron-electoral-elecciones.html
Montero, J. Gunter, R. y Torcal, M. (1998). Actitudes hacia la Democracia en España: legitimidad, descontento y desafección. En Revista REIS. N.o 89: 9-46.
Norris, P. (2002). Democratic phoenix. Reinventing political activism. Cambridge: Cambridge University Press.
Prieto, M. (2003). Educación para la democracia en las escuelas: un desafío pendiente. Revista Iberoamericana De Educación, 33(2), 1-11. https://doi.org/10.35362/rie3322984
Sartori, G. (1991). Una nueva reflexión sobre la democracia, las malas formas de gobierno y la mala política. RICS, 129, 459-485.