21 noviembre, 2024

Ni mucho que queme al Santo…

Por WhatsApp se han pasado muchos mensajes y de diverso tipo. Indudablemente lo peor, es ver cómo el Gobierno, con su severa discapacidad auditiva y visual (¿será por eso que tenemos tantos discapacitados entre Asambleístas y funcionaros de diverso tipo?), deja pasar impávido, los asaltos de sus propias autoridades, las que, en un desenfreno total actúan como si ya no va a quedar nada para robar y agarran lo que pueden sin importarles un comino su nombre, con la seguridad de una justicia amarrada, como la que vivimos, que se hace de la vista gorda a todo atraco y que ya no encierra a los delincuentes, sino que les pone grilletes para dejarlos en libertad diciendo que están presos, para que sigan disfrutando de sus robos y continúen en libertad, felices y contentos.
¡Después de todo, son de la misma camada de pillos! Ya llevamos casi 15 años ininterrumpidos de asalto continuo a las arcas, y como todos tienen rabo de paja, unos más grandes, otros más pequeños y algunos gigantes, no pueden denunciar nada, porque entonces el otro, al verse denunciado contará también lo nuestro, de modo que el silencio cómplice es lo mejor.

Pero ese no es el tema del día. Hay miles, millones de mensajes, muchos de ellos totalmente contradictorios sobre tratamientos (asusta la cantidad de Médicos que ejercen, unos pocos, con título), dando recomendaciones, infusiones y medicamentos, indicando cómo actuar (salir, quedarse en casa, etc.) y miles de recomendaciones más (la mayor parte, basura).

Entre estas, pasa un cuento sobre 2 conejos que son perseguidos por un lobo, que logran huir y esconderse en una cueva, y luego uno quiere salir y al fin sale. El otro temeroso, no quiere salir y al final, desfalleciendo de hambre, trata de salir, pero no tiene fuerzas y muere.

Todas estas historias hablan de extremos, que se tratan de poner, a conveniencia del pensamiento personal, la situación, como la quiere ver el que la pública. Hasta donde sé, todos los conejos y todos nosotros algún día, tarde o temprano, moriremos. ¡Es la ley de la vida!

Creo que el fanatismo, el pánico y la irresponsabilidad, son los peores consejeros, y es lo que se debe evitar. Nadie tiene la vida comprada y todos, sin excepción, en algún momento vamos a morir de lo que nos toque morir. Nadie se va a librar de ello.

Sin llegar al extremo del individuo que llega a un puente en mal estado y lee en el anuncio que el puente no soporta un peso mayor a 200 libras y reflexiona: yo peso 185 libras, vengo con este saco cargado con 60 libras de alimento para mis hijos, mejor dejo el saco con alimentos e incluso me saco la ropa para disminuir mi peso antes de cruzar, porque hombre prevenido vale por dos. Lo hace, empieza a cruzarlo, cuando va por la mitad, ¡se cae el puente! ¿Qué pasó? Pues que como hombre prevenido vale por dos, él pesaba 380 libras, y el puente no aguanto tanto peso.

¿Qué es lo que se debe hacer, entonces? Recordar un viejo y sabio refrán: “Ni mucho que queme al santo, ni poco que no lo alumbre.” Sigamos las recomendaciones de protección, que son razonables, como el uso de mascarillas, para no contagiar a los demás, guardemos la distancia prudencial recomendada, evitemos el contacto físico fuera de casa, sigamos las normas correctas y frecuentes de higiene, salgamos sólo lo necesario, y no pensemos en pánicos, miedos y mojigaterías, no hagamos caso a tanta irracionalidad escrita o hablada, que no conduce a nada, sino a error y a infelicidad.

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Este aspecto depresivo en que esta inmersa la mayoría de la sociedad ecuatoriana, teniendo su principal impacto en la ciudad de Guayaquil, ciudad en la que vivo y a la que he demostrado que amo, me ha hecho llevar una mirada retrospectiva hacia el pasado para buscar una alternativa que permita diseñar un camino, el que lo he vivido por experiencia personal, para vivir un presente decente y labrar un futuro que se construya con la convicción de no destruir jamás, de ser solidario con lo bueno y con lo positivo, afín de desterrar lo que es dañino al alma y al cuerpo.

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