Con el recrudecimiento de la pandemia en el mundo, que según todos los pronósticos se va a prolongar indefinidamente, las manifestaciones públicas principalmente en Europa, contra las políticas adoptadas por los gobiernos para aumentar las restricciones a la ciudadanía, se han exacerbado y recrudecido, al igual que el Covid-19, encendiendo, nuevamente, todas las alarmas sociales.
Lo que llama la atención es que haya sido en Alemania, país con uno de los gobiernos más eficientes en el manejo de la crisis provocada por el coronavirus, donde se produjo, hace apenas unos días, la que para nosotros es la marcha de protesta más significativa de todas las que se han dado, hasta ahora, relacionada con la pandemia. La acción, fue promovida por iniciativas como Pensamiento Lateral 711, a la que se unieron espectros ultra y antisistema entre los que se encuentran los ya conocidos movimientos antivacunas, anti europeos o anti extranjeros, así como los negacionistas, esos mismos que son capaces de desconocer tanto la existencia de Dios como la del propio coronavirus.
Y decimos que es las más significativa debido al asunto de fondo que plantea, tácitamente, a través de la reivindicación de derechos y libertades individuales como el de salir a la calle cuando quiera o reunirme con quien quiera en plana pandemia. Nos referimos al problema de si deben ser eliminados de los textos constitucionales, con el objeto de evitar abusos de los gobernantes de turno, figuras como las de los estados de excepción, de alarma, de emergencia, de catástrofe o de calamidad pública, dependiendo del nombre que hayan adoptado en el respectivo país, y los cuales pueden conllevar la suspensión de garantías constitucionales como la libertad de circulación o de reunión, entre otras. Además, la hace tan especial el aval recibido de las autoridades judiciales de Berlín al rechazar los tribunales de la capital alemana, contra lo que indicaba el sentido común, el recurso de última hora presentado por la policía, fundamentado, precisamente, en el riesgo de contagio que conllevaba, para que la marcha no fuera permitida. Una advertencia que el tribunal desestimó y que en la práctica quedó comprobada al no guardarse ninguna medida de protección elemental como el uso de mascarilla o distanciamiento entre los asistentes a la concentración, la cual se desarrolló durante dos horas aproximadamente, antes de ser disuelta por las fuerzas del orden público.
No estamos diciendo con ello que la letra de alguna constitución vaya a ser modificada, simplemente, por las protestas de un grupo minoritario de ciudadanos de algunos países europeos, ni mucho menos que tengan razón en sus planteamientos. Pero en un mundo como el actual donde las minorías agrupadas alrededor de un interés común cualquiera, social o ideológicamente permeable, tienden a cobrar fuerza diariamente con el apoyo de los partidos políticos de izquierdas o derechas, da lo mismo, que solo ven en aquellas, nichos de votantes potenciales, los derechos de las mayorías en situación de calamidad, por ejemplo, como la del Covid-19, se encuentran en peligro. Y no nos estamos refiriendo a votos, sino a vidas humanas expuestas a riesgos que no deberían correr y que en la actualidad están protegidos por esas mismas constituciones que se pretenden derrumbar. Mayorías convencidas, por ejemplo, de que la ciencia y la vacunación nos han sacado de la ignorancia y el oscurantismo de la Edad Media, o que el uso de medidas excepcionales por los gobiernos es a veces necesario para manejar adversidades colectivas como las sanitarias, las causadas por las fuerzas de la naturaleza o incluso las guerras. Hasta en la gloriosa Republica romana se acostumbraba concentrar, con la autorización del Senado y por un tiempo limitado, todo el poder posible en la figura de un dictador, con el fin de afrontar una guerra o una crisis social que requiriese medidas excepcionales.
Si en lugar de Alemania, donde las limitaciones a los derechos de los ciudadanos han sido mínimas, se hubiese efectuado en países como Venezuela o España, la protesta seguramente hubiese tenido más sentido. En Venezuela, debido a que con un régimen autocrático en toda la extensión de la palabra como el de Maduro, el Estado de Alarma va ya para seis meses y no se sabe cuándo tendrá fin. En España, porque tratándose de un país de la Unión Europea como Alemania, el Estado de Alarma se prolongó innecesariamente por tres meses, sin que las recomendaciones sanitarias impulsadas en su ínterin, resultasen del todo exitosas. De haber sido así, la manifestación hubiese encajado mejor, y hasta pareciera más entendible que fuesen los españoles y no los alemanes quienes pretendiesen reformar su constitución temerosos de que los volviesen a encerrar en sus casas por tanto tiempo. Mas ahora, cuando la pandemia resurge con nuevos bríos y el gobierno de Sánchez les ofrece a los españoles, que apenas empezaban a respirar el aire de la calle, un confinamiento autonómico a la medida, absurdo, además de irresponsable.