Un conversatorio con personas pertenecientes a once países latinoamericanos discutía las diferentes maneras para impulsar el crecimiento sostenible de pequeños empresarios en la región. Cada persona contaba sobre la situación de su país, de su cultura, y se expresaban los diferentes panoramas con el fin de generar posibles soluciones para el final del webinar. Sin embargo, un comentario resaltó entre todos. Una chica argentina agregó: “entre todas nuestras diferencias, parece que lo que nos une es siempre sabernos levantar de las constantes crisis.” Se generó una pequeña risa entre todos los presentes, y se agregaron comentarios sobre el orgullo que debemos tener de nuestra “inquebrantable resiliencia” como región. El conversatorio continuó, pero la palabra resiliencia se mantuvo en el aire.
Somos una región con gastronomía variada e inconfundible. Nuestros ritmos y música se reconocen y aclaman aquí y en el resto del mundo. Estamos llenos de soñadores que trabajan, y de tierras que no necesitan químicos para fecundar. Sin embargo, lo que sobresalió como el verdadero factor común sería esta supuesta resiliencia para soportar nuestros constantes estados de emergencia. Qué tan “latinoamericano” resulta elegantemente llamarle resiliencia a nuestra falta de introspección y memoria.
A mediados del siglo XIX, Latinoamérica tenía una situación mucho más privilegiada que muchos países asiáticos en términos de PIB. Sin embargo, el paso del tiempo hizo que ellos despunten con ciudades creadas de cero y liderando industrias de tecnología, mientras que nosotros seguimos siendo los mismos que defienden a sus crisis como parte de su cultura. Pero no tendría que serlo.
Latinoamérica es hogar de un capital humano variado, de recursos naturales únicos y de microclimas que son envidiados por el resto del mundo. Lo que nos falta no son los medios, sino tomar responsabilidad como latinos y como ecuatorianos de no esperar a que terceros nos salven de nuestras propias malas decisiones culturales. Que con el pasar del tiempo dejemos de defender nuestras debilidades para que, con trabajo, finalmente logremos liberarnos de ellas.