Me comentaba un amigo en días pasados refiriéndose al insólito reclamo de fraude electoral que viene haciendo el actual presidente de los Estados Unidos desde hace ya unas semanas atrás, incluso, antes del día tres de noviembre pasado, en el cual se efectuaron las elecciones en aquel país, que si algo había que reconocerle a Trump era su coherencia. Cuando le pregunté acerca del porqué de tal aseveración, mi amigo me respondió que cuando Trump le ganó las elecciones presidenciales a Hillary Clinton hace cuatro años, él la acusó de haber hecho trampa, por lo cual, ahora que pierde estas con Biden, era lógico que también y con mayor razón lo acusara igualmente de fraude.
No le pude quitar la razón a mi amigo en ese punto tomado a guasa, pero me sirvió para recordar que los motivos que llevaron a Trump en aquella oportunidad a meter a los rusos, los correos de la señora Clinton y armar toda una conspiración en su contra, dentro del mismo saco, probablemente hayan sido, pues demostrarlo no es posible, la percepción y el sentimiento personal de derrota que los más de tres millones de votos que a nivel nacional le sacó de ventaja la senadora por Nueva York deben haber dejado en su fuero interno.
En las elecciones de hace poco más de un mes, los votos totales de Biden sobrepasaron a los de Trump en más de siete millones, lo que lo convierte en un ganador indiscutible, al menos, dentro de un sistema democrático de sufragio universal, secreto y directo, que no es el caso, precisamente, del sistema electoral de los Estados Unidos. Una diferencia de votos aquella, que cuando se mira globalmente, hace de los cincuenta mil votos, de diferencia en su conjunto, pues no son más de esos, disputados por Trump en estados como Pennsylvania, Arizona, Nevada o Georgia, un asunto patético.
No estamos diciendo con ello, que un candidato no tenga derecho a pelear hasta el último voto su elección y a defenderlo con uñas y dientes si fuera necesario. Lo que tratamos de indicar en todo caso, es lo inadmisible que puede parecer después de varios recuentos en algunos de esos estados, sin cambios en los resultados, y de todo el lio montado por los abogados de Trump en los juzgados sin decisión favorable alguna, haya todavía dirigentes políticos y seguidores de Trump, en el país del norte, que prosigan con sus denuncias de fraude, sosteniendo sin pruebas palpables, una conspiración, un entretenimiento que gusta mucho a los estadounidenses, que puede tener consecuencias tanto a corto, como a largo plazo, devastadoras para su sistema político, icónico para muchos.
Pruebas, evidencia o soportes, en todo caso, que llaman la atención por su falta de consistencia, algunos, incluso, risibles. Principalmente, el relacionado con los procesos electorales del “chavismo” en Venezuela que según el señor Giuliani, abogado de Trump, fueron fraudulentos y en los cuales las máquinas y procedimientos de sufragio de la empresa Indra que jugaron un rol protagónico en los mismos, también habrían estado presentes, de alguna manera que no explicó, en el proceso electoral norteamericano de noviembre pasado. Lo que daría pie para preguntarle al exalcalde de Nueva York y exfiscal adjunto de los Estados Unidos dónde estaba o, por qué no dijo nada, cuando Jimmy Carter certificó a través del Centro Carter algunos de esos procesos electorales del chavismo.
El primer lunes después del segundo miércoles de diciembre, de acuerdo con la legislación estadounidense, o sea, ayer, día catorce del mes en curso, los compromisarios o electores que resultaron en número, de conformidad con la constitución de cada estado, electos hace ya más de un mes, emitieron su voto a favor de los candidatos para la presidencia y la vicepresidencia con los cuales teóricamente se encuentran obligados legalmente. Aunque se trata de un evento que no suele revestir mayor relevancia y que pasa, más bien, desapercibido, no solo para la población sino hasta para los medios, pues debería ser una mera formalidad, en las actuales circunstancias había quienes pensaban que pudieran darse sorpresas ante la posibilidad de que los compromisarios de algunos de los estados en disputa le fuesen infieles a Biden bajo la perspectiva de que Trump, quien ha jurado llevar este asunto hasta sus ultimas consecuencias, consiga alguna decisión judicial favorable a nivel regional próximamente, de modo que el venidero día seis de enero, cuando corresponde certificar los resultados en el Congreso, en el cual hay actualmente una mayoría republicana, el Senado presidido por el vicepresidente Mike Pence, le adjudique finalmente esos votos infieles a Trump o, bien, esa mayoría republicana, revierta cualquier votación previa del colegio electoral.
Creemos que el sistema, puesto a prueba por algunos antecedentes electorales del pasado y zarandeado con los más recientes casos de Bush y Al Gore, así como del propio Trump con Hillary Clinton, ambos de amplia repercusión en el mundo, ha sido lo suficientemente sabio como para ratificar el día de ayer en el colegio electoral los resultados electorales anunciados a favor de Biden y mantener en pie a las instituciones. De lo contrario, el daño que se le hubiera hecho a la democracia en los Estados Unidos, no se reduciría a las posibles dudas que entre sus partidarios va a dejar sembradas la estrategia de Trump sobre el verdadero ganador de estas elecciones, sino que se hubiera extendido a todo el sistema institucional que la ha venido sosteniendo hasta ahora y mostrando al mundo como un ejemplo a seguir, no obstante, las imperfecciones que sustenta.