Es muy difícil distinguir a los demagogos que engañan haciendo creer que son lo que se anhela de ellos, y luego se vuelven la esencia de la corrupción y exponen esa vena del mal, corolario de una ira auto creada por su falta de esfuerzo y por sentirse que la nube rosada les pertenece.
El mexicano Carlos Gómez Carro, en sus ensayos donde menciona sobre de la dualidad de la personalidad, nos habla de que el mal puede persistir límpido, pero el bien no. Un planteamiento similar que Grant Morrison ya había manifestado en los noventa en su historia de un universo paralelo en donde la contraparte odia a sus antagonistas, causantes de su loca soberbia.
Tanto mienten que se benefician de la necesidad de los individuos de adquirir un sentido de individualidad, tal como los “artistas” que promueven el escándalo en vestimenta o palabras soeces por falta de virtud profesional y se cautivan por ese contexto. El mismo que se potencializa, al carecer de pericias que lo hagan superior a sus semejantes. Es la contradicción a la que se somete un malo pretendiendo ser superior. En palabras criollas se creen “más vivos o sapos”.
Usan trajes de moda urdidos por quienes están lejos del arte, para buscar la sensación que tiene que ir in crescendopara por causa del escándalo todos los usen en espiral decadente ¡Ya no son exclusivos! y pierden su objeto de singularidad y acuden a amplificar su desnudez o palabras de uso de albañal.
Es muy común que la población cautiva experimente el Síndrome de Estocolmo, y si se les agrega el Dios dinero entonces lo riman con idolatría al ladrón.
Del mismo modo hay algo que la “rata, sus ratones y rateros”, experimentan: El síndrome del emperador, del niño tirano, o del niño rey según los distintos nombres con que se conoce a un fenómeno cada vez más común: el de los niños que acaban por dominar a sus padres, e incluso, en los casos más extremos, por maltratarles. Y por eso, de mandantes pasan a mandadores y culminan de esclavizadores.
Por recordar una aclaración en la que concordaba con una dama en contra del adulterio y manifestaba que el ‘adulterio’ si es penado por la Ley; sin embargo, “…adolece de error al resolver…”, pues es común el aceptar el recurso de apelación y revocar la sentencia de primer nivel, sin que exista otro pronunciamiento. De esa forma se provoca que no exista resolución alguna, “…porque no resuelve el fondo del asunto”. La sentencia como se encuentra dictada deja a las partes, perdidas en el limbo y de ningún modo existirá cosa juzgada ni seguridad jurídica”.
La actividad del adúltero se fracciona en dos actos diversos e independientes, contra el supuesto legal de que en el adulterio no puede haber más que Ia adúltera y su correo; es decir ¡En Ecuador NO PASA NADA! Y en poco tiempo, con gran comodidad salen a disfrutar de lo desvalijado.
Volviendo al Síndrome de Estocolmo o al infame hecho del Adulterio, es natural que, pasada la causa de su generación, se dé el coraje, repulsión y arrepentimiento. Así lo esperábamos, pero Lenin Moreno ni siquiera fue definido y quedaron los que tenían que cuidar de las llamas sus colas de paja que bailaban muy cerca de uno de los más grandes “correos”: Jorge Glass.
Hoy varios vemos que muchos grandes hombres reconocen que el Ecuador ha sufrido y le quedan los males del Apocalipsis y las personas ante tantos incapaces permiten que payasos lelos o adefesios: Araúz y Yaku puedan hablar estupideces y algunos ciudadanos les siguen de trencito de baile.
¿Pero cómo son esos niños? ¿Cuáles son sus características? ¿Es posible la prevención?