21 noviembre, 2024

¡Cómo pedir!

¡Uno de los grandes defectos humanos, es caer en la desesperación! El ser humano es muy proclive a caer en la desesperación. Todo lo que no somos capaces de lograr, son justamente las cosas que creemos que están fuera de nuestro alcance.

¿Por qué dudamos? ¿No nos damos cuenta que es esa cochina duda la que nos impide lograr lo que queremos? Tenemos un pariente enfermo, un amigo en problemas, una enfermedad “incurable” en alguien que amamos, y nos desbaratamos en la desesperanza, pensamos que ya todo está perdido y en un plazo corto, se cumple nuestra premonición. ¿Por qué? Simplemente porque nos olvidamos de lo más importante: ¡de pedirlo, y de pedirlo con humildad!

¿Cómo se pide con humildad? Es sencillo, ¡nuestro hermano, el legítimo, nos enseñó a hacerlo! Nosotros somos tan necios y tan sobrados, nos creemos tan dueños de la verdad, y tan autosuficientes, que nos dejamos llevar por nuestro orgullo, que ponemos a un lado esas enseñanzas y actuamos o prepotentemente o con soberbia, como si tuviéramos derecho a hacerlo.

Cuando Jesús se quedó solo, en el huerto de los olivos, no pidió a Dios que lo libere de los que lo iban a capturar. ¡Eso no era lo importante! Jesús dijo: “¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz! ¡Yo no quiero beberlo!, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Cuando pretendemos cambiar la voluntad de Dios, no somos humildes, somos prepotentes. Aprendamos a ser humildes, a pedir con humildad, a decirle a Dios ¡gracias por todo lo que nos das! Y si queremos algo, no nos olvidemos de pedir sin cuestionar, explicando el porqué de nuestro pedido. Seamos honestos, primero con nosotros mismos, y seamos honestos al decirle que no cuestionamos el camino en que nos ha puesto, pidámosle que si Él quiere, nos aparte de ese destino, pero insistamos en que no se haga nuestra voluntad, sino la voluntad de Dios Padre, y confiemos, puesto que estamos en Sus manos, en que nos dará lo que en verdad sea lo mejor para nosotros y para la persona por la que pedimos. ¡Puedo asegurar que Dios nunca se equivoca!

¡Nosotros somos los que podemos equivocarnos! Que nosotros lo queramos, no quiere decir que eso nos conviene. ¡Dios SÍ sabe lo que nos conviene, y lo que le conviene a la persona por la que pedimos! Si pedimos con fe, podemos estar seguros que Dios nos lo concederá.

Aprendamos a ser humildes, y humildes de corazón.

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