La digitalización acelerada a la que se ha volcado gran parte de la población estudiantil a nivel mundial, a causa de la COVID-19, ha hecho, entre otras cosas, que pongamos a prueba nuestra capacidad de adaptación a situaciones complejas en el sector educativo. Y, aunque muchos educadores y estudiantes estaban conscientes, antes de la pandemia, que parecía existir una especie de mundos paralelos entre el mundo tecnológico y el mundo escolar, nunca pudimos darnos cuenta lo que súbitamente debimos afrontar.
En muchos centros educativos estos dos mundos eran prácticamente antagonistas. Se tenía prohibido el uso del celular en clase, las comunicaciones por WhatsApp estaban reservadas al intercambio de información personal y a menudo caían en la banalización del contenido. Los textos en papel, las hojas de exámenes y las fotocopias parecían que jamás serían reemplazadas por libros en PDF, o un sinnúmero de aplicativos para tomar pruebas y escanear textos desde un celular. Lo anteriormente dicho, de manera anecdótica se volvió cosa del pasado en tan solo un año, porque sufrimos una pandemia que obligó a adaptarnos a situaciones nuevas.
Evidentemente que Ecuador no fue un modelo de adaptación. Pero, también es justo expresar que, un grupo significativo de centros escolares supieron tomar las medidas académicas, administrativas y tecnológicas para afrontar la crisis sanitaria. A nivel de la educación pública se hicieron numerosos intentos, algunos con poco éxito, para dar continuidad a la tarea educativa. Por el momento no es posible cuantificar la capacidad de adaptación que tuvo el sector educativo, pero al menos la educación escolarizada siguió funcionando, aunque en medio de serios cuestionamientos sobre los contenidos curriculares enseñados por los docentes y logros de aprendizaje de los estudiantes.
Sin caer en engaños de la propaganda, ni ser un ingenuo optimista, estoy bastante convencido que lo hecho ha arrojado, luego de las sumas y las restas, un resultado positivo o al menos ha brindado elementos para que las autoridades educativas del país, por fin se den cuenta que es necesario replantear el sistema desde un nuevo paradigma. La escuela tal como la conocíamos desde hace más de dos siglos está herida de muerte y ha empezado a surgir otra nueva, quizá más viva, más abierta, más relacional, más cercana a los desafíos del planeta, en pocas palabras, más humana.
Solo por citar algunos ejemplos, hemos pasado de una educación enfocada en lo local y desconectada, a una educación más global en la que el Estado y la economía familiar deben canalizar mayores recursos económicos para estar on line. El uso del internet ha pasado de ser “Windows-ventanas” a “doors-puertas”, que se abren de par en par para acceder no solo a la información y el conocimiento sino también, al manejo de programas, aplicaciones y otras herramientas tecnológicas que permiten movernos por estos sinuosos caminos de la “nueva normalidad”. No cabe duda, se ha dado un gran salto para los docentes y estudiantes en el uso de las tecnologías, como condición sine qua non, para adaptarnos a la sociedad post COVID-19.
Hacia la innovación
Si miramos al futuro, adaptarse no es suficiente ni es lo que conviene. Es necesario innovar. Según la RAE, el término “innovar” se refiere a “cambiar o alterar las cosas introduciendo novedades”. Pero, esta palabra no siempre gozó de buena reputación. De hecho, algunos filósofos de la antigua Grecia creían que la innovación debía estar prohibida por ser perniciosa, ya que incorporaba cambios a las costumbres y al orden existente. En la edad media este término llegó a compartir espacio con la palabra herejía (Castro y Fernández, 2013). Y, en los años previos a la revolución industrial inglesa y la revolución francesa, ser llamado innovador, era peligroso porque se aplicaba a gente o a movimientos indeseables que buscaban cambios sociales profundos, como la reinvención de prácticas culturales o de costumbres. Sencillamente, un innovador era una amenaza al status quo.
A partir del surgimiento del estado liberal, el sentido del término empezó a cambiar hasta convertirse en todo lo contrario de lo que se le acusaba, su subversión adquiría signo positivo, sinónimo de todo lo que había que cambiar: la economía, las instituciones políticas, la ideología, las costumbres, el mundo material y espiritual. No se podía concebir que todo lo nuevo fuera negativo y peor aún pensar que lo inventado hasta entonces, como la imprenta en 1440, o el telescopio en 1451 o los mapas del globo terráqueo 1490, alguna vez no haya sido innovador. Efectivamente, todo lo creado por el ser humano, ahora o en el pasado, fue alguna vez innovación (Rojas, 2017).
Y precisamente en 1934, el economista J. A. Schumpeter rescató el término “innovación” para aplicarlo, desde la perspectiva económica, como el motor interno del desarrollo económico. Schumpeter bautizó el concepto de “creative destruction” (destrucción creadora), al que definió como un proceso de mutación industrial que revoluciona la estructura económica, destruyendo lo antiguo y creando elementos nuevos. Los responsables de dichos procesos serían los “emprendedores innovadores” (Schumpeter, 1944).
En la actualidad muchos autores consideran que la innovación está estrechamente ligada a la tecnología, los cambios del mercado, la demografía, los cambios de percepción generacionales y los conocimientos que posibilitan nuevos descubrimientos (Drucker, 2004). Sin embargo, pocos ponen el énfasis en la actitud (espíritu creativo y la imaginación constructiva de personas y equipos deben poseer para renovarse y responder a los desafíos que constantemente surgen. La innovación depende entonces de valores intangibles difíciles de cuantificar y sistematizar (Ponti y Ferràs, 2008).
En definitiva, con la pandemia el mundo cambió y con él, la escuela también deberá hacerlo. En realidad, soy de la opinión que ha llegado el momento para pensar seriamente en una nueva educación que innove y que no solo se adapte lo mejor posible a los cambios y transformaciones que están emergiendo. Por eso, propongo algunos “tránsitos” para irlos pensando, para que su necesidad se vaya calando en nuestra conciencia colectiva y surja una nueva escuela:
- Pasar de una educación adaptada desde la perspectiva del adulto, a otra pensada desde el estudiante y sus relaciones.
- Pasar de una política educativa adaptada desde la lógica burocrática, a otra pensada desde la lógica profesional.
- Pasar de una educación adaptada para homogenizar, a otra pensada para la diferenciación y la creatividad.
- Pasar de una educación adaptada solamente al centro escolar, a otra pensada desde lo local y lo global.
- Pasar de una educación adaptada a castigar el error, a otra que ve el error como aprendizaje.
- Pasar de una educación adaptada a prescindir de la emoción, que muestra a la ciencia como fría e inquebrantable, a otra que asume la emoción de saber como el motor del aprendizaje.
- Pasar de una educación adaptada a cumplir requisitos externos, a otra que promueva la auto regulación y la motivación interna.
- Pasar de una educación adaptada a desarrollar únicamente la cognición, a otra que rescate el valor del cuerpo, la salud y el arte.
- Pasar de una educación adaptada a la aprobación de asignaturas, a otra que resuelva retos y se enfrente a problemas reales.
- Pasar de una educación adaptada a regular la función del maestro a un transmisor de conocimientos, a otra que ve al docente como un referente de vida y diseñador de experiencias de aprendizaje.
- Pasar de una educación adaptada a considerar que el estudiante solo recepte conocimientos, a otra que lo lleve a investigar y ser protagonista en lo que aprende.
- Pasar de una educación adaptada de cumplir un currículum fijo, a otra más flexible, vinculada al entorno y materializada en proyectos interdisciplinarios.
- Pasar de una educación adaptada a establecer círculos cerrados de gestión, a otra que pueda construir redes con otros centros para compartir saberes, experiencias y modelos pedagógicos.
Los animo a que completen esta lista con la actitud de innovadores. Y alejemos esos tiempos en que la innovación quiso ser arrancada de las mentes libres para que dejemos de soñar en que nada es imposible.
Bibliografía
Castro, E., y Fernández, I. (2013). El significado de innovar. Madrid: Catarata, 91.
Drucker, P. (2004). La disciplina de la innovación. Harvard business review, 82(8), 3-7.
Ponti, F., y Ferràs, X. (2008). Pasion por innovar/Passion for Innovation. Editorial Norma.
RAE, Real Academia Española. (1998). Diccionario de la lengua española. Espasa Calpe.
Rojas, J. G. C. (2017). Innovación: parábola y concepto. Trilogía Ciencia Tecnología Sociedad, 9(16), 7-10.
Schumpeter, J. A. (1944). Teoría del desenvolvimiento económico: una investigación sobre ganancias, capital, crédito y ciclo económico. México: Fondo de Cultura Económica.
Suárez, O. M. (2004). Schumpeter, innovación y determinismo tecnológico. Scientia et technica, 2(25).
Mi reconocimiento al profesor Ricardo Orellana por atreverse a exponer en forma diáfana las maravillas de la innovación actitudinal, siendo él, ejemplo de actitud innovadora. Reconozco en tu artículo una síntesis analítica de las razones que podemos tener todos para pensar desde esos tránsitos que nos ofreces en la idea de Refundar la escuela. Mil gracias por compartir tus saberes.
Querida Betsi, gracias por esas palabras. Hay que seguir a las personas que como tú dejan huella.
Gracias Betsi por esas palabras. Valiosas personas como tú son las que se convierten en un referente de vida y de inspiración para transformar la sociedad por la educación.
Pasar talvez de la calificación típica de cada estudiante regular, bueno, muy bueno, sobre saliente, en relación a sus conocimientos en determinada materia que los vuelve hasta mecánicamente fríos porque solo se memorizan para pasar, a calificar por aptitudes y que descubran realmente su interés en determinadas materias que a la postre les guíe por una profesión a fin, obviamente habrá asignaturas que no se pueda calificar de este método u otras que son necesarias en un pensum, pero se le puede hacer más interesante al estudiante que no se le va a tipificar por sus conocimientos.
Mauricio, gracias por tu valioso comentario. Muy de acuerdo contigo. A veces formamos a «teóricos» que no tienen idea para que sirve lo aprendido. La física por ejemplo la hemos condenado en la educación a ser, en muchos casos, una abstracción sin confrontarla con lo que realmente sucede en la vida práctica.
Excelente análisis, Hno. Ricardo, sin duda alguna, es una invitación a quienes estamos inmersos en esta «barca» llamada educación, a reflexionar profundamente sobre el reto que tenemos como educadores; lo cual implica alinearnos con las nuevas exigencias sociales. Por suerte, ya sea por necesidad, por obligación, por exigencias… en fin, llámese como sea, ya hemos dado el primer paso hacia la implementación de la tecnología para generar nuevos aprendizajes. Ahora, vale la pena tomar el timón con más ahínco y tesón para hacer causa común y así plasmar en realidades los «tránsitos», que Ud. muy bien puntualiza, y para que sean los educandos, los principales artífices de sus aprendizajes, a fin de conducir esta barca hacia puerto seguro; y, que no se quede sólo como un sueño o como una ola en alta mar.
Muy interesante la propuesta, la veo completa. Lo que sería importante es integrar el desarrollo de valores y habilidades sociales ya que la tecnología por su naturaleza es de caracter virtual y los seres humanos necesitamos interactuar como unidad bio-psico-social. La comunicación tambien es la percepción y expresión de emociones.
Pero felicitaciones, muy buena la propuesta
Una lectura clara de la travesía que el sistema educativo está enfrentando, un llamado a todos los actores del sistema al examen de conciencia obligatorio, a enfrentar las «necedades» a realizar cambios y afrontar los retos que en términos de innovación son requeridos con urgencia.
Esta guerra que está enfrentando la educación, ha llenado el ambiente de muchos proyectiles, varias esquirlas nos golpean, es urgente tomar decisiones, o esconderse para protegerse o avanzar. Es tiempo para liderazgos que asuman la responsabilidad del riesgo, la experiencia indica que, siempre se llega a buen puerto.
Nos quedan de su parte, propuestas interesantes para empezar a abrir puertas hacia el cambio.
Gracias H. Ricardo.