“No codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca” (Éxodo 20:17)
Un señor visitó un centro médico en el cual lo atendieron solícitamente, el señor, “brillante para los negocios”, sin ser su área ni su profesión, puso un centro médico igual, ya que vio que a los doctores les iba bien con su trabajo. Solo que a los doctores los motivaba su profesión-vocación y al señor negociante el deseo de lucrar más y poseer más de lo que ya tenía. Y esto es solo un ejemplo; en una cuadra podemos ver tres tiendas de lo mismo o cuatro centros de belleza… Me suelo preguntar si hay tanta gente viviendo en este país o es tan escasa la creatividad en las personas.
De lo que si me he dado cuenta es que la codicia en las personas es enorme. El codicioso considera que nunca tiene demasiado y hace lo que esté a su alcance para obtener siempre más, debido a su ambición sin límites. Esto es parte de la manera de vivir en la sociedad industrial y de consumo en la que, nos guste o no, estamos inmersos. Sin embargo, ser o no ser codiciosos es una opción que podemos tomar o rechazar.
La avaricia y la codicia, bastante parecidas en la superficie, pero en el fondo algo distinto, son a mi criterio fuentes de corrupción.
La corrupción es uno de los grandes protagonistas de la época, un mal más grave que el Coronavirus y para el cual el único antídoto se encuentra al filo de la extinción: la moral. Tratar de entender este fenómeno social e imparable, la corrupción, (que parte indiscutiblemente de lo personal), me lleva a la avaricia y a la codicia; la primera, el «afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas»; y la segunda, el «afán excesivo de riquezas.» Según algunos psicólogos, ambas son un desorden mental padecido por mucha gente y no solo una falta de virtud, ya que conllevan acciones realmente perversas que dañan al que las tiene y a quienes son las víctimas de tales manifestaciones perniciosas.
La codicia es un anhelo incontrolado de aumento en la adquisición de cosas o de poder o lo que sea capaz de proporcionar valor social. La codicia es una condición humana indeseable, ya que genera un conflicto de comportamiento entre los objetivos personales y sociales. La codicia maximiza el deseo a la vez que minimiza el peligro y el daño que causará. El codicioso quiere poseer más y lo disfruta, desea mostrar todo lo que tiene; que lo vean, que lo admiren y hasta que lo envidien.
El caso del avaro es más triste, pues ni siquiera disfruta de lo que tiene, ya que él desea poseer más, pero no necesariamente disfruta de sus posesiones, las esconde, ya que no soporta la idea de perderlas (compartirlas). Una vez escuché a un esposo decirle a su esposa: “prefiero que el dinero se lo coja el banco a que tú lo vayas a gastar comprando cosas…” (en la época de la crisis bancaria del país).
La codicia y la avaricia, son deseos desordenados que tienen por objeto las riquezas, inclusive riquezas intangibles como el conocimiento o las emociones. Hay personas que “saben mucho” pero que guardan ciertas cosas para sí, no desean que otros sepan igual o más o sienten temor de ser superados; otras personas prefieren no demostrar sus sentimientos, los ocultan por si acaso se les vayan a gastar, parece broma pero es real.
La Codicia y la Avaricia atesoran sin medida, el codicioso disfruta de su tesoro, el avaro lo guarda. Para algunos entendidos, en estos verdaderos desórdenes mentales, el origen de los mismos está en el miedo. El miedo a no tener en el futuro, a que algo les falte. En ocasiones esto llega a ser una psicopatía que inclusive le impide conectar emocionalmente con las personas de su entorno.
Codicia y avaricia, puertas de entrada para la corrupción, situación que no solo se relaciona con los funcionarios públicos u otras autoridades; todos, desde la persona, su familia, sus amigos, su entorno, la sociedad. Ya que la corrupción puede ser a gran escala o en menor escala. Todo es cuestión del grado de la ruptura deliberada con el orden del beneficio comunitario para actuar solamente en función del beneficio personal. Por eso, la corrupción no solo se da en la política, aplica a muchas circunstancias.
Dinero, poder y sexo podrían ser el contrapeso en la balanza para la avaricia, codicia y corrupción.
En todos los ámbitos sociales a donde existen relaciones de poder, sean empresas, compañías, instituciones públicas, centros educativos o centros religiosos, pueden darse actos de corrupción, y como ya lo dije, todo parte desde la misma casa, desde el barrio y la escuela, desde el interior del ser y los valores con los que se ha ido moldeando.
Deseamos superar a los demás, porque la avaricia es comparativa. Desde la casa y la escuela; luego en el colegio y la universidad nos enseñan a vivir comparándonos, lo cual es contraproducente si se quiere formar seres humanos que sepan vivir en comunidad sin dañar a otros.
“¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida?” (Marcos 8:36)
La comparación genera envidia. La envidia es el continuo deseo de poseer aquello que otro tiene en su poder. En muchas ocasiones, esto se convierte en un trastorno obsesivo del que pueden desembocar múltiples enfermedades.
“Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.” (Lucas 12:15-21)
No es preciso ser creyente para darse cuenta de que estas recomendaciones expresadas en los Evangelios son una realidad, nadie abandona el mundo llevándose sus riquezas, y no hay nada más saludable y relajante, para vivir y morir, que una conciencia tranquila.
Son los males de la humanidad ni siquiera la pandemia los hace reflexionar y cambiar de parecer para mi la peor es la envidia.