El país presume de una democracia que desde hace 14 años se sustenta en los tentáculos del narcosocialismo internacional. Estos últimos 4 años han servido de redención política y reverdecimiento económico para una reconvertida caterva revolucionaria sin que ningún indicador de relativa importancia exhiba siquiera una leve mejoría en comparación con el 2017. El futuro de la nación está en juego y al designio de unos pocos como sucedió hace 4 años. Los alarmantes niveles de pobreza y miseria, natural semillero del sufragio irracional, conspiran también contra el sentido común y la aspiración de la sociedad por vivir en paz, progreso y libertad.
La situación económica demanda acciones concretas para contener la pauperización ciudadana, procurar el crecimiento económico y crear empleos. Se requiere un severo ajuste y recorte de gastos mientras la reducción y eliminación de impuestos toman su tiempo en surtir efecto y los ingresos fiscales puedan eventualmente aumentar vía una superior explotación petrolera y minera. Los tiempos, sin embargo, no son aliados del contexto social y conjuran más bien contra la ortodoxia económica.
Debemos votar con sustento y vigilar los resultados, exigir respuestas de los ganadores, llegar a consensos y emprender un programa serio para revertir esta debacle. La democracia se justifica como instrumento de gobernabilidad política en la medida que sirva para resolver las demandas de la sociedad. Habrá quienes piensen, sin embargo, que hoy estamos mejor que hace 14 años. ¿Solo retórica?