Londres ha sido una fuente de inspiración para mí, sobre todo cuando pienso en los lugares más lindos del mundo. Reino Unido es para mí casi un mundo diferente y Londres, su capital, una ciudad mágica. Quizá piense esto desde el plano romántico con las emociones que me despiertan las novelas de las hermanas Brontë o las obras de Charles Dickens.
La historia controversial de Enrique VIII y sus seis esposas también me encanta, sobre todo la magia que envuelve a la decapitada Ana Bolena y su estancia perpetua en la Torre de Londres. Y el recuerdo de Scarlett O’Hara, personaje que interpretó la legendaria inglesa Vivien Leigh cuyas cenizas fueron arrojadas al río Támesis.
Las leyendas vivas: Rolling Stone, Los Beatles, Elton John… y la misma Lady D que de alguna manera sigue viva en el recuerdo de la gente y en el futuro rey de Inglaterra.
Los palacios, el frío, los cisnes paseando por los jardines, las casitas campestres de los caminos, las estrechas calles, los árboles, los cazadores a caballo y la niebla… el British Museum, el National Theatre, la Tate Modern Gallery y el Shakespeare’s Globe.
La Catedral de St. Paul con sus terribles escaleras, las que subí completamente hasta llegar a lo más alto de la catedral, aunque exhausta, y tener desde ahí una vista espectacular de la ciudad.
El Palacio de Buckingham en donde no me esperaba la reina para tomar el té y uno de los pasos peatonales más célebres de la ciudad, del país y del mundo, la calle que cruzaron los Beatles y quedó retratada en la portada del álbum “Abbey Road”.
Londres es todo eso y más.
En estos días de pandemia que nos ha tocado vivir, las noticias han sido lamentables en lo que se refiere al impacto del Covid sobre los habitantes del Reino Unido, mientras muchos esperan que llegue el cumpleaños número 100 del Duque de Edimburgo, esposo de la Reina Elizabeth II; otros, demasiados, sepultan a sus muertos. Reino Unido superó la suma de muertos por Covid, hace pocos días, siendo el primer país europeo en superar las 100.000 defunciones desde que comenzó la pandemia; se ha convertido en el quinto país del mundo en superar esta cifra, después de Estados Unidos, Brasil, India y México.
Ese lugar mágico ha cerrado sus puertas y se ha transformado a sí mismo en una fortaleza, como en las épocas pasadas que evocan justamente a sus antiguos palacios amurallados.
Londres, con una población entre los 8 y los 9 millones de habitantes, es una ciudad cuya historia se remonta a la época romana. Visitarla significa conocer el Palacio del Parlamento, la Torre del Big Ben y la Abadía de Westminster.
Pasear por el río Támesis y obviamente llegar al famoso London Eye (al que nunca me subí).
El Mercado de Portobello Road es infaltable, hay que ir, aunque teniendo en cuenta que sobre todo los fines de semana se colapsa de gente. Estuve ahí con mis hijas menores, Paula y Karyna, cuando eran pequeñas, y gracias a Dios no nos perdimos en medio de tantas personas… Recuerdo a las niñas comiendo dulces mientras el ambiente estaba animado y con mucho movimiento. Lo imagino hoy, simplemente desolado.
En Londres hay que cruzar el río Támesis, hay que cruzarlo a pie, por el Puente de Westminster y también en bote, en un agradable paseo. Si tras la caminata tienes hambre, estás en la zona adecuada, porque hay muchos lugares cercanos para ir a comer. Caminando te encontrarás con el London Bridge y luego si continúas por la ribera llegarás, un puente más allá, al Tower Bridge. Hay que cruzarlo para acceder a la otra ribera del río y visitar allí la “Torre de Londres”, fortaleza, prisión y hasta residencia real a lo largo de los años.
No hablaré del Soho, Carnaby Street o China Town, sino de aquella experiencia de llegar a un lugar que para mí era como el fin del mundo, ese pueblito de pescadores, Swanage, a dos horas en bus, de la capital.
Fue la primera vez que estuve en Reino Unido.
Una vez aterrizadas en el Aeropuerto Internacional de Londres, Heathrow, mis dos hijas menores y yo, sintiendo un frío inclemente que calaba los huesos, subimos a una furgoneta, nos esperaban dos tipos del staff del internado, no muy amables, (luego cambiaron), con ellos fuimos hasta Swanage.
Swanage está ubicada en el sureste de Dorset. Se encuentra en el extremo oriental de la isla de Purbeck. En el año que estuve ahí, tenía una población aproximada de 10.000 habitantes. Fue un pequeño puerto y pueblo hasta la época cuando se convirtió en un destino turístico.
El internado estaba situado arriba de una colina y nuestra habitación en el lugar más alto del edificio, en la buhardilla. Yo había solicitado una habitación con baño, y era la única disponible. Las demás habitaciones del internado eran con baño compartido, divididas en secciones de hombres y de mujeres.
La primera noche cuando dormimos en la buhardilla, dejé la ventana abierta, ya me había quedado dormida cuando desperté por un sonido extraño, vi a un búho observándome, parado en el alfeizar de la ventana… resulta que Swanage es una ciudad llena de búhos. Desde la noche siguiente procuré no olvidarme de cerrar bien la ventana, a costa de no ver más al bello búho de la primera vez.
Pese a las reglas muy estrictas del internado, fueron tres meses maravillosos en los que sobre todo disfruté haciendo cosas que me encantan.
Luego de las clases de inglés por las mañanas, a las que también me inscribí junto a las niñas, bajaba la colina y caminaba por el pueblito hasta la iglesia. Los martes y jueves había misa. Era una iglesia pintoresca, como las que se ven en las fotos de los caminos de Londres. Una edificación antigua, con el cementerio en el jardín. Iban puros viejitos, las más jóvenes éramos las niñas y yo; los domingos si asistían familias completas, todos nos trataban con solicitud.
Entre semana, luego de pasar por la iglesia, caminaba hasta la playa, por el día y en ocasiones, armándome de mucho valor, también lo hice por las noches. ¿Por qué valor? Bueno, porque era un lugar muy oscuro, desolado, casi no había gente por las calles, y la bajada y la subida de la colina era realmente agotadora y debido a la oscuridad, a la niebla y al frío, también era media escalofriante.
Relato esto porque hace poco alguien me preguntó sobre un momento en mi vida que me haya parecido maravilloso, y esos recuerdos volvieron a mí.
Entonces comprendí que lo bello en la vida, además del lugar obviamente, era poder hacer aquello que me gustaba, sobre todo disfrutar de mis momentos de soledad caminando por las callecitas, por la playa desierta, mojar mis pies en el agua helada, y alegrarme al volver encontrando a las niñas esperando por mí para contarme sobre su día.
Conocimos y aprendimos mucho más que inglés en aquel viaje. Junto a unos niños rusos acompañados por su institutriz, quien al principio me miraba con desdén, pero que luego llegó a apreciarme, (ella siempre andaba elegante y yo en jean y abrigo), hicimos varias excursiones, entre ellas, visitamos Hampton Court, el palacio residencia de Enrique VIII, corriente arriba del río Támesis desde el centro de Londres, en el condado histórico de Middlesex.
La familia real británica no lo habita desde el siglo XVIII.
Hampton Court te traslada a la época de la corte de Enrique VIII, está ambientado para eso. Cuando estuve en la “Capilla Real” pude percibir al mismo Rey Enrique orando de rodillas, mientras sus esposas eran ejecutadas, lo que confirmé media espantada, al salir de ahí y subir las escaleras, cuando una voz del más allá decía: Henry… Henry… en voz muy baja…
Según la leyenda popular, el espíritu de Catherine Howard, la quinta esposa de Enrique VIII, vaga por todo el lugar, clamando al rey para que le otorgue su perdón. Ella fue asesinada en la Torre de Londres por orden del rey quien la acusó de adulterio. Antes de eso, Enrique, la encerró en una habitación de Hampton Court, pero ella logró escapar tratando de buscar al rey para que la perdone, los guardias la atraparon, y luego murió decapitada; y así está perpetuamente su espíritu clamando por el perdón a su despiadado esposo.
Recuerdo claramente el regreso de aquel paseo, íbamos en bus, muertos de hambre y sed, se hizo de noche, recorriendo un camino que se hacía interminable, además con un tráfico terrible. Al llegar, era de noche, la cocina del internado estaba cerrada. Las niñas y yo nos dormimos soñando con que llegue mañana con la hora de ir a desayunar.
Conocimos Bath, patrimonio de la humanidad y sus baños romanos que me devolvieron la juventud de los 17. También Portsmouth, a donde el siguiente viernes tocaría James Taylor, por lo que no lo pude ver en persona.
Ahí entre otras cosas, las niñas y yo entramos de “chiripa” a un museo privado, perteneciente a una Lady inglesa.
Al mismo solo se tenía acceso por invitación o donación de cuantiosas sumas de dinero. Obviamos esos pasos, por la simpatía que despertamos en los guardias con nuestras explicaciones, ¡increíble!, entramos.
Ya en el ascensor, con capacidad máxima para cuatro personas, se colaron cuatro viejitas chinas y locas que nos apretaron de tal manera que a todos nos faltaba el aire.
El ascensor sonó con estruendo, se fue la luz y nos quedamos atrapadas todas, las siete.
Afortunadamente, el administrador solucionó el problema y pudimos disfrutar de verdaderas reliquias del arte y admirar piezas únicas que se encontraban ahí.
Londres se estaba preparando para los juegos olímpicos, así que visitamos también la ciudad olímpica, a donde pude observar grandes excavaciones arqueológicas y restos de etapas tan lejanas que me parece que eran del paleolítico.
Noches de yoga en la casa comunal del pueblo, bailes con el staff y los alumnos, salidas, fish and chips, caminatas, compras… el tiempo pasó muy rápido.
El día de la despedida llegó como llega todo en la vida.
No nos imaginamos que todo el personal del internado, incluyendo al cocinero, quien por su actitud poco amigable, todo el tiempo simulaba ser el verdugo de la Torre de Londres, y todo el staff de profesores saldrían a decirnos adiós. Tres ecuatorianas con muy buena eduación y costumbres, (al decir de la institutriz rusa), no tan distintas a las de ellos, que solían reír a carcajadas, conquistaron los fríos corazones ingleses… una noche de niebla llegamos, una mañana muy fría nos fuimos.
“El sol se estaba poniendo, había música por todas partes
Me sentía tan bien
Fue una de esas noches
Una de esas noches en las que sientes que el mundo deja de girar Estabas ahí parada, había música en el aire
Tenía que haberme alejado, pero sabía que debía quedarme
El último tren a Londres, acaba de salir
Último tren a Londres, acaba de dejar la ciudad
Pero realmente quiero que esta noche dure para siempre…”*
*(Letra traducida al español de la canción Last train to London de Electric Light Orchestra, ELO)
Hermosos recuerdos los tuyos conocer una ciudad desde cero es una aventura maravillosa y una experiencia para toda la vida
Definitivamente Londres es una ciudad maravillosa