Salta a la vista la inmisericorde actitud de los dictadores de la peor ralea, que solo piensan en enriquecerse, sin importarles un comino los habitantes de su país.
Y llama también poderosamente la atención el tiempo de duración, desde que se instala una dictadura hasta que el pueblo inicia el éxodo para salvar sus vidas.
Usemos como ejemplo Venezuela, país hermano que ha vivido lo que casi le toca vivir al Ecuador y lo que, al menos parece, que estamos superándolo.
Venezuela empezó a oír el canto de las sirenas, por voluntad propia, en 1998, al elegirlo a Chávez, presidente, que, al igual que Correa, fue reelecto dos años después (es una forma de pasar desapercibida su reelección. Comenzó a estatizar compañías y con eso, engañó al pueblo, haciéndoles creer que era el pueblo el que iba a recibir las Empresas, las que empezaron a ser administradas por amigos del Gobierno, que pensaban en su beneficio propio y no en el país, de modo que fueron quebrando hasta desaparecer (lo mismo que hizo Correa con la Clementina).
Chávez se enfermó con un cáncer colorrectal, pero dejó un sucesor para su política, que en forma desvergonzada y con una ignorancia supina apretó más al pueblo venezolano.
Ya en ese entonces, algunos de los hombres ricos de Venezuela habían empezado a abandonar el país. Para contentar al pueblo, comenzaron los repartos de alimentos, los que fueron luego, poco a poco disminuyendo hasta que la gente tuvo que buscar que comer en medio de la basura.
Con la sinvergüencería de sus robos, lograron hasta quebrar la Estatal petrolera venezolana.
Esta es la vergüenza de Venezuela. Un pueblo que está viviendo un éxodo y al que todo el mundo le quiere cerrar las puertas, en un acto criminal, pero comprensible, incluso en forma ilegal, porque no se le puede negar refugio a la gente que pide asilo, porque no tiene ni siquiera un mendrugo para alimentarse.
Como es comprensible, primero se busca refugio en lo más cercano y luego donde haya mejores oportunidades de sobrevivir.
Desgraciadamente las plazas de trabajo siempre han sido escazas en América latina y más aún ahora, con la pandemia de coronavirus.
De modo que los países, incluso rompiendo las reglas elementales de asilo y hospitalidad, empiezan a cerrar fronteras.
Personalmente creo que la actitud cobarde, timorata y vergonzosa de las naciones grandes que tienen que unirse para defender a la gente pobre del mundo de estas amenazas criminales, de personas que buscan insaciablemente enriquecerse abusando de los pobres, está permitiendo un genocidio tan grande o peor que el de Hitler en la segunda guerra mundial.
Igual forma ha sucedido en África y ocurre en todos los países donde no existe libertad de expresión y movimiento. El hombre debe ser libre y poder escoger su destino, eso sí, sin llegar al libertinaje, que es otra forma de esclavitud.
La libertad debe estar unida al respeto, respeto a los demás, a sus cosas, a sus pensamientos siempre y cuando se respeten también los míos.
Todos tenemos los mismos derechos y obligaciones. Nadie es más que ninguna otra persona, todos debemos respetarnos.