El concepto de “contagio” no es nuevo. En el libro de Tucídides, famoso historiador griego que vivió aproximadamente quinientos años antes de Cristo, se narra episodios de la famosa guerra del “Peloponeso”, y en tales escritos asombrosamente se menciona que cuando había una epidemia en esas zonas, se escogía a las personas que ya habían tenido previamente la enfermedad y que la habían superado, precisamente para que cuiden a quienes se contagiaban luego del mal. Se consideraba ya desde esas lejanas épocas que había “algo” que mantenía al cuerpo defendido, y muy probablemente con tal razón hubo filósofos que hablaron del “anime” cuya traducción en los siglos posteriores llegó a ser “alma”, tanto así que a muchos médicos en los siglos dieciséis y diecisiete se les llamó “animistas”, corriente que perdura hasta nuestros tiempos con uno que otra variación. Así, pues, uno de los primeros animistas y reconocido también como un iatroquímico fue Thomas Willis considerado también el “padre del neurocentrismo”.
Al parecer el concepto de “inmunidad”, la idea de ese “algo” que protegía no es nueva y parece que ya existía en las antiguas culturas china e india y ni se diga en los sitios que recibieron su influencia más adelante en el tiempo. Se dice también que antes que Edwar Jenner descubriera la famosa vacuna para enfrentar la viruela, unos cien años antes, la esposa del embajador británico en Turquía -quien habría sufrido la enfermedad- trajo a su retorno a Londres el conocimiento, sin embargo, no fue escuchada y hubo de pasar varias décadas para que Jenner tuviera la genialidad de tomar líquido y costras de la lesión de mujeres que ordeñaban vacas -probablemente infectadas de viruela- e inyectársela a un niño que nunca enfermó. El concepto se convirtió en definición, luego Pasteur al parecer le llamó “vacuna” en homenaje a Jenner -o mejor dicho a las vacas-.
Sobre el tema de las vacunas he escuchado a algunos médicos -quienes luego han tenido que quedarse callados- hablar al inicio de aspectos sobre los cuales no conocen. Yo cuando no conozco algo, simplemente lo investigo primero para poder emitir un criterio. Con respecto a las vacunas se ha dicho que es “imposible” que en menos de cincuenta años se tenga una vacuna y que por tanto las actuales para enfrentar el Covid-19 son de dudosa efectividad. Me parece que esas palabras demuestran desconocimiento científico, pues hace más de cuarenta años se viene investigando la técnica que usa por ejemplo la vacuna Sputnik V, que es “artificial” por decirlo de alguna manera, y que por tanto eso no es que se le ocurrió a un científico hace dos semanas, sino que es fruto del trabajo de décadas y hasta de centurias -en algunos casos como el de la vacuna china-. En el caso de los avances científicos en medicina son producto de los trabajos “en cadena” entre profesionales que a veces ni se conocen pero que poco a poco van aportando a los demás hasta que se hace el descubrimiento. Basta con estudiar la historia de los Premios Nobel de Fisiología o Medicina para entender el porqué de los avances.
Las vacunas ya están demostrando su razón de ser en la baja en el número de casos que se observan en países que han enfrentado con decisión y valentía al virus… Peter Medawer, laureado médico decía que un virus no es nada más que “un trocito de material genético rodeado de malas noticias”. Israel, Australia, Nueva Zelanda, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos han visto el desplome en el número de casos -no su desaparición, ojo- con el uso sinérgico de la vacuna y de los cuidados preventivos que conocemos, la mascarilla -doble por recomendación del Doctor Fauci-, el visor, la limpieza con alcohol y el distanciamiento social, entre otras cosas. Por tanto, para contestar a la pregunta con la cual titulo este artículo, debo decir un rotundo… SI… manteniéndome a la espera de que la sapiencia y decisión de nuestras autoridades nos muestren el camino…