Si hablamos de belleza, estamos hablando de la mujer, la última creación de Dios y la más perfecta.
La mujer fue creada para completar la obra maravillosa de la creación. Dios reunió todas las virtudes y todas las bellezas del mundo en su más grandiosa obra: ¡LA MUJER!
La mujer fue creada para ser admirada, deseada, amada. Puso Dios en ella toda la ternura del mundo, toda la inteligencia, la fortaleza, pues ella iba a tener que luchar contra todas las adversidades y problemas del mundo, como lo hemos podido comprobar muchísimas veces.
Como Pediatra, pude comprobar infinidad de veces, la abnegación, la devoción, el sacrificio de las madres, para atender a su hijo enfermo, pasando noches y días sin dormir para cuidarlos, cuando estaban enfermos.
He visto en innumerables ocasiones, cómo, con qué abnegación, siguen las indicaciones para buscar la buena salud y el desarrollo de sus hijos.
¡Esto es lo maravilloso de la mujer! Desafortunadamente, el mundo en el que vivimos y, sobre todo, la forma como se vive en la actualidad, con las presiones del consumismo, ha ido cambiando el hábitat de la mujer, obligándola a colaborar con el hombre en la parte del trabajo diario, sacándola de su entorno y función como familia, entrando a un ámbito en el cual ha sido, incluso superior al hombre en muchísimas ocasiones.
Desgraciadamente, al perder la mujer ese encanto de la feminidad ha perdido también mucho de su ternura y en algunas ocasiones, hasta se pueden pasar al otro lado. Con razón, Alejandro Dumas al hablar sobre atrocidades cometidas por los hombres, decía: “Cherchez la femme” (busquen a la mujer), porque una mujer puede ser mil veces más cruel que un hombre.
Es indudable que el mundo ha ganado en eficiencia con el trabajo femenino, pero no es menos cierto que lo que se ha perdido es el embrujo de la feminidad, de la ternura, que sólo una verdadera mujer puede brindar.