El tema de la educación es muy recurrente y aparece sobre la mesa de la opinión pública debido a muchas causas. Hay algunos -y espero que yo esté dentro de ese grupo- lo sacan porque ven con preocupación el rumbo que está tomando la educación ecuatoriana e intentan alertar sobre lo que no se está haciendo bien. Otros, con muy buenas intenciones, aportando soluciones para un cambio educativo, aunque muchas veces, no inmunes al consumismo de “modas pedagógicas”, y frecuentemente abonando el terreno del facilismo y la superficialidad en la enseñanza y el aprendizaje. Y los peores, los demagogos, que lo usan como un tema comodín del cual se debe hablar, aunque no haya un sincero interés para afrontar la complejidad de su problemática. Un ejemplo palmario de lo dicho, fue lo visto recientemente en el debate electoral por los candidatos finalistas. El tema de la educación se desvaneció en una nube retórica, donde nadie en realidad dijo nada concreto y el problema educativo sigue tan igual tal como está, ensombrecido aún más por los estragos en el aprendizaje que está dejando la pandemia.
Hace poco pude estar presente en un interesante conversatorio sobre el impacto y consecuencias de la educación no presencial durante la pandemia con notables personajes del mundo educativo ecuatoriano. Estuve de acuerdo con todos, o casi todos, los ponentes. Todos esgrimían razones imbatibles para destacar el enorme esfuerzo que ha llevado continuar los procesos de enseñanza durante la educación remota y la imperiosa necesidad de restablecer el nexo pedagógico entre alumnos y docentes con el espacio físico, relacional, académico e integrador que es el centro educativo. Sin embargo, no basta tener razones pedagógicas, socio afectivas y -hay que decirlo también sin ambages- razones económicas para la apertura de las escuelas, sino además razones prácticas para hacer del regreso a las aulas una aventura arriesgada y perjudicial si no se da el paso previo e inexcusable de exigir al gobierno que los docentes, así como los que intervienen indirectamente en el acto educativo tengan acceso a la vacunación de forma preferencial, obligatoria y de la manera más pronta que sea posible.
Pero, el problema va más allá de exigir la pronta vacunación. Hace falta de urgencia establecer un diseño curricular de emergencia que permita paliar el retraso en los aprendizajes que por casi por dos años escolares se han visto afectos nuestros estudiantes. Se trata de reformular, quizá temporalmente, los contenidos a enseñar por los docentes -y los alumnos, y los aprendizajes de los alumnos -y de los docentes- para sostener la deteriorada educación que ya padecíamos antes de la pandemia.
Si antes era evidente que la educación secundaria -inclusive la universitaria- preparaba académicamente a sus estudiantes por debajo de las exigencias del mundo del trabajo, la sociedad tecnológica y el qué hacer científico, hoy esta brecha parece verdaderamente abismal. En otras palabras, si no tomamos con seriedad y sentido práctico los efectos negativos de una educación ha tenido que replegarse obligatoriamente fuera de la institución escolar, estamos condenando a varias generaciones de estudiantes a vivir por debajo de las exigencias que la realidad requiere para enfrentarse a ella. Los líderes educativos tienen entre manos una misión ineludible, la de evitar que las generaciones de estudiantes que están cursando sus estudios en tiempos de pandemia tengan una formación insuficiente para vivir dignamente y condenándolos al fracaso en casi todos los sentidos.
¿Qué enseñar entonces apenas se pueda volver a presencialidad en las escuelas?
Soy de la opinión de establecer por dos o tres años lectivos, un “corpus” de 5 o 6 áreas de conocimiento desde EGB y BGU: Lenguaje, Ciencias Numéricas, Ciencias Naturales, Ciencias Sociales, Ética (valores) y alguna opcional que cada centro podrá escoger según las condición geográfica, económica y social del entorno. Este corpus, sencillo, progresivo e integrador, tendrá que funcionar como un “todo” que interrelacione los contenidos de cada una de estas áreas en ejes temáticos que funcionen a la manera de proyectos 1 o 2 por cada quimestre. Es decir, se tendrá que diseñar un corpus consistente que asuma el conocimiento como una totalidad, así como es la vida, que no es solo matemáticas, ni solo lenguaje, ni sociales, donde cada área de conocimiento va sola por su lado; sino todo lo contrario, áreas del conocimiento integradas, interdependientes y complementarias, como es la vida humana y el modo estar en las sociedades civilizadas. Para ello, hay que formar a los maestros, particularmente en la investigación científica, con menos énfasis en las formas y más profundidad en los contenidos.
La educación técnica merece un párrafo aparte. Si bien es cierto que se puede utilizar el modelo propuesto en líneas anteriores, probablemente con una menor distribución horas de clase, es fundamental abordar urgentemente la actualización de talleres, laboratorios y centros de prácticas. También es apremiante que los estudiantes de educación técnica se relacionen desde el primer año de estudios con una experiencia laboral, a modo de pasantía, practicante, auxiliar o como quieran nombrarlo. No me cabe duda que, sobre todo en este aspecto, la empresa es la mejor escuela.
Por último, habrá que hacer algo con la cantidad ingente de estudiantes que han desertado de la educación presencial, los rezagados y los estudiantes de educación semipresencial. Este es un grupo que ha crecido en magnitud alarmante. A ellos no les podemos ofrecer una educación floja, ni reducida, ni acelerada que privilegia la obtención de un título sobre el aprendizaje científico-técnico. En este sentido, el modelo de tutorías y módulos de aprendizajes -que han tenido relativo éxito en el pasado reciente- pudiera ser retomado y potenciado con la ayuda de la tecnología en los casos que aplique.
Entonces, sin dilación pongámonos de acuerdo y hagamos algo. Si no actuamos de inmediato, estaremos ante una generación marcada por una deficiencia intelectual que quizá no la podrá superar en ningún momento de su vida. En mucho dependerá de nosotros, que la niñez y juventud educadas bajo el signo de la pandemia, tengan las herramientas básicas para hacer inteligible el mundo que los rodea, superen las barreras para entender el lenguaje que supuestamente hablan, las grafías que supuestamente escriben y la historia que supuestamente viven.
Buenos días, los docentes que hemos hecho mucho y seguimos en este servicio, no lo Consideramos fracaso, sino disminución en el aprendizaje si, por el mismo hecho de un cambio brusco de presencial al de medios tecnológicos y más aún cuando nuestro país carecere de cobertura de tecnología en lugares vulnerables. Estoy de acuerdo q hay q mejorar y de parte del mismo Ministerio de
la apertura a nuevas ofertas para que los estudiantes estudien la especialidad q a ellos les gusta. En muchas ocasiones desde el Ministerio impiden planteamientos o tienen privilegios q desaniman al docente, como en el caso de la devolución de los 200 dólares que a los docentes q laboramos en centros Fiscomidionales no quieren devolver, pese a poseer nombrsmiento y solo lo están entregando a los de la educación regular y todos fuimos descontados y debemos ser devueltos también. Esas actitudes no debe ocurrir, en verdad hay mucho q consensuar por una mejor educación en estos tiempos difíciles que sobrevivimos. Gracias..
Completamente de acuerdo Hno Ricardo, sobre todo con establecer ese “corpus” que permita igualarse a los estudiantes apenas se pueda regresar