Un país recibió una agresión sin precedentes de un enemigo foráneo, requirió defenderse, pero sus calificadas Fuerzas Armadas no contaban con el pertrechamiento adecuado como tampoco con los fondos para adquirirlo. Un competente marchante visitó al ministro de Defensa para ofrecerle cuanto poder bélico fuese necesario junto con su respectivo financiamento. El ministro convocó al jefe del Comando Conjunto a su despacho, calificaron positivamente al negociador, informaron al presidente y con su anuencia firmaron los documentos respectivos para la vital operación. Los protocolos de seguridad nacional obligaron la estadía del comerciante en una suite del ministerio hasta que llegase el armamento para enfrentar las hostilidades.
La dotación militar arribó sin contratiempos según los términos contractuales, el país tuvo los elementos necesarios para profesionalmente luchar hasta salir airoso de una confrontación nunca antes registrada. El presidente fue ampliamente vitoreado por su liderazgo y el respeto de sus conciudadanos se evidenció a través de un nacionalista espíritu vencedor propio de aquellos que se autosuperaron en medio de la tragedia.
La catastrófica situación económica del país sufrió un nuevo revés por los gastos generados para eficientemente combatir el flagelo. Sin embargo, la sociedad reconoció en su mandatario a un verdadero estadista que no escatimó recursos para honrar su palabra, cumplir con su mandato y conducir al país a puerto seguro sin importar las vicisitudes y la penumbra del camino.