Nadie discute, que la juventud es el capital más valioso que tiene un país, y la primera ocupación de los jóvenes es su formación. Prepararse para ser útil a su familia y a la comunidad.
De ahí el responsable apostolado del maestro. Para empezar, el maestro debe mostrar al estudio como una interesante aventura, como un permanente desafío, contrarrestando la tendencia de presentar al estudio como algo aburrido y tedioso.
Los medios de comunicación y el medio ambiente trastocan el orden de importancia de los valores de la juventud, colocando en primer lugar el hedonismo, la diversión, el ocio y luego -si sobra tiempo- el «monótono» estudio.
El maestro debe tener la habilidad de mantener la atención de sus alumnos y tener presente lo prioritario que es hacer sentir la satisfacción de saber. AI respecto, es oportuno recordar el sabio consejo de un experimentado educador lasallano:
«EI alumno no es un saco que hay que llenar, sino un fuego que hay que encender».
Procediendo de esta manera, el aprendizaje será interesante, teniendo en cuenta además, de que el rigor académico es aceptado gustosamente por el alumno cuando este es producto del diálogo y no un capricho del maestro. Por el contrario, el profesor que regala notas es un irresponsable que ofende y desmotiva al joven; no forma, sino que deforma las conciencias; este mal profesor no será recordado con gratitud por nadie.
Asimismo, la necesidad de corregir el Reglamento de la Ley de Educación. Tal como está, convierte al estudio en algo intrascendente y, por lo mismo, fastidioso. Es que consagra la mediocridad como objetivo.
Ni más ni menos, es aquí en el Reglamento de la Ley de Educación donde hemos de empezar a corregir errores. ¡pero ya! La juventud no puede esperar. Es un fuego que debe encenderse, para iluminar al país de ahora